viernes, 13 de diciembre de 2013

Una pareja de circo

No saben bien como fue, pero desde el momento en que los presentaron la magia se hizo presente. Durante varias semanas estuvieron escondiendo la bolita entre las copas que les servían de excusa para aparecer y desaparecer de la vida del otro.
Los primeros meses vivieron el mejor espectáculo del mundo, y daban triples mortales sin red seguros de que al otro lado estaba el otro para atraparle. Era el tiempo en el que la frescura y la inconsciencia permitían retar a la ley de la gravedad.
Pero no faltó mucho para que se pusieran a hacer equilibrios en la cuerda floja.
Ella hacía malabares para que no cayera ni en la rutina ni en el cansancio. Él sacaba del sombrero todas las sorpresas que escondían la verdad en agujeros oscuros. Ambos se habían dado cuenta de que la mano era más rápida que el ojo, pero el ojo más lento que el corazón, pero como buenos artistas, mantuvieron sus secretos durante todo el espectáculo.
Cuando el payaso rozaba el ridículo, se dieron cuenta de que había llegado el momento en el que las luces debían apagarse y las palomas y los conejos, volver a sus jaulas, y ya no quedaron más cartas en las mangas ni más mentalistas para tratar de adivinar los pensamientos del otro.

La despedida, como debía ser, también fue mágica. Echaron unos polvos y desaparecieron para siempre.

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