El cumpleaños de Marta


Como todos los años, el 30 de diciembre Marta se levantó temprano a pesar de que la noche había sido larga. Conectó el móvil que había dejando cargando sobre la mesilla, y se preguntó cuánto tardaría el terminal en comenzar a cantar los mensajes de felicitación por su cumpleaños. Esperó unos minutos abrazando la almohada y haciendo un resumen mental de una noche de la que casi no recordaba nada. Por fin se levantó sin que el aparato diera ni una sola señal de aviso.

         Se sentó en la cama, enfundó los pies en unas zapatillas y fue directa a la cocina para desayunar. Al pasar por el baño, su vejiga le recordó que había bebido demasiada cerveza y entró. Antes de salir se miró al espejo e investigó con más curiosidad que ganas, si el tiempo había dejado algún regalo inesperado.

         En ello estaba cuando comenzó a sonar “Viva la vida” de Coldplay. No le extraño tanto escuchar la melodía como comprobar que venía de su Nokia. Todavía sorprendida, vio que la llamada no se identificaba, y aunque en cualquier otra ocasión no habría descolgado, se trataba de un día especial incluso para eso.

         -¿Sí?¿Diga?- Dijo.

         -Hola cielo, ya estás despierta. Felicidades.

         -¿Quién es?- preguntó sin reconocer la voz y sorprendida por la confianza con que se mostraba.

         -Quién voy a ser. ¿Ya me has olvidado?

         Silencio.

         -¿Estás ahí?

         Silencio.

         -¿Estás ahí, Marta?

         -Sí, pero no sé quien eres.

         -Quién voy a ser-, repitió, -el padre de tus hijos.

         -Je, je. ¿El padre de quién?
        
        Aún no habían respondido al otro lado de la línea cuando tocaron a la puerta del baño.

         -Mamá, mamá, felicidades, ya te hemos preparado el desayuno-, se escuchó.

      -¿Quién eres?¿Qué broma es esta?-, preguntó Marta para que, casi a la vez, por teléfono y a través de la puerta se solaparan dos respuestas:

         -Tu hijo

         -Tu marido.

         Lo primero que se le pasó por la cabeza fue que reconocería al niño y resolvería el misterio, así que mientras gritaba un: “vale, vale. Ya hablamos” al teléfono y colgaba, salía del baño para comprobar que no un niño sino dos, le esperaban al otro lado de la puerta.

         -¡Mamá!-, gritó Marta. –¡Mamá!

         Los niños la miraron como quien espera un gran truco de magia.

         -¡Mamá!-, repitió ya con cierta desesperación.

         -Mamá-, dijo el mayor de los dos niños que apenas debía de tener 6 años, -papá dejó el desayuno porque hoy es tu cumpleaños y tenemos que portarnos bien-.

         -¿Y ese quién es, mi padre o mi abuelo?-, dijo Marta señalando a un niño sin zapatos apoyado en la pared que roía un codo de pan.

         -Je je je-, rio el mayor. –Es Ángel, mamá, mi hermano pequeño-, explicó antes de volver a reír.

         Sin creerse nada pero por un extraño instinto maternal, Marta tomó en brazos al pequeño y se dirigió a la cocina. Sobre la mesa colocada bajo la ventana, alguien había servido un desayuno y dejado una rosa blanca en un coqueto florero. En un nuevo intento de encontrar explicaciones, volvió a gritar: “¡mamá!”, y en la espera miró al mayor de los hermanos para preguntarle: “Y tú, ¿cómo te llamas?”

         -David-, dijo de forma divertida como si se tratara de un juego.

         -Así que tú eres David, él es  Ángel y yo, mamá.

         David no dijo nada pero siguió riendo e hizo sonreír a Marta, que le acarició la cabeza con cariño para dejar de nuevo al menor en el suelo no sin antes cambiarle el trozo de pan por uno menos babeado.

         Cuando aún no había ordenado sus pensamientos, Coldplay volvió a sonar en su móvil, y otra vez la leyenda “número privado” apareció en la pantalla.

         -Oye, yo no sé de que va esto, pero ya me lo puedes ir explicando, ¡marido!-, dijo con sorna.
         -No soy tú marido, Marta, soy Merlín Potter. Nos conocimos anoche. ¿Recuerdas?

         -¿Merlín? No recuerdo ningún Merlín Potter anoche.

