Se había prometido un cambio de vida. Poner fin a las prisas,
disfrutar de la familia, más tiempo para leer, menos horas de trabajo,
practicar deporte, terminar el curso que había dejado a medias en la UNED,
mirarse más el ombligo y menos al espejo…
Ese iba a ser su regalo de Navidad. Una mujer madura, de
vuelta de casi todo y tras una eternidad trabajando sin descanso, ya tenía
derecho a “vivir la vida”, se decía. Había sabido superar una dura separación,
incluso, cuando vio que no había marcha atrás, aprovechó las circunstancias
para hacer que su ex marido se sintiera más culpable, y con ello había
conseguido controlar la relación en todo momento. Más culpable lo hizo sentirse
cuando los niños le hablaron de la “nueva novia de papá”. No le hizo falta más
que unas cuantas frases precisas en el momento oportuno para que su “ex” se
sintiera vil y asumiera que su papel era facilitarle la vida tanto como ella dispusiera.
A veces hasta le daba pena.
Pero ya entonces, y hasta ahora, su vida se limitaba al
trabajo, a los dos hijos que tenía y a mantener alguna que otra salida con
compañeros de la oficina o algún cliente, siempre sin mayores pretensiones que
convertir el trabajo en algo distendido.
Mientras esperaba el ascensor pensaba en ese cambio de vida
prometido, y sin embargo, allí estaba corriendo una vez más, entre el colegio
de los chicos y la reunión de primera hora con unas clientas que, temía, no
iban a facilitarle el trabajo.
Pensó que cuando se prometió en Navidad un futuro, tuvo que
posponerlo para Reyes, pues no podía dejar sin terminar lo que estaba pendiente.
Claro que las cosas se complicaron y trajeron más cosas que le hicieron pensar
que el día para romper con todo sería justo después de Carnaval. Pero el
Carnaval finalizó dando paso a la Semana Santa y ésta, al cierre fiscal, y ya
en estas fechas pasó a mirar hacia el verano, en donde entre el mes con los
niños y las vacaciones de los compañeros de despacho nada se podría hacer, y de
ahí, de nuevo se volvió a prometer el mismo regalo de Navidad.
Y así lleva un lustro, deseando cambiar lo que nunca cambia. “Y
ya estamos en febrero”, se dijo mientras miraba el reloj.