martes, 9 de septiembre de 2014

viernes, 5 de septiembre de 2014

Salvar los muebles

Podría haber mentido otra vez pero, la verdad, ni tenía por qué ni intención de crear una imagen diferente a la que era. "Para qué?", me pregunté. Al fin y al cabo, más tarde o más temprano tendría que mostrarme como soy y tampoco es que ella mereciera un simulacro de mi persona.

Entiéndame bien, señor agente. No quiero decir que psíquica o físicamente no mereciera la pena hacer un esfuerzo por alargar el encuentro, solo digo que no había nada en su haber como para mostrar algo que no soy.

Quizá fuera eso lo que agradeció. Quizá. El caso es que sin trucos ni mentiras (ya sean a medias o a tiempo completo), ahí pasamos el rato viendo como las diferencias nos encontraban a medida que las horas nos hacían más ella y más yo.

No puedo decir que me sintiera orgullo de mí. Al fin y al cabo se trataba de no llevar a nadie a donde nunca iría. Tampoco yo quería atravesar caminos construidos en nubes y cascadas.

La experiencia fue mejor de lo previsto. A esa noche de desencuentros le siguieron días de encuentros, y a esos días de verdades le llegaron noches que parecen mentira.

Como ve, inspector, la cuestión no tenía por qué cambiar. Cada uno se mostraba como era y cada uno era como se mostraba, nadie tenía que llevarse al desengaño.

El problema comenzó cuando nos dimos cuenta que el engaño no era de uno hacia otra ni de otra hacia uno, sino de cada quien con cada cual. Y que cuando dijimos que "yo puedo perdonar todo menos que no seas sincero", nos dimos cuenta de que habían verdades que dolían más que la mentira; o que cuando cantábamos aquello de "quiero saber que la noche contigo no va a terminar" nos habíamos olvidado que la noche no solo termina sino que, también, agradece ocho horas de sueño.

Y la verdad, lo más triste, es que cuanto más coincidíamos en nuestros errores, cuantas más pruebas teníamos de que los cálculos estaban erróneos por mi parte y por la suya, mayor era la distancia que se creaba.

Quizá sea por eso que cuando ella tachó de la lista "nunca podré abandonarte", yo borraba de la mía lo de "nunca te dejaré ir", y reconocerá que no fue extraño que mientras ella hacía la maleta, yo dejaba la llave en el llavín, y que mientras yo tomaba un taxi a ninguna parte, ella cerraba la puerta dejando su llave sobre la mesilla de noche.

Y es por eso que nos encontramos aquí, porque si la sinceridad nos hubiese dado para algo más, hoy no tendría la mitad de mis cosas dentro de esa casa, yo no hubiera tenido que descolgarme por el bajante para entrar por el patio y el vecino no habría denunciado un intento de robo.

Ahora, si no es molestia, ayúdeme a salvar los muebles y dele un telefonazo.