Muertes y resurrecciones

Soy consciente de que cada año me toca pasar cada vez más tiempo asistiendo a entierros y velatorios. Asumo que es ley de vida. Bodas, bautizos, primeras comuniones y funerales parecen que se han establecido como el orden de las relaciones sociales. De hecho, podríamos decir que uno comienza asistiendo como primer acto a su bautizo y acaba asistiendo a su entierro, pero entre uno y otro, por lo general, uno participa primero de los bautizos de los hijos de los amigos, las bodas de los hijos de los amigos, al entierro de los padres de los amigos y de los amigos mismos unas décadas más tarde.
Quizá debamos añadir hoy por hoy, las separaciones, si bien no siempre se celebran con tanta alegría como las bodas o los nacimientos pero tampoco con la carga de tristeza que conllevan los entierros y funerales.
El caso es que desde hace algún tiempo he interiorizado lo que uno supone que sabe, pero que nunca pone en práctica, y no es otra cosa que saber que hay muchas formas de morir, y lo que es aún mejor, muchas otras de resucitar.
Así, a la muerte que provoca el hijo drogadicto le puede seguir la resurrección del hijo rehabilitado; y al distanciamiento con un ser querido, el reencuentro; e incluso a esa pequeña muerte diaria que es el sueño le sigue el despertar. En fin, todos o casi todos los fallecimientos pueden ser seguidos por su correspondiente resurrección.
De todas, hay dos resurrecciones que a mí me resultan especialmente gratificantes. Una es la que se produce tras perder a la mujer o al hombre que crees amar, cuando ese dolor que te impide comer , conciliar el sueño y que logra incluso dificultar la respiración, se sana con la llegada de alguien que te ama. Entonces te comes la vida, sueñas despierto y respiras aire fresco incluso en los estercoleros más reconocidos. Les aseguro que se trata de una resurrección que nadie debería perderse.
La otra, a veces más espiritual y otras más prosaicas, ocurre cuando,tras perder la esperanza en volver a experimentar toda la ternura del mundo en las relaciones sexuales, un buen día (o una buena noche) llega el amor, y la ternura, y los sudores, y los corazones dotados de cuentakilómetros, y los abrazos de antes de y los de depués de, y los cortos silencios, y las largas sonrisas, y los domingos cortísimos, y las camas anchísimas, y los miedos se acojonan porque el alma se da la vuelta como un calcetín y olvida todos los males y hasta todos los bienes.
Es curioso, porque cuando esa resurrección ocurre -y ocurre-, a mí sólo me dan ganas de morirme.