martes, 11 de febrero de 2014

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jueves, 6 de febrero de 2014

Piedras al sol

Tiré al sol piedras sólo por ver cómo se cubría de ondas toda su superficie. Las lanzaba con fuerza, pero las piedras caían sobre las azoteas y los transeúntes como una lluvia ácida.

A pesar de los gritos de la gente, de las quejas vecinales y de mi propia frustración, seguí lanzando piedras de todos los tamaños y formas convencido de que alguna vez daría de pleno en el centro del astro rey y entonces, sólo entonces, la gente que me gritaba y me maldecía sería capaz de entender la importancia del logro: tener el sol a tiro de piedra.

Lo hice una y otra vez. Cogía una piedra, miraba fijamente al sol, ponderaba fuerza y distancia y ejercía toda mi  fuerza para alcanzarlo. Así una y otra vez hasta que me dí cuenta de que, de tanto mirar al sol, su fuego me había dejado ciego.

Entonces ya no encontré piedras para tirar, ni supe hacia dónde había que apuntar porque no veía el movimiento de la esfera luminosa sobre el firmamento. Sólo entonces me senté, y mientras trataba de superar mi frustración pude prestar atención a los gritos de la gente.

Contra todo pronóstico no se quejaban de la lluvia de piedras ni de los cristales rotos de las ventanas ni de los daños ocasionados a los coches. Sólo me advertían de que no mirara al sol, porque podía quedarme ciego. Eso era lo que me gritaban, pero yo no les escuchaba.