viernes, 8 de marzo de 2013

Por un segundo

Hasta ese momento su vida había sido una observación estricta de las normas y las leyes. Nunca nadie tuvo que reprocharle nada. No dejaba de reconocer que en alguna ocasión hubiera querido coger a alguien por el cuello, o mandar a callar a gritos a los conductores que perdían los papeles al volante, o decirle a su jefe cuatro cosas bien dichas. Pero nada de eso era correcto, al menos "políticamente correcto". Había sido educado para no hacer, para limitarse, para mantener el camino recto. Y así también había educado a sus hijos y se lo había exigido a su mujer. En su casa, todo era correcto y estricto. Las cosas eran como debían ser.

Hoy no sabe cómo ni por qué, el caso es que un día conoció a alguien que carecía de respeto por las normas. Se trataba de un tipo realmente curioso, simpático, con permanentes incursiones al territorio que él se había vetado. No se trataba sólo de drogas, de sexo o de cierto gamberrismo, realmente se trataba de otra forma de vida, exactamente de eso, de mirar la vida de otra forma, por la cara oculta.

Reconoce que le costó aceptarlo, pero una vez que lo hizo se descubrió el color en su vida de blancos y negros. "¡Ah!", confiesa, "¡cómo me costó dar el primer paso!". Pero lo dio. Una noche en la que estaba cenando con este -ya entonces- colega, se planteó la posibilidad de ir a un garito a tomar una copas.

"No", dijo, "tengo que volver a casa y además, ya he bebido lo suficiente". Pero la tentación fue creciendo a medida que crecían las expectativas de la noche. Compañeros que se sumaban con los que siempre quiso cambiar impresiones, pero con quienes no mantenía confianza para acercarse; compañeras a las que siempre quiso conocer mejor pero con las que no hablaba porque un hombre casado no debe intimar con la vida de otras mujeres; vecinos a los que alguna vez quiso demandar un respeto mínimo de la convivencia, pero se aguanto las ganas por evitar la confrontación; camareros con los que hubiera intercambiado chistes, aunque un hombre de su posición no debía estar en la barra de un bar...

Cuál fue el momento, quién o qué dio con el "clic", en qué segundo de su vida encendió la otra parte del mundo que había mantenido en penumbra, no lo sabe. Sólo recuerda imágenes aisladas, inconexas entre sí. Unos bailes en mitad de una pista, unas risas, unos abrazos, algún comentario de curro, dos o tres de sobre hombres y mujeres, y como llantos de su mujer y preguntas de la policía al llegar a su casa de día y sin corbata.

http://www.youtube.com/watch?v=YpfvXMiaCWo

4 comentarios:

  1. Excelente relato, me ha gustado mucho.
    Eso le puede pasar a cualquiera....
    Saludos.

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  2. Buenas noches. Encantado de que te sumes a opinar, así tengo la sensación de que hay gente al otro lado de ese cable que entra en la pared de mi zona de trabajo.

    Y sí, le puede pasar a todo el mundo, y como dice la canción que apunto al final, "qué difícil mantener el rigor", "qué fácil es dejarse arrastrar por la locura en un segundo" y "de vez en cuando es necesario perder la razón".

    Encantado, un beso y buena semana.

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  3. Pues sí señor, "qué difícil mantener el rigor", "qué fácil es dejarse arrastrar por la locura en un segundo" y "de vez en cuando es necesario perder la razón".

    La cuestión es el después, que siempre hay un después. Y algunos después son guays, y otros no tanto. Si se para uno a pensarlo bien, no se dejaría llevar, pero todo tiene un precio, tanto el rigor en exceso, como el dejarse arrastrar. En fin, que la cosa está en tener claro si estamos dispuestos a pagar ese precio.

    ¡Qué profunda! Je...es que me he puesto a pensar en situaciones concretas, y me ha salido esto.

    Creo que hay que atreverse a hacer lo que uno desea, y no arrepentirse luego de no haberlo hecho. Imagino que todos tenemos una lista de atrevimientos y otra de arrepentimientos.

    Pues eso, a hacer aquello con lo que uno se sienta mejor.

    Un beso.

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  4. Hola, morena.

    Lo que dice también la canción es que "hay veces que decir que no, es una pena", y eso es de lo que se trata, de saber si cuando decimos que no vale la pena.

    Siempre pensamos si vale la pena decir que sí o hacer algo, pero no pensamos habitualmente sobre lo que significa renunciar a cosas.

    Pero claro, "qué difícil es aterrizar, qué difícil es volver a bajar de las alturas en este mundo". Y ese es el problema, que acostumbrarse a decir que entrar en la parte supuestamente oscura, puede abrir una puerta que a saber a dónde nos lleva, y de ahí que sea tan difícil volver a bajar.

    Pero claro, nunca lo sabremos.

    Un besote grande ;-)

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