-“¿Le
importa si me siento?”, preguntó el anciano al joven que leía los últimos
folios de lo que parecían ser unos apuntes universitarios.
-“No,
no. Siéntese”, le dijo el muchacho después de dudar un poco al ver que habían
más mesas vacías a su alrededor.
Volvió
la mirada de nuevo a los papeles y, cuando iba a empezar a concentrarse el
señor le interrumpió.
-“¿Le
molesto si le robo unos minutos?”.
-“La
verdad es que estoy bastante ocupado, pero si le puedo ayudar en algo y van a
ser sólo unos minutos…”
No
había terminado de hablar cuando comprendió que el hombre ya había tomado el
“pero” como una invitación a la tertulia.
-“No
vaya usted a creer que voy sentándome por ahí contándole mi vida a todo el que
me encuentro”, comenzó diciendo. “Sólo es que viéndolo aquí corrigiendo
exámenes recordé mi etapa de profesor universitario. También a mí me gustaba
corregir las pruebas en un local similar a éste y sentado junto a la ventana.
Me hacía sentir más cercano a la realidad, y no aislado en mi despacho de la
facultad”.
El
muchacho se sorprendió. Sabía qué era lo que trataba de explicar porque sentía
lo mismo.
-“¿Fue
usted también profesor universitario?¿Hasta cuándo?”, preguntó.
Fue
entonces cuando comenzó a fijarse en que no se trataba de un anciano en el
sentido más estricto. Quizá anduviera entre los 65 y los 70 años, así que
realmente era un hombre de edad, más que viejo.
-“Sí.
Trabajé varios años como profesor titular y durante otros pocos, como director
de departamento. Antes, en la Escuela de Magisterio fui profesor adjunto. Aún
trato de seguir poniéndome al día en mi materia a pesar de que intento
convencerme cada día que ya soy un hombre jubilado”.
-“¿Y
hace mucho tiempo de eso?”.
-“Pues
realmente casi una década”, contestó sin dudar, dando la impresión de que
podría decir el día exacto, la hora concreta y la climatología existente el día
en que recogió sus cosas para salir de la Universidad.
-“Nueve
años llevo yo”, contestó el más joven. “Pero no parece usted tan mayor”, añadió
pensando en alto más que por curiosidad.
-“Bueno,
me acogí a una jubilación anticipada. Digamos que me marché antes de hora”.
-“Agotado,
supongo”.
-“No,
no crea. ¿Cansado? Quizá, pero podría haber seguido. De hecho no fue una
decisión fácil”.
-“Perdone
que me meta en algo que quizá no me convenga, pero alguna enfermedad, tal vez…”
-“La
vida”.
-“Circunstancias
personales, intuyo”.
-“Bueno,
se puede decir así. La vida está llena de circunstancias personales. Todo
cuanto hacemos tiene bastante que ver con nuestra realidad. Pero no siempre
tiene que ver esa realidad con uno mismo, los compromisos que adquieres hacia
otros, las decisiones que tomas en un momento determinado y que no sabes hasta
dónde te condicionarán la vida, el mundo que te rodea, las normas explícitas y
las tácitas… Tantas cosas son las que determinan las decisiones que uno adopta,
que al final se da cuenta de que vivimos envueltos en situaciones que tenemos
que resolver según cada circunstancia y echando mano de las habilidades de cada
uno”.
-“También
uno toma decisiones de por dónde ir o no. Las circunstancias importan, pero no
son definitivas, podemos asumir el mando de nuestro destino, no estamos
predeterminados”.
-“Sí,
algo así enseñaba yo también en psicología”, dijo el hombre mayor. “Y en parte
es cierto, si bien en una parte muy pequeña. Usted…”
“Tú,
por favor”, le interrumpió.
“Te
lo agradezco de verdad”, le dijo. “Tú, por ejemplo, cómo has llegado a ser
profesor, cómo llegaste a esa plaza, cuánto has hecho tú por llegar a dónde
estás y cuánto han hecho otros u otras. ¿Te has preguntado cómo habría sido tu
vida si tus circunstancias o las de las personas que te rodean o rodearon
hubieran sido otras?”.
-“Evidentemente
he dependido de otras personas, pero en mi caso puedo decir que he conseguido
llegar a donde he llegado a base de esfuerzo y trabajo. No sé por qué le cuento
esto, pero yo soy hijo de madre soltera. Mi madre es maestra, tiene un buen
sueldo pero no cobraba tanto como para pagarme la carrera. Así que desde que
terminé el Bachillerato trabajaba todos los veranos para poder reunir algo de
dinero que me permitiera estudiar. Durante los cursos también iba haciendo
algunos trabajitos. Es cierto que mi madre me mandaba dinero y que hizo un gran
esfuerzo porque pudiera estudiar en una universidad privada, pero yo también
hice mi parte del trabajo. Después, al terminar la carrera y volver a casa,
tuve la suerte de que alguno de mis profesores se pusiera en contacto con la
Universidad y que en ese momento quedara vacante una plaza. Así es como he
terminado dando clases. Es cierto que tuve suerte al quedarse vacía la plaza,
pero también es cierto que si no hubiera trabajado duro, no habrían hablado de
mí”.
