martes, 18 de junio de 2013

Las manos

Supe que me había vencido y ganado (vencido a mis miedos y ganado a mi alma) desde el momento en que me tocó.

Yo me encontraba sobre la típica camilla de masajes, escuchando la típica música preparada para facilitar la relajación, con la típica toalla que tapaba desde más abajo de las caderas hasta más arriba de medio muslo, en la típica penumbra, sumido en los típicos pensamientos de obligaciones pendientes. No era la primera vez que las hernias o las contracturas (la edad) me obligaban a acudir a un quiromasajista para solucionar mis males.

Así que no fue extraño que cuando oí cerrarse la puerta (no sé por qué nunca la oyes abrir), siquiera despegara los párpados. Cierto es que en esa situación percibí corrientes de aire que anunciaban la presencia de un cuerpo en movimiento.

Sin una palabra siquiera, unas manos se posaron sobre mis tobillos y se mantuvieron allí durante algo más que 10 minutos, asiéndome con delicadeza. Sin abrir los ojos, fui imaginando quién se había propuesto convertirse en una extensión de mi cuerpo.

Manos frías, piel suave, dedos no demasiado largos, extremada delicadeza a pesar de que transmitía una fuerte energía... Cuando estuve a punto de abrir los ojos, las manos comenzaron a moverse lentamente.

Primero la planta de los pies, después los maleolos, los gemelos, las rodillas, los muslos y, con una sutileza indiscriptible, me giró para recorrer los glúteos, los lumbares, los dorsales, los omóplatos, las cervicales, el cuero cabelludo, la sien y cada uno de los brazos por separado.

Dicho así suena a paseo por el cuerpo, suena a un masaje normal, a un trabajo profesional, pero nada de eso. Fue un encuentro con cada uno de mis músculos, con mis hernias, con mis huesos, con mis cartílagos, con mis cicatrices, pero también con mis heridas, con mis miedos, con mi vida, con mis recuerdos, con mis anhelos, con mis alegrías, con mis sueños...

Cuando soltó mi último dedo quise darle las gracias. Nunca nadie me había tocado y, mucho menos, me había tratado así, pero las lágrimas me impedían abrir los ojos y un imperceptible sollozo hizo imposible articular palabra alguna.

Volví a sentir cierto movimiento por la habitación. Quise levantarme y abrazarle, pero mi cuerpo ya no era mío.

No sé cuanto tiempo pasó. Creo que horas. De hecho me extrañó que nadie entrara a preocuparse por mí, pensé que quizá se habían olvidado. Así que, lentamente me fui incorporando, respirando hondo, y volviendo en mí. Me vestí, me sequé la cara y salí de la sala de masaje.

Cuando me acerqué a la recepción a pagar, la administrativo me preguntó: "¿Algún problema, señor Padilla?". "Ninguno", contesté yo.

Mientras sacaba la cartera para pagar pregunté: "¿Quién me dio el masaje?¿Es un quiromasajista nuevo?".

La muchacha sonrió. "Disculpe el retraso, estamos un poquito liados porque tenemos a un compañero de baja".

"¿Cómo?", respondí, "¿a qué retraso se refiere?".

"A estos 10 minutos que lleva ahí dentro", contestó, "normalmente siempre le hemos atendido enseguida, pero ya le digo, hemos tenido que ajustar un poco los tiempos para no dejar a ningún cliente sin cita".

Miré el reloj. Eran las 18.40 horas y yo había llegado a las 18.30 horas.

"Disculpe", le dije, "¿no ha entrado ninguna mujer en este tiempo?".

"No", me contestó con mirada extraña, "es que no tenemos a ninguna mujer dando tratamiento, pero tampoco ningún hombre".

Miré de nuevo a un lado y a otro. No podía explicar nada. Realmente sólo tenía una pregunta: ¿Qué ha pasado?, pero a nadie a quien hacérsela.

"¿Se encuentra bien, caballero?", preguntó la administrativo, "está usted sin color. ¿Quiere sentarse?".


3 comentarios:

  1. Y quién no necesita un poco de cariño?

    Y el masaje puede ser perfectamente una manera de trasmitirlo. No necesariamente tiene que ser realizado por alguien que nos aprecie para hacernos sentir bien. Pero sí que es importante que quien lo hace lo realice como si le importara lo que hace; y quien lo recibe, que esté dispuesto a dejarse sentir cada pase, cada contacto, que se abandone a las manos del otro. En cualquier caso, es algo de dos. Algo así como "me pongo en tus manos", y el otro "te acoge".

    A veces, lo que cuesta manifestar con palabras, se puede expresar a través del tacto, de manera sutil, especial, diferente.

    Un relato especial.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Como bien dices, puedes hacer milagros que si el que los ve no quiere verlo, nada hay que hacer. Pero también ocurre lo contrario, que sin que ocurra nada creemos que ha pasado cualquier cosa. Somos así, cuando sentimos rechazo por alguien, cualquier cosa que haga la interpretamos como rechazable, mientras que a quien queremos, lo mismo lo vemos divertido, agradable, etcétera. Si estamos en disposición, aunque nadie te toque puede que termines asumiendo que has recibido todo el cariño del mundo, y viceversa. ;-)

    Un besote.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me recuerda a un libro que leí: "el cerebro nos engaña", y que entre otras muchas cosas, hablaba de la capacidad