domingo, 6 de julio de 2014

Atrapar el sueño

Subía cada mañana a las montañas más altas de los Andes para poder contemplar el vuelo del cóndor.


No podía resistirse a ver como un ave con tres metros de envergadura podía desplazarse como una paloma entre corrientes de aire. Admiraba esa facilidad con la que ascendía hasta tocar el cielo para, después, dejarse caer sobre su presa. Casi podía sentir su fuerza y esa increíble capacidad de reinar sobre las cumbres más altas.

Se sintió tan atraído que con los años decidió cazar uno para no tener que ir tan lejos a contemplar lo que considera la imagen más bella del mundo. Y así lo hizo.

Durante meses trabajó en su casa preparando una enorme jaula con todos los lujos que pensó que necesitaría el animal. Gastó prácticamente todos sus ahorros en comprar el piso superior y el inferior para tener más espacio, negoció con las carnicerías la compra de kilos de la mejor carne, e hizo todo cuanto se le ocurrió que pudiera necesitar el cóndor para que fuera feliz.

Pero no había altura suficiente, ni corrientes de aire, ni cumbres sobre las que reinar. Así que el cóndor no se adaptó al papel de canario, y el hombre se decepcionó, porque cuantas veces quería mostrar la inmensidad del bicho, lo que se encontraba no era más que un montón de plumas negras y sucias, con unas garras cada vez más atrofiadas y que tenía la jaula llena de mierda y desechos.

Evidentemente, el tipo terminó odiando al bicho porque ya no era capaz de hacer nada más que comer y cagar. No sólo abandonó su cuidado, sino que a cada amigo que acudía a verlo le contaba lo desagradecido que era el “pájaro” después de todo el esfuerzo que había realizado para que todos vieran lo que él había visto ciento de veces.

Tras el fracaso, decidió que lo mejor era sacarlo de su casa y de su vida, y que lo más fácil sería abrir el techo de la jaula y esperar a que escapara.

El cóndor tardó unos días en darse cuenta de que era libre, pero en cuanto vio que nada lo mantenía esclavizado, se lanzó casi en vertical hacia las nubes. El hombre, que vio ascender al cóndor y extender sus alas de nuevo en toda su dimensión, observó como las primeras maniobras fueron algo torpes, pero en cuanto consiguió cierta altura volvió a realizar los ejercicios perfectos que le viera hacer entre los picos andinos.

Entonces volvió a sentir ese sentimiento que casi había olvidado, lamentó haberle dado la libertad, y pensó que si lo hacía bien y aprendía de los errores, el próximo cóndor que atrapara podría ser tan hermoso en cautividad como en libertad.

Así ocurrió una y otra vez, siempre cambiando algún detalle, pero con el mismo resultado: el fracaso. A pesar de los años, nunca llegó a comprender que lo que más le atraía del cóndor era la libertad que les robaba.