Ser mar

Decidí ser mar una noche sin luna.

Para muchos, ser mar cuando has sido océano es muy duro, pero la puesta de sol que me dí cuenta que llevaba años chocando contra el mismo acantilado, decidí ser mar.

Ahora no siento los huracanes despeinarme en olas ni arrastrar mi piel contra las rocas ni los muelles. Ahora sólo me siento aletargado, sólo siento olas que acuden despacio a morir a la playa, lentamente, creando un borde de espuma casi imperceptible y levantando un arrullo que me deja ir a ninguna parte. Que no me deja volver.

Hay quien dice que hay otros mares, que puedo volver a ser océano, que no sólo tengo que ser el Mar Muerto. Y es verdad. Pero me cuesta oírles entre la furia del oleaje rebotando una y otra vez contra los cascos de los barcos, chocando con paredes de piedra que se empeñan en moldear durante siglos, entre ruidos de vientos y de miles de especies que cobijan sin saber siquiera que las cobijan.

Yo no. Mi nivel de salinidad impide sumergirse a cualquiera. La gran mayoría no puede vivir dentro de mis aguas. Casi todo flota, se queda en la superficie. Sólo un grupo seleccionado, preparado para ello, pueden llegar a adentrarse en mi abismo. Y es cierto, hay poca vida, pero la que hay es especial, puede haberla en otro sitio, pero nunca será como en mí.

Sí, decidí ser mar, pero ahora la luna sale para mirarse en mi espejo, y yo sigo siendo olas que envío a una muerte lenta, rítmica, anodina... Una muerte segura, callada, tranquila... pudiendo disfrutar del paso de la luna, sin arrecifes contra los que romper, sin acantilados contra los que chocar, sin tormentas que despierten mi furia.