domingo, 30 de enero de 2011

Malditos refranes

El muñeco de nieve

Carla vio por primera vez la nieve a los 5 años. Para celebrarlo, su papá y ella salieron a la calle y en el pequeño espacio que había entre su portal y la acera, debajo justo de un abeto infinito que cubría de sombra la casa los días de sol, acumularon cuanta nieve pudieron recoger.

        Con ella hicieron un muñeco que sobrepasaba a Carla por unos pocos centímetros. Mamá colaboró con una caja de cartón en la que había introducido una zanahoria mediana, dos grandes botones, el sombrero de copa y la chaqueta de un viejo frac que guardaba para los carnavales, una bufanda roja que ya era iba siendo hora de cambiar y varios trozitos de carbón que, bien colocados, servirían para imitar una leve sonrisa en el inmaculado rostro del muñeco.

        Corrió también por cuenta de ella la sopa caliente que acercó a papá y a Carla mientras buscaban en el abeto dos ramas con las que poder hacer los brazos.

        Al terminar, Carla se sorprendió del resultado. En apenas una hora, la nieve que había caído aleatoriamente pero que se repartió de forma homogénea sobre la calle, se había convertido en algo casi humano que custodiaba la puerta de su casa. Por eso hubo que ponerle nombre: Bartolo.

        El día pasó entre abrazos, risas, comentarios sobre el tiempo y las miradas de Carla a su nuevo y frío amiguito cada vez que cruzaba ante la ventana.

        Ya en la cama, la pequeña no podía pensar nada que no fuera lo mal que lo estaba pasando Bartolo ante las inclemencias del tiempo. Cuando la casa se sumió en el silencio más absoluto, Carla se calzó sus botas de agua, se puso un grueso jersey y se cubrió con el anorak.

        Las horas de desvelo le permitieron elaborar un plan sin fisuras para proteger a Bartolo del frío. Así que tomó los albornoces de sus padres y cubrió el muñeco, no sin antes sacar las dos estufas que utilizaban para calentar la parte baja de la casa.

        Segura ya de que Bartolo pasaría la noche sin sufrir, Carla se metió en la cama de nuevo y, esta vez sí, pudo dormir completamente tranquila.

        Por la mañana, Carla despertó y corrió hacia la calle para comprobar cómo había pasado la noche su querido amigo. Al llegar a la puerta encontró la bufanda en el suelo junto a la ropa, el sombrero, los botones y las ramas que hacían de brazos. También allí, estaban sus padres esperando explicaciones.

        Carla no entendió nada. “¿Dónde esta Bartolo?”, preguntó, pero por respuesta tuvo otra pregunta: “¿Qué es todo esto?”.

        Carla siguió sin entender. Bartolo se había ido, a pesar de sus desvelos y preocupaciones, Bartolo había decidido desaparecer de su vida sin decirle nada, sin avisar siquiera. “¿Dónde está Bartolo?”, volvió a preguntar.

        Fue papá el primero en percatarse de la trascendencia del asunto. Así que la sentó en sus rodillas y junto a las estufas que aún desprendían calor, le explicó qué era la nieve y las terribles consecuencias que el calor tenía sobre ella. Después se perdió en una letanía de apuntes sobre la naturaleza humana, que lo bueno para unos no lo era para otros, el respeto, etcétera…

        Carla no entendió a su padre, como años después tampoco entendería a su primer amor, ni a ninguno de los que le siguieron. En todos los casos ella estaba convencida de haber hecho lo mejor y con las mejores intenciones, y por tanto era inexplicable que hubiera alguien sobre la tierra que no valorara todo cuanto ella hacía, que no se diera cuenta de su esfuerzo por protegerles y mimarles.

        Hoy, a pesar de los años, Carla sigue sin comprender por qué la nieve se derrite con el calor.

lunes, 24 de enero de 2011

El huracán

Para Piel Suave y Tiburón

Huyendo de promesas incumplibles e incumplidas, buscó un rincón del mundo que le alejara de su pasado pensando que ese viaje hacia el futuro le salvaría de su presente.

         El tránsito entre su ahora y su vamos a ver pasó por el andén de una agencia de viajes que proponía una escapada a territorios inexplorados en donde para él nadie era el nombre de todos.

