martes, 19 de febrero de 2013

No quiero ser "grande"

Supongo que como todos y como todas pensé que para disfrutar de las cosas había que tener. Me enseñaron que el dinero no daba la felicidad, pero ayudaba a conseguirla; y que el trabajo era la forma idónea de hacerme un hombre. También me explicaron que las grandes cosas del mundo se conseguían luchando, escalando, con esfuerzo. Que el sudor y la sangre nos hacía más fuertes...

En fin, me contaron que para disfrutar de la vida primero había que ganarla, había que llegar a nuestros propios límites, a defender lo mío frente al mundo entero que pretendía también disfrutar de la vida pero con mis cosas.

Tan convencido estaba que olvidé lo realmente importante, la felicidad que había en lo sencillo, en lo que la vida nos da totalmente gratis, en lo que siempre me hizo feliz... Y me convertí en un adulto.


domingo, 3 de febrero de 2013

Y ya estamos en febrero


Se había prometido un cambio de vida. Poner fin a las prisas, disfrutar de la familia, más tiempo para leer, menos horas de trabajo, practicar deporte, terminar el curso que había dejado a medias en la UNED, mirarse más el ombligo y menos al espejo…
Ese iba a ser su regalo de Navidad. Una mujer madura, de vuelta de casi todo y tras una eternidad trabajando sin descanso, ya tenía derecho a “vivir la vida”, se decía. Había sabido superar una dura separación, incluso, cuando vio que no había marcha atrás, aprovechó las circunstancias para hacer que su ex marido se sintiera más culpable, y con ello había conseguido controlar la relación en todo momento. Más culpable lo hizo sentirse cuando los niños le hablaron de la “nueva novia de papá”. No le hizo falta más que unas cuantas frases precisas en el momento oportuno para que su “ex” se sintiera vil y asumiera que su papel era facilitarle la vida tanto como ella dispusiera.
A veces hasta le daba pena.
Pero ya entonces, y hasta ahora, su vida se limitaba al trabajo, a los dos hijos que tenía y a mantener alguna que otra salida con compañeros de la oficina o algún cliente, siempre sin mayores pretensiones que convertir el trabajo en algo distendido.
Mientras esperaba el ascensor pensaba en ese cambio de vida prometido, y sin embargo, allí estaba corriendo una vez más, entre el colegio de los chicos y la reunión de primera hora con unas clientas que, temía, no iban a facilitarle el trabajo.
Pensó que cuando se prometió en Navidad un futuro, tuvo que posponerlo para Reyes, pues no podía dejar sin terminar lo que estaba pendiente. Claro que las cosas se complicaron y trajeron más cosas que le hicieron pensar que el día para romper con todo sería justo después de Carnaval. Pero el Carnaval finalizó dando paso a la Semana Santa y ésta, al cierre fiscal, y ya en estas fechas pasó a mirar hacia el verano, en donde entre el mes con los niños y las vacaciones de los compañeros de despacho nada se podría hacer, y de ahí, de nuevo se volvió a prometer el mismo regalo de Navidad.
Y así lleva un lustro, deseando cambiar lo que nunca cambia. “Y ya estamos en febrero”, se dijo mientras miraba el reloj.