Por vicio o por costumbre, ya no lo sé, cada diciembre y coincidiendo con que el calendario me recuerda que los años no pasan por mí sino que se quedan, miro lo que han sido estos últimos 12 meses con cierta perspectiva.
Como a casi todos, la crisis también tocó a mi puerta, y aunque no abrí, se coló por alguna ranura que descuidé en muchas conversaciones, en la cola del ICFEM o del INEM (qué más da), en algunas copas que no llegaron, en algunas cenas que se quedaron en casa, etcétera.
Pero no será la crisis lo que recuerde del 2010. En mi memoria quedará una lista de amigos que se presenta sin bajas y con altas, una relación que fue pero no pudo ser más, unos cuantos intercambios de correo con Retazos de Vida, el séptimo cumpleaños de Frida, un paseo con mi tío y otro pendiente con mis sobrinos, una veintena de cenas viendo salir la luna desde mi casa, dos o tres resacas, cinco libros y unas quince canciones, dos juegos de cuerda para las guitarras, tres obras de teatro y otros tantos conciertos, una madre imparable, unos hermanos impagables… en fin, que no será la crisis lo que llene mi recuerdo cuando las doce campanadas llenen mis oídos.
Y reconozco sentirme extraño cuando escucho a gente que no pasa necesidad ni para comer ni para lo cotidiano, lamentando su frustración por los gastos que no puede hacer, y son muy poquitos los que se alegran por haber recuperado espacios y modos que nada tienen que ver con el dinero. Eso sí, de correos dando recetas para ser feliz inundan nuestros correos.
Está claro que no aprendemos, que seguimos pensando que el regalo de Reyes es el puñetero paquetito, sin darnos cuenta que lo verdaderamente valioso es el encuentro con las personas que quieres y el beso del Melchor o la Gaspar que te lo hace llegar. Ese sí es el presente, y en todas las acepciones de la palabra.