domingo, 12 de febrero de 2012

En piragua

El vaivén de las olas me hipnotizó desde que descubrí al mar. El olor, el sonido del agua al caer sobre sí misma, la espuma en la orilla, la sumisión al llegar a la costa y su rebeldía en la profundidad… Era sólo cuestión de tiempo que me comprara el más bello delos barcos para surcarlo.

         Era un velero de cuatro palos, con camarotes, dos baños, equipo de sonido, una cocina que ya quisiera el Bulli. No había nave más bonita sobre el mar ni hombre más feliz sobre la tierra. Mi buque y yo, ahí, juntos.

         Claro que pronto descubrí que subir y bajar tanta vela me agotaba, y hasta algún susto tuve las tardes de tormenta cuando, sin motivo aparente, el viento parecía ponerse en mi contra y casi no daba tiempo de recoger velas y por largos ratos el barco quedaba en manos de corrientes de aire que lo llevaban a zonas más profundas y peligrosas.

         Tantas veces tuve que recoger velas y amarrarme al timón que el navío terminó por no parecerme tan hermoso, y comencé a envidiar a los que con naves más pequeñas y manejables, volaban sobre el mar, disfrutaban más que yo al no tener que limpiar tanto, reparar tanto, correr tanto de un lado para el otro…

         No fue fácil despedirme de él, pero terminé vendiéndolo a un comprador que me recordó a mí unos años antes. La misma emoción, su primer barco y la misma mirada buceando en el mar.

         Convencido de que había aprendido la lección, invertí lo ganado en una nave de apenas seis metros. Sí, sólo un baño y un dormitorio, pero una cocina digna y un espacio habilitado para usar de comedor-sala de trabajo-espacio lúdico. No necesitaba más. Desde cubierta miraba con displiciencia a los navegantes que viajaban en buques como el que yo había tenido, convencido de que pronto se darían cuenta de su error y comprenderían que mi barco era el mejor.

         Fue una sorpresa descubrir que si bien era más manejable y veloz, quizá no era tan seguro, y con el embate del mar el barco era una cáscara de nuez en el océano, así que podía ser ideal para zonas costeras, pero en el mar profundo se volvía peligroso navegar.

         Al llegar a puerto me decidí por un balandro, pues para estar cerca de la costa no necesitaba ni camarotes ni baños ni cocina, y así comprendí que si bien no estaba mal, sólo con que lloviera o las olas fueran ligeramente altas, la incomodidad dentro era demasiada. No tardé demasiado en alquilar un piso en tierra firme para pensar bien qué y cómo hacer.

         Con el tiempo me acomodé a estar en tierra firme, eso sí, junto al mar y con vistas. Cierto es que no navegaba ni vivía aventuras por mares y océanos, pero estaba cómodo y feliz, y decidí vender el balandro y comprar una piragua, una de esas de plástico, con unas palas también de plástico, pero que dicen que son insumergibles.

         Con ella me voy a la playa los días en que la hipnosis me obliga a acudir al agua. Eso sí, siempre cuando el océano es un plato y mi piragua va dejando esa estela que me marca también el camino a casa.

4 comentarios:

  1. Je, je, a ti lo que te gusta es que te den caña, literariamente hablando, claro!!!
    Y es que no se puede abandonar a tu público de esta manera. Pero bueno, te lo pasaremos porque estabas muy ocupado.

    Rendición, ajuste de expectativas, aceptación de las limitaciones, o simplemente adaptación a los cambios que van surgiendo en nuestra vida a medida que vamos madurando???

    Sea como fuere, de lo que se trata es de que si lo vivimos sin que nos "pique", es que estamos en el camino. Si nos chirrían esos cambios, es que entonces hay que plantearse qué está pasando.

    Vamos cambiando y con ello nuestras exigencias a/de la vida, no es ni bueno ni malo, simplemente que todo cambia a cada instante.

    Que todo vaya bien con Frida.

    Un éxito lo de Vegueta, se nota que hay mucho trabajo ahí. ¡Enhorabuena por la parte que te toca!

    Besos

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  2. Vivir y adaptarse, eso es lo que hacen todos los seres vivos, desde las plantas del desierto hasta los tigres de bengala. ¡Cómo no el ser humano!

    Lo que nos diferencia es que animales y plantas se adaptan para sobrevivir sin posibilidad de adoptar decisiones para cambiar el entorno. Hombres y mujeres sí que pueden hacerlo, pueden modificar las condiciones y aceptarlas o no. Eso dependerá de los sueños que tengamos, de cuánto creamos en nosotros mismos y de qué cosas consideramos principios fundamentales.

    Una de las cosas que queda en el cuento es que siempre queda algo de nostalgia de lo que quisimos ser, aunque cambiemos o nos cambien las circunstancias, y aunque alguna vez demos algún pasito en esa dirección, procuramos no alejaremos demasiado de dónde nos encontramos cómodos.

    Y sí, estuvo muy divertida Vegueta. Gracias.

    Besotes

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  3. Que bonito, haces volar la imaginación. Te superas en cada relato y nos sorprendes con tu ingeniosa y creativa mente. Eres toda una gozada, literalmente hablando, claro.


    Al final de lo que se trata, parece ser, es de no perder la estela que te devuelva a casa, a tu zona cómoda, donde poder encontrar el Sosiego que el tiempo, los años y la madurez te piden.

    Besitos

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  4. Buenas de nuevo a este rincón.
    Hay veces que uno no tiene muy claro hasta dónde es madurez; hasta dónde, miedo; y hasta dónde, comodidad. Al final, vivimos como decidimos, y asumir riesgos o no hacerlo es algo que determina lo que somos y lo que queremos.

    Y sí, saber por dónde se regresa a casa es algo que, al menos desde mi experiencia, todos y todas pensamos que debe estar ahí siempre. Pocas personas pueden ser tan independientes como para no tener esa cuerda que le ate a un punto seguro y caliente.

    Un besote grande

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