         No pudo negarse. La propuesta llegaba en el momento en el que encontrarse a sí mismo era la prioridad, y tirando de tarjeta y de fe, se lanzó a la aventura de un viaje a lo desconocido, tanto en lo referente al destino del vuelo que le alejaba de sus sueños rotos como a la transformación de su ser.

         Era precisamente en ese paraíso prometido donde otro espíritu libre con vocación de encontrar dueño, dedicaba su empeño a levantar murallas que evitaran la aproximación de príncipes más preocupados en el plan de fuga tras la conquista que en el compromiso con el nuevo reino.

         Como base de esa defensa, se propuso un viaje a un lugar en donde el paraíso fuera una quimera y nadie esperara nada de nadie.

         Él, al aterrizar, se encontró con que el paraíso estaba en alerta por temporal, y que su vuelo había sido el último en operar ese día. Ella, en el momento del embarque, fue informada de la suspensión y de la obligación de acudir a alguno de los refugios que protegían a la ciudadanía de los tornados.

         Fue en la salida del aeropuerto donde ambos coincidieron por primera vez, él con las maletas con las que llegaba y ella con las que debía irse, y en el caos, volvieron a cruzarse a la entrada del refugio.

         La tercera vez ya no fue coincidencia. Con varias horas por delante a la espera de que la lluvia y el viento les permitiera retomar su vida, a él le pareció buena idea sentarse junto a ella, y a ella le había parecido una idea mejor dejar un sitio a su lado por si él quería sentarse. Así que ya juntos, él le contó qué le llevó hasta allí y ella, por qué se alejaba. Y en la confianza que da la gente desconocida, pasaron de la generalidad del “todos los hombres son iguales” a la particularidad de “no hay otra como tú”.

         Tres horas más tarde, cuando abrieron las puertas, los refugiados comprobaron que el huracán había arrasado con todo, pero él y ella supieron que también se había llevado sus miedos y sus murallas, y antes de que dejara de llover ya ella había dicho “te quiero”, y cuando el cielo filtró los primeros rayos de sol, ya él estaba irremediablemente perdido entre sus piernas.

         Él ya no espera promesas ni ella, príncipes, pero viajan de isla en isla buscando tifones en los mares de la China.

sábado, 22 de enero de 2011

miércoles, 19 de enero de 2011

lunes, 17 de enero de 2011

Gran Canaria

Tarda un poquito en cargar, pero creo que merece la pena verlo.
Se trata de ir a la dirección siguiente:

http://dl.dropbox.com/u/18357859/Gran%20Canaria%20PowerPoint2.pps

domingo, 9 de enero de 2011

Ojo por ojo

Uno de los enigmas de la naturaleza es el color de algunos ojos. Lo normal es que sean de un solo tono. Unos claros, otros oscuros pero de un color. Rara vez, el par presenta colores distintos: marrón y negro, azul y verde… Hasta ahí la ciencia es capaz de dar explicaciones convincentes basándose en la herencia genética.

         El problema aparece con aquellos iris que cambian de color según en qué están pensando, de qué están hablando o qué están sintiendo. Son difíciles verlos, porque hay que conocer bien a sus portadores.

         Yo, por ejemplo, conozco a algunas personas que posee esta extraña propiedad ocular. Quienes no las conocen suelen ver sólo piernas, caderas y pecho. Quienes han mantenido cierta cercanía, saben que sus ojos poseen una fuerza casi magnética sobre quienes los miran.

         Pero a medida que uno bucea en sus vidas, y sus corazones y almas se abren como lo hace un barranco que busca el mar, sus ojos no sólo cambian de color sino que llegan incluso a cambiar de forma. Así que cuando hablan de su infancia, los ojos toman la tonalidad del arco iris en un atardecer; y al recordar amores, aparecen anticiclones y borrascas; si se trata de su familia, el color sube el contraste y brillo; y cuando son felices, los ojos sonríen y todo a su alrededor pierde el respeto a la Ley de la Gravitación Universal y logra que los objetos floten sólo con mirarlos.

         Es probable que estas personas desconozcan esa capacidad, esa propiedad que desnuda su alma y deja a quienes la ven sin argumentos para ocultar la suya, pero unos y otros saben que son personas especiales, aunque la ciencia niegue su existencia.

sábado, 8 de enero de 2011