lunes, 30 de diciembre de 2013

Limpieza general

Siempre llega un momento en el que ante el armario, la zapatera, la cocina, el salón  o la mesa de trabajo, uno decide hacer una limpieza general. El detonante suele ser que uno se da cuenta de que hay cosas que ya no tienen sentido en su vida si quiere seguir avanzando.

Por mucho que seas ordenado o meticulosa, siempre queda una lata que caducó, una camisa que hace años que no te pones, unos papeles que nunca llegaste a resolver o un colchón en el que dormir se convierte en un tormento.

No hay plazo ni plan trazado, sólo se puede uno remangar y mirar cosa por cosa para decidir qué va al cubo de la basura o al del reciclaje y, por supuesto, qué salvamos de la quema. Es un trabajo intransferible. No hay cuestiones puramente objetivas en todas y cada una de esas cosas, pues de una manera u otra son ya parte de la vida y, sobre todo, de la historia propia.

Unas, las consideramos imprescindibles y no estamos dispuestos a renunciar a ellas; otras son completamente prescindibles y no nos cuesta nada apartarlas de nuestro lado; podríamos decir que otro grupo lo forman aquellos elementos que no sabemos si se quedan o se van, ya que dudamos si nos harán falta o nos supondrán una carga. Pero de todos los “paquetes”, el que más me impresiona es el que se configura con las cosas que sobrevivieron a todas las limpiezas anteriores y, sin embargo, ya han dejado de tener ese valor que las hacían diferentes, dejaron de retener ese trocito de historia que tanto significó para convertirse en algo que ya puede salir de nuestra vida.

Claro que hay gente que puede prescindir de cualquier cosa en cuestión de segundos, que puede cambiar la fotografía de un portarretratos sin esperar siquiera a que la que va a sustituirla esté impresa.

Yo no, yo cada cierto tiempo me enfrento a la cucharita de plástico con que compartí mi primer helado con mi primera novia, unas cintas que escuchaba con mis amigos en el coche recién sacado el carné, unas servilletas con poemas, una camisa que me regaló una amiga antes de partir, unos zapatistas de barro que han ido perdiendo brazos y piernas tras cada mudanza, unas cámaras de fotografía que se jubilaron hace años y unas cientos de cosas más que me recuerdan cuan buena ha sido la vida conmigo.

Claro que cuando uno la limpieza la hace en el alma, escoger lo que uno deja en el camino es bastante más sencillo de decidir, pero mucho más doloroso decidir sobre los sueños que apartamos y los odios que dejamos hasta la próxima limpieza general. 

PD: Que cada un de los días del 2014 les valga la pena vivirlo. Feliz año.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Una pareja de circo

No saben bien como fue, pero desde el momento en que los presentaron la magia se hizo presente. Durante varias semanas estuvieron escondiendo la bolita entre las copas que les servían de excusa para aparecer y desaparecer de la vida del otro.
Los primeros meses vivieron el mejor espectáculo del mundo, y daban triples mortales sin red seguros de que al otro lado estaba el otro para atraparle. Era el tiempo en el que la frescura y la inconsciencia permitían retar a la ley de la gravedad.
Pero no faltó mucho para que se pusieran a hacer equilibrios en la cuerda floja.
Ella hacía malabares para que no cayera ni en la rutina ni en el cansancio. Él sacaba del sombrero todas las sorpresas que escondían la verdad en agujeros oscuros. Ambos se habían dado cuenta de que la mano era más rápida que el ojo, pero el ojo más lento que el corazón, pero como buenos artistas, mantuvieron sus secretos durante todo el espectáculo.
Cuando el payaso rozaba el ridículo, se dieron cuenta de que había llegado el momento en el que las luces debían apagarse y las palomas y los conejos, volver a sus jaulas, y ya no quedaron más cartas en las mangas ni más mentalistas para tratar de adivinar los pensamientos del otro.

La despedida, como debía ser, también fue mágica. Echaron unos polvos y desaparecieron para siempre.