Carla vio por primera vez la nieve a los 5 años. Para celebrarlo, su papá y ella salieron a la calle y en el pequeño espacio que había entre su portal y la acera, debajo justo de un abeto infinito que cubría de sombra la casa los días de sol, acumularon cuanta nieve pudieron recoger.
Con ella hicieron un muñeco que sobrepasaba a Carla por unos pocos centímetros. Mamá colaboró con una caja de cartón en la que había introducido una zanahoria mediana, dos grandes botones, el sombrero de copa y la chaqueta de un viejo frac que guardaba para los carnavales, una bufanda roja que ya era iba siendo hora de cambiar y varios trozitos de carbón que, bien colocados, servirían para imitar una leve sonrisa en el inmaculado rostro del muñeco.
Corrió también por cuenta de ella la sopa caliente que acercó a papá y a Carla mientras buscaban en el abeto dos ramas con las que poder hacer los brazos.
Al terminar, Carla se sorprendió del resultado. En apenas una hora, la nieve que había caído aleatoriamente pero que se repartió de forma homogénea sobre la calle, se había convertido en algo casi humano que custodiaba la puerta de su casa. Por eso hubo que ponerle nombre: Bartolo.
El día pasó entre abrazos, risas, comentarios sobre el tiempo y las miradas de Carla a su nuevo y frío amiguito cada vez que cruzaba ante la ventana.
Ya en la cama, la pequeña no podía pensar nada que no fuera lo mal que lo estaba pasando Bartolo ante las inclemencias del tiempo. Cuando la casa se sumió en el silencio más absoluto, Carla se calzó sus botas de agua, se puso un grueso jersey y se cubrió con el anorak.
Las horas de desvelo le permitieron elaborar un plan sin fisuras para proteger a Bartolo del frío. Así que tomó los albornoces de sus padres y cubrió el muñeco, no sin antes sacar las dos estufas que utilizaban para calentar la parte baja de la casa.
Segura ya de que Bartolo pasaría la noche sin sufrir, Carla se metió en la cama de nuevo y, esta vez sí, pudo dormir completamente tranquila.
Por la mañana, Carla despertó y corrió hacia la calle para comprobar cómo había pasado la noche su querido amigo. Al llegar a la puerta encontró la bufanda en el suelo junto a la ropa, el sombrero, los botones y las ramas que hacían de brazos. También allí, estaban sus padres esperando explicaciones.
Carla no entendió nada. “¿Dónde esta Bartolo?”, preguntó, pero por respuesta tuvo otra pregunta: “¿Qué es todo esto?”.
Carla siguió sin entender. Bartolo se había ido, a pesar de sus desvelos y preocupaciones, Bartolo había decidido desaparecer de su vida sin decirle nada, sin avisar siquiera. “¿Dónde está Bartolo?”, volvió a preguntar.
Fue papá el primero en percatarse de la trascendencia del asunto. Así que la sentó en sus rodillas y junto a las estufas que aún desprendían calor, le explicó qué era la nieve y las terribles consecuencias que el calor tenía sobre ella. Después se perdió en una letanía de apuntes sobre la naturaleza humana, que lo bueno para unos no lo era para otros, el respeto, etcétera…
Carla no entendió a su padre, como años después tampoco entendería a su primer amor, ni a ninguno de los que le siguieron. En todos los casos ella estaba convencida de haber hecho lo mejor y con las mejores intenciones, y por tanto era inexplicable que hubiera alguien sobre la tierra que no valorara todo cuanto ella hacía, que no se diera cuenta de su esfuerzo por protegerles y mimarles.
Hoy, a pesar de los años, Carla sigue sin comprender por qué la nieve se derrite con el calor.
Me ha gustado. Es interesante...¿por qué Carla seguirá cuidando con calor la nieve?
ResponderEliminarHay veces que somos incapaces de aceptar la identidad más sustancial de las cosas o las personas, y por mucho que nos que se nos derrita a nieve, nunca logramos asumir que para apreciar lo bueno de cada cual, hay que respetar esa identidad, y nos empeñamos en hacerlos a nuestra imagen y semejanza.
ResponderEliminarCarla seguirá cuidando con calor la nieve porque nunca entenderá que una de las características que hace que la nieve sea nieve es que con calor deja de ser nieve para convertirse en agua.
Somos así.
Un beso
Bueno, creo que en parte tienes razón, hay que respetar que la nieve es nieve y no debe dejar de ser nieve en esencia. Pero ¿la esencia de la nieve, no es el agua? Quizás no.
EliminarPero, ¿el muñeco podría aceptar a su manera un poco de calor ofrecido por Carla sin derretirse del todo?
Quizas no se trata de dejar de ser lo que cada uno es en esencia sino, a lo mejor, de abrirse a...mientras no sea una involución ni de dejar de ser uno mismo.
No sé.
Muchas gracias por tu respuesta.
Un saludo anónimo
Evidentemente todo es según el color del cristal con que se mira. Y sí, la nieve en esencia es agua, y el león en esencia es hueso y músculo, igual que el hombre, la mujer y el canguro, pero ¿somos iguales?¿La esencia, lo más característico e invariable del león es músculo y hueso? Yo, y es una lectura tan valida como la contraria, diría que no, que entre el hombre y el león, entre el jabalí y la vaca, entre el perro y el gato, hay una esencia que define lo sustancial, de lo que ha de ser definitivo, y que distingue al mamífero del herbívoro, al cetáceo del felino, al hombre del animal y a ti de mí, igual que al agua de la nieve o a la nieve del hielo.
ResponderEliminarEs probabloe que si el muñeco pudiera decidir aceptaría el calor de Carla, es más, estaría encantado con que Carla de diera una muestra de cariño, pero en su esencia es nieve, y con el calor se derrite, por más que tratemos de explicarle que que el mundo es redondo.
Puede que me equivoque, pero siempre que aprendemos y modificamos algo, dejamos de ser lo que fuimos para convertirnos en lo que somos, y esto lleva un proceso personal que no se soluciona con abrirse, sino con aceptarse.
Ejemplo, el patito feo. imagínate que en lugar de convertirse en cisne hubiera pensado: "he de asumir que soy un pato, ya que todos creen que soy eso, y por lo tanto, soy un pato feo". Error, creo. Soy lo que soy, y he de descubrirlo.
La diferencia entre el cuento y lo que trato de decir, es que el cuento da por supuesto que el cisne es más bonito que el pato. Yo, sigo pensando que, como pato, el cisne es feo de cojones, pero como cisne... el cuento no lo dice. Igual era más feo aún y más le habría valido ser pato.
Hablar contigo es un placer, así que gracias a ti por estar ahí.
Un abrazo