El
hombre calló durante unos segundos.
-“Nada
es lo que parece”, dijo. “En este mundo, nada es exactamente igual a lo que nos
parece”, puntualizó. “Uno crece en la creencia de que la gente es buena, que se
muestra tal y como es, sin aristas ni medias verdades. Pero no es así. Ya te
habrás dado cuenta que no hay nadie que al ser presentado diga: Soy un tipo
antipático, carezco de sentido del humor y siempre que puedo trato de medrar
allí en donde la vida me coloque. Lo normal es que en las relaciones personales
más íntimas, este patrón se repite. Tratamos de conquistar a la otra persona
mostrando lo que no somos. Sí, ya sé que vas a decirme que parte de lo que
mostramos somos también nosotros, pero el conjunto, lo que la otra persona ve
porque tú se lo haces creer, no existe. Si tratas de conquistar a una mujer o a
un hombre, contarás lo que intuyes que a la otra persona puede seducirle. Por
eso, cuando la relación se vuelve cotidiana empezamos a sentir que nos han
engañado. “Cuando lo conocía no le gustaba el fútbol”, “cuando la conocí era la
mujer más puntual del planeta”, “cuando empezamos, me iba a recoger cada vez
que se lo pedía y no le molestaba”… Frases como esas las debes haber oído unas
cuantas veces, y sólo reflejan que nunca mostramos lo que éramos. Dos cosas: es
verdad que hay gente que se adapta porque vas conociendo a la persona y eso que
no te mostraba lo relativizas y lo asumes porque te compensa, pero también es
cierto que hay veces que las actitudes y los proyectos de vida llevan caminos
distintos. La disposición al diálogo, la comprensión, el nivel de exigencia, el
concepto de orden o de limpieza, los gustos por los animales, la exigencia de
compromiso en la pareja, el posicionamiento político, los niveles de compromiso
social, los planteamientos de vida hacia el dinero, los amigos/as o hacia la
familia en sí… Es probable que cada cosa por separado no sea un argumento, pero
todo junto hace que un día te preguntes: “qué tenemos en común la persona que
vive junto a mí y yo”, y digo “vive” y no con la que “comparto la vida”, porque
qué es lo que realmente compartes. Encontrar a una persona que te lleve a
“compartir vida” no es sencillo, y tiene bastante de suerte pero también de
saber qué buscamos. ¡Las líneas son tan finas..! Puede que encuentres a esa
persona y sería maravilloso. No quiero que entiendas que digo que no sea
posible, sólo que mi experiencia dice que es difícil. Hoy es común empezar una
relación con alguien con quien crees tener esa unión, convivir con ella,
mantener una relación afectiva importante hasta que comienzan a aparecer las
grietas. Esas grietas sólo tienen dos destinos, o se apuntalan los muros hacia
ellas o terminan creciendo hasta derrumbar la casa. A veces eso pasa tras tener
hijos y/o hijas, otras, a los pocos meses o semanas, a veces, tomas la decisión
una mañana cuando ves que la persona con la que te despiertas hace gris cada
día. Al final tienes que tomar decisiones sabiendo que eres víctima de
circunstancias a la vez que tus decisiones crearán otras circunstancias que
determinaran a otras personas. Por ejemplo, si te soy sincero, en mi caso,
cuando la aluminosis afectiva terminó con una de mis parejas, ella estaba
esperando un hijo. Nunca me lo dijo, pero me enteré meses después de dar a luz
por un mero cálculo. Hablé con ella pero prefirió que yo no asumiera ningún
papel, sólo aceptó que ayudara al chico desde la distancia. Así que durante
muchos años pasé un dinero para el mantenimiento. Por su madre supe que quería
trabajar en verano para ganar dinero e irse fuera, así que hablé con personas
conocidas para que le encontraran un trabajo adecuado, sin demasiados riesgos
pero en donde supiera que la vida no es fácil. También tuve que tirar de
contactos para que le permitieran estudiar en la universidad privada que había
elegido, y cuando terminó, habiendo estudiado lo mismo que yo y ante la
imposibilidad de encontrarle trabajo, decidí jubilarme anticipadamente para que
las plazas de la Universidad corrieran y él pudiera entrar en el puesto que
quedaba vacante. Como ves, mis circunstancias me han llevado por un camino al
igual que las de mi hijo le ha llevado por otro, aunque él crea que lo ha
elegido libremente”.
El
profesor jubilado suspiró y miró a la calle a través del escaparate.
-“Pues
igual debería presentarse un día a su hijo y explicarle todo esto”, dijo el más
joven.
Ambos
permanecieron callados unos cuantos segundos hasta que el profesor jubilado se
levantó. De pie, junto a la mesa le estrechó la mano.
-“Gracias
por escucharme”, señaló. “Como te dije, nada es como parece, hijo mío”.