sábado, 18 de abril de 2015

Confieso que he vivido

"Vivo" -contestó al preguntarle qué hacía-.
"Sí. Eso está claro. Si no, no estaríamos hablando" -le replicó-. "Lo que quiero saber es a qué te dedicas" -insitió ella-.

"A vivir" -insistió él-.

"Vale, vale" -dijo como el que comienza a creer las reglas de un juego-. "Pero además de vivir te dedicarás a algo que te permita hacerlo. Tendrás un trabajo..." -protestó dando por supuesto que por fin había quedado la cosa clara-.

"Sí. Lo tengo. Pero también eso lo vivo" -dijo-.

"Y familia, amigos y amigas, compañeros y compañeras, amantes... Algo tendrás que hacer..." -repitió-.

"Los vivo".

"Desamores, envidias, celos, cariños, ternura...".

"Los vivo".

"¡Venga! Me vas a decir que te sientas en una silla y todo eso te pasa y ahí estás tú sin hacer nada".

"No" -replicó-. "Precisamente porque no me quedo en la silla sin hacer nada es por lo que vivo". 

Y después de decir eso, le abrazó. Y ella, no entendió nada.

viernes, 3 de abril de 2015

Combatir la verdad

Lo normal era que fallara. Las coordenadas que me dieron solo correspondían a miedos transmitidos por otros que crearon enemigos ficticios. Era de esperar. Quienes dirigen hacia dónde deben apuntar los cañones, por lo general, tratan de vengar lo que no supieron solucionar a pecho descubierto reconociendo sus miserias. Siempre ha sido mucho más fácil aumentar el número de enemigos al enemigo que reconocer el error propio o acierto ajeno.

Así fue como una y otra vez fallé. Haciendo mía batallas de otros, sosteniendo banderas que no representaban mis colores o poniendo el pecho ante balas que nadie disparaba contra mí.

Hasta que me pregunté cuál era mi frente. Y los cañones dejaron de sonar al quedarse sin argumentos ante un enemigo que no existía.

Fue entonces cuando descubrí que las heridas que mi cuerpo presentaba respondían a guerras en las que no había luchado, siquiera en las había estado quien me lanzó al frente. Batallas que se alimentaban de la miseria, del miedo en el que habíamos sido educados.

Fue entonces cuando supe que podía abandonar la trinchera, pues las balas que me atravesaban me daban más vida. Y comprendí que la muerte no llega con la diferencia, sino cuando el miedo a estar equivocado nos impide ver la verdad y decidimos combatirla.