Es lo que tiene la experiencia. Al contrario de lo que se suele entender, la experiencia no se traduce necesariamente en “mala experiencia”.
Es lo que tiene. Por lo general, salvo en raras ocasiones, solemos asociar la experiencia a “malas experiencias”, o lo que es lo mismo, somos el ejemplo más cercano y más sencillo para contar lo malo que nos ha pasado en la vida.
Pero contra todo pronóstico, la experiencia nos da la posibilidad de valorar lo que tenemos, lo que hemos vivido, en resumen, la experiencia nos sirve para valorar lo vivido sobre cualquier otra cosa.
Todos, al menos a partir de cierta edad que puede estar entre los 25 y los 130, aprendemos el significado de cada cosa por la experiencia que establecemos con ello.
Por ejemplarizar: nuestra experiencia como hijos es limitada. Nos dicen lo que nos puede pasar, de qué camino resulta complicado salirse y lo complicado que es la vida en su andar. Y sí, lo escuchamos mil y una vez sin entender nada o casi nada, pero he aquí que de pronto, somos padres, y esos consejos que nada nos decían comenzamos a entenderlos, y sabemos que el deseo no es etéreo sino que se lleva dentro, y que estudiar no es un capricho sino un paso hacia el futuro, y que el amor y el sexo ni es lo mismo ni es igual.
Y esa experiencia es la que nos dice que hemos vivido, y lo que es mucho mejor, nos conmueve cuando nos hace comprender realidades que se nos escapaban. Y así, con tiempo, encuentros y desencuentros, uno y otra aprende a valorar lo que nunca valoró.
Por eso cuando alguien nos acompaña al médico o nos va a ver a un acto que para nosotros es importante, o simplemente se tumba a nuestro lado sin decir nada que nos reclame más amor del que damos, nos parece bonito, pero nunca tan bonito como cuando lo hacemos nosotros y recordamos lo que entonces significó.
No somos pocos los que criticamos la forma de haber sido abandonados y meses o años después comprendemos todo el amor que escondía ese abandono, y entendemos que no fue fácil tomar cierta decisión y, por el contrario, reconocemos que no hay plan B sobre lo que nos ocurrió.
Por decir algo que lo aclare: Nadie valora mejor un postre que aquel que se ha pringado las manos en harina, ha preparado el hojaldre, ha montado la nata, ha batido el chocolate al baño maría o ha utilizado el horno a diferentes temperaturas para encontrar el punto justo. Y no valora igual un pase de 60 metros en un campo de fútbol el que lo ve simplemente como el que lo ha intentado cientos de veces y, quizá sólo le haya salido en un par de ocasiones. O el que ha estudiado piano, por ejemplo, no tiene la misma visión de un concierto que el que no ha tocado nunca un instrumento.
Recuerdo la vez que una antigua novia montó una casa y quiso que yo participara en su decoración. No entendí todo el contenido que su propuesta planteaba hasta que yo compré una casa y sentí la necesidad de que la persona que quería me aportara su visión, porque con ella, con su visión, mi casa pasaba a ser parte suya, y allí estaría ella. Y comprendí lo importante que fue para la primera ese “tú qué opinas”. Años después, viví una situación similar, pero ella ni me miró al montar su nueva casa. También eso, gracias a la experiencia, dio más respuestas que preguntas.
Por decir algo que lo aclare: Nadie valora mejor un postre que aquel que se ha pringado las manos en harina, ha preparado el hojaldre, ha montado la nata, ha batido el chocolate al baño maría o ha utilizado el horno a diferentes temperaturas para encontrar el punto justo. Y no valora igual un pase de 60 metros en un campo de fútbol el que lo ve simplemente como el que lo ha intentado cientos de veces y, quizá sólo le haya salido en un par de ocasiones. O el que ha estudiado piano, por ejemplo, no tiene la misma visión de un concierto que el que no ha tocado nunca un instrumento.
Recuerdo la vez que una antigua novia montó una casa y quiso que yo participara en su decoración. No entendí todo el contenido que su propuesta planteaba hasta que yo compré una casa y sentí la necesidad de que la persona que quería me aportara su visión, porque con ella, con su visión, mi casa pasaba a ser parte suya, y allí estaría ella. Y comprendí lo importante que fue para la primera ese “tú qué opinas”. Años después, viví una situación similar, pero ella ni me miró al montar su nueva casa. También eso, gracias a la experiencia, dio más respuestas que preguntas.
Por todo ello, no es extraño que los más viejos lloremos con cierta facilidad. No se trata de que nos hagamos viejos, se trata de que en la medida en que vivimos y experimentamos, lo que nos ocurre tiene mucho más sentido, y eso, el corazón, también lo sabe. Y si alguien más joven lo duda, que no olvide que la experiencia es un grado.