domingo, 31 de marzo de 2013

Cuando sobran las palabras

Soy un  fervoroso partidario de las palabras. Creo, sinceramente, que en algunas ocasiones la palabra transmite mucho más que una imagen, y que si hay voluntad, las palabras pueden dar consuelo, entendimiento, alcanzar acuerdos, transmitir alegría, llevar noticias...

Pero no siempre es así, no siempre ocurre. Hay voluntades inquebrantables por la palabra, oídos impermeables incluso cuando lo que hay en su entorno es un clamor.

Por desgracia, ejemplos no  nos faltan. Políticos (los que se niegan a salvar a los desahuciados pero regalan cientos de millones a los bancos, los que amenazan con una guerra en Corea y los que tratan de provocarla, los que en nombre de la seguridad impiden el derecho a la expresión pacífica...), integristas de cualquier religión, maltratadores, hermanos/as, vecinos/as...

Pero la cosa es más grave, realmente mucho más grave, cuando la sordera, la incomunicación, la distancia se marca en una relación de pareja, entre personas que supuestamente se quieren, entre individuos o individuas que en algún momento creyeron compartir algo más que unas risas o unas copas o un par de asientos en el cine.

Por lo general esa sordera no tiene más salida que la amputación. Y una de las personas no comprende por qué y la otra, ya no tiene palabras para explicárselo y, lo que es más triste, tampoco ganas.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Más de 25.000 gracias

Pues poco a poco ya han llegado a 25.075 las visitas a este blog. De verdad, gracias por mirar estas cosas que a uno se le ocurren, a veces a horas extrañas, pero de mirar la vida, ya sea una imagen o un texto. Especialmente a quienes con sus comentarios me hacen saber que están ahí. Gracias una vez más.

viernes, 22 de marzo de 2013

El calor de la noche

Llevaba tantas noches abrazado a ella que había olvidado lo que era dormir solo. "Ya no siento nada por ti", le había dicho y, casi sin dar tiempo a reaccionar, hizo sus maletas y se marchó.

No la podía culpar. Él sabía que las cosas eran así, que hacía tiempo que se había perdido casi todo: las confidencias, los momentos cómplices, la pasión, los proyectos... Sólo se había salvado el respeto, las formas y los gastos. Evidentemente se habían perdido.

Durante sus vigilias en la cama pensaba por qué no podía pegar ojo. Al fin y al cabo ahora era un hombre libre, con capacidad de hacer y deshacer a su antojo, sin condiciones, con la posibilidad de rehacer su vida y encontrar con quién volver a tener confidencias, momentos cómplices, pasión y proyectos. Y aunque reconocía que todo había acabado, sin embargo, le era imposible dormir.

Desde entonces hasta ahora, había tenido alguna relación esporádica con mujeres, pero tampoco se había sentido cómodo ni había conciliado el sueño tan apaciblemente como con su ex. Sólo había una explicación: echaba de menos la temperatura corporal de quien fue su pareja.

Así, obsesionado por ello, decidió salir cada día con un termómetro en el bolsillo, y antes de comenzar cualquier relación pedía a la muchacha o mujer en cuestión que se tomara la temperatura. 36,7º era el calor ideal.

No es difícil imaginar que el proyecto rozaba la locura, y que muchas de las "candidatas" huyeron desde el primer momento, aunque algunas otras se prestaron a la prueba y suspendieron.

Y pasaron días y semanas, y él, en sus trece, o mejor en sus 36,7, dispuesto a no claudicar.

Habían pasado años cuando coincidió en un curso de formación laboral con una chica. No se podía decir que fuera encantadora ni guapísima ni que físicamente estuviera más allá de lo que podía considerarse normal, pero conectaron, algo les unía y eso les permitía establecer confidencias y momentos cómplices. También podía notarse cierta atracción física y ambos estaban dispuestos a llevar a cabo proyectos con otra persona.

Por primera vez en tanto tiempo, él tuvo la tentación de no sacar el termómetro, pero seguro de que si no lo hacía lo lamentaría, sacó el aparato y le pidió que se tomara la temperatura. Dos minuto después, ella se lo devolvía. El mercurio marcaba 36,7º.

Su rostro se iluminó, y apunto estaba de contarle lo que le había costado encontrarla cuando ella, de su bolso, sacaba otro termómetro y le pedía lo mismo.

Durante los pocos minutos que tardó el aparato en avisar que había llegado a la temperatura, él pensó que realmente era su alma gemela, que ambos podían compartir más que nadie y, sobre todo, dormir, por fin, a pierna suelta.

Cuando miró la temperatura, los número digitales indicaban 36,7º. Entonces él la miró y ella le dijo: Demasiado calor para la noche, yo pedía 36,2º.

viernes, 8 de marzo de 2013

Por un segundo

Hasta ese momento su vida había sido una observación estricta de las normas y las leyes. Nunca nadie tuvo que reprocharle nada. No dejaba de reconocer que en alguna ocasión hubiera querido coger a alguien por el cuello, o mandar a callar a gritos a los conductores que perdían los papeles al volante, o decirle a su jefe cuatro cosas bien dichas. Pero nada de eso era correcto, al menos "políticamente correcto". Había sido educado para no hacer, para limitarse, para mantener el camino recto. Y así también había educado a sus hijos y se lo había exigido a su mujer. En su casa, todo era correcto y estricto. Las cosas eran como debían ser.

Hoy no sabe cómo ni por qué, el caso es que un día conoció a alguien que carecía de respeto por las normas. Se trataba de un tipo realmente curioso, simpático, con permanentes incursiones al territorio que él se había vetado. No se trataba sólo de drogas, de sexo o de cierto gamberrismo, realmente se trataba de otra forma de vida, exactamente de eso, de mirar la vida de otra forma, por la cara oculta.

Reconoce que le costó aceptarlo, pero una vez que lo hizo se descubrió el color en su vida de blancos y negros. "¡Ah!", confiesa, "¡cómo me costó dar el primer paso!". Pero lo dio. Una noche en la que estaba cenando con este -ya entonces- colega, se planteó la posibilidad de ir a un garito a tomar una copas.

"No", dijo, "tengo que volver a casa y además, ya he bebido lo suficiente". Pero la tentación fue creciendo a medida que crecían las expectativas de la noche. Compañeros que se sumaban con los que siempre quiso cambiar impresiones, pero con quienes no mantenía confianza para acercarse; compañeras a las que siempre quiso conocer mejor pero con las que no hablaba porque un hombre casado no debe intimar con la vida de otras mujeres; vecinos a los que alguna vez quiso demandar un respeto mínimo de la convivencia, pero se aguanto las ganas por evitar la confrontación; camareros con los que hubiera intercambiado chistes, aunque un hombre de su posición no debía estar en la barra de un bar...

Cuál fue el momento, quién o qué dio con el "clic", en qué segundo de su vida encendió la otra parte del mundo que había mantenido en penumbra, no lo sabe. Sólo recuerda imágenes aisladas, inconexas entre sí. Unos bailes en mitad de una pista, unas risas, unos abrazos, algún comentario de curro, dos o tres de sobre hombres y mujeres, y como llantos de su mujer y preguntas de la policía al llegar a su casa de día y sin corbata.

http://www.youtube.com/watch?v=YpfvXMiaCWo

viernes, 1 de marzo de 2013

Penélope

http://www.youtube.com/watch?v=GXGYBybj5qo