Cuento2

Tiempo de a degüello




Se conocieron una noche a las 00.00 horas. Ella, por principios, no solía salir más allá de las dos de la mañana; él, por defecto profesional, no salía antes de que el reloj dieran las 22.00 horas.


Es evidente, pues, que coincidir era una cuestión de pura casualidad. Cuando él se disponía a cenar, ella ya estaba en la primera copa; cuando ella sonreía por primera vez, él aún estaba mirando qué ponerse para salir de casa; A lo más que llegaron fue a cruzarse en la puerta de algún local en donde su salida se enfrentaba a su llegada.


Así era que mientras unas trompetas (las de ella) tocaban retirada, otras (las de él) alentaban al ataque.


Visto de una manera objetiva, la lógica era lógica. Ella era auto suficiente, buscaba pero para compartir el espacio que le sobraba, mientras que él, a su manera, buscaba para compartir el tiempo que tenía.


Así que aquel viernes de ella, sábado para él, a la hora en que los calendarios de los móviles se bloquean buscando una fecha que sólo existe durante una milésima de segundo en la vida, ellos coincidieron. A él le sobraban varias horas y a ella le faltaba tiempo. Era así de sencillo, los días sólo le permitían coincidir poco más de una hora cada día.


Ella estaba segura de que los milagros no existían, y que el amor a primera vista sólo tenía lugar en los cuentos. Él, pensaba que el amor sólo podía presentarse de improviso, que podía llegar en cada bocanada de aire, que el viento podía arrastrar hasta sí lo mismo que en más de una ocasión se había llevado.


La experiencia demostraba, para ella, que los problemas se sobrevivían armándose con coraza y cotas de malla que impidiesen entrar los dardos envenenados que lanzaban el amor, la confianza y el cariño. Por supuesto, para él la cosa era muy distinta. Para él, ser herido de dardos y flechas era sentir la vida; exponerse desnudo a los sentimientos era sinónimo de tener capacidad para morir en cada intento.


Evidentemente polos tan opuestos terminaron por atraerse.


Ella, que durante años había aprendido a esta por encima de las circunstancias, dio el primer paso y alargó su tiempo de ocio unas horas, las mismas que él, sin querer pero queriendo en el más amplio sentido de la palabra querer, comenzó a salir unas horas antes.


De esta forma consiguieron coincidir muchas más veces: Ella salía después de ponerse el sol y él volvía a casa antes de que el sol saliera.


El caso es que un día su toque de retirada (el de ella) y la llamada al ataque (la de él) coincidieron, y la conjunción de ambas melodías dio como resultado aviso de a degüello, y a partir de entonces nadie pudo evitar que ambos perdieran la cabeza muriendo o viviendo el uno por la otra, y viceversa. Ella, unas horas después de lo previsto, él, unas pocas horas antes.