         -¿Qué recuerdas de anoche?

         -Oye, esto forma parte de la broma, ¿no?

         -No es ninguna broma. ¿Qué recuerdas de anoche?

         -Salí. Quedé con Silvia y otras amigas, cenamos en el Gambrinus, y nos tomamos unas cervezas, más de la cuenta por lo que veo hoy.

         -Y no recuerdas nada más-, afirmó la voz al otro lado del teléfono.

         -Tío, ¿de qué va esto? No, no recuerdo nada más. Bueno, sí. Nos encontramos con José esperando a un amigo y nos tomamos algo con ellos.

         -¿Y quién era el amigo?

         -¡Yo qué sé! Era amigo suyo, no mío.

         -Y no recuerdas cómo se llamaba.

         -Nooooo. Pero, a qué viene todo esto tío. No me estás aclarando nada.

         De pronto, David interrumpió para pedir agua. “Enseguida cariño”, dijo Marta y sobre la marcha se sorprendió de la naturalidad con que la frase se había formado en su boca.

         Mientras llenaba un vaso, Merlín Potter le preguntó:

         -¿Si tuvieras dos hijos, cómo los llamarías?

         -David y Ángel-, dijo ella. Y volvió a sorprenderse.

         -¿Y no es demasiada casualidad?¿No te resulta curioso que les hables con tanto cariño y que el más pequeño tenga tus mismos ojos?

         La mirada de Marta se clavó en la de Ángel, y un millón de pensamientos se solaparon unos sobre otros como si de una cascada de naipes se tratara. Era cierto. Ángel tenía sus mismos ojos y un rostro familiar. Marta no dijo nada.

         -Ayer-, dijo Merlín Potter, -antes de volver a casa y después de despedirte de tus amigos, quisiste tomar una última cerveza tranquila para celebrar tu aniversario. Entraste en el pub irlandés que hay justo en la esquina, pediste una pinta y te quedaste mirando un cliente que se entretenía con un viejo cómic de Asterix. ¿Recuerdas ya algo?

         Marta escuchaba, y mientras recordaba cosas a medida que se las contaban, con un ojo vigilaba a David beber agua y con el otro, seguía embelesada contemplando la cara de Ángel (como mujer, podía hacer todo esto a la vez).

         -Ya veo que no-, afirmó Merlín sin esperar mucho tiempo una contestación. –Ese hombre era yo, y aunque estaba muy interesado en la lectura, tu presencia me distrajo y comenzamos a hablar sobre los cómics de Asterix. Me comentaste lo de tu celebración y yo recordé que en el número que estaba leyendo, Panoramix daba la receta de una fórmula mágica que te permitía, sólo una vez cada 100 años y coincidiendo con la madrugada de tu cumpleaños, cambiar tu vida. Te reíste de ello y dijiste que si fuera tan fácil tú hoy aparecerías casada, con dos niños, siendo feliz y disfrutando de la vida. Sí, te reíste, pero no te resististe a hacerlo. Y ya ves, ha funcionado.

         Marta recordó haber escrito el nombre de sus hijos en un papel, y redactar grosso modo cómo esperaba que fuera su vida. Después lo envolvió en hojas de pascua, lo enterró en la orilla de la playa y sobre la arena y con el dedo hizo un listado de las cosas que debía llevarse la mar. Todo debía hacerse al amparo de un druida y en noche de luna nueva. Entonces recordó a Merlín Potter.

         -¿Y ahora qué?-, preguntó ella.

         -No lo sé-, contestó él.

         -¿Y mi vida anterior?

         -No está.

         -Y mi familia, mis amigos… Todas mis cosas…

         -Qué más da. Has elegido cuál quieres que sea tu vida. Apuntaste todo aquello que te pareció importante, lo que más anhelabas. ¿Por qué ahora te preocupas de otras cosas?

         Marta no dijo nada. Volvió a mirar a sus hijos y se preguntó qué otras sorpresas le esperaban ese día.

         -Bueno, Marta-, dijo Merlín Potter, -sólo llamaba porque sé que al principio cuesta un poco entender, pero relájate, ya tienes la vida que deseabas. Buena suerte.

         Marta se quedó perpleja. Tardó unos segundos en retirar el teléfono de su oído. Se sentó frente al desayuno, le cambió el trozo de pan a Ángel y mirando a David le preguntó: “¿Y qué vida quiero yo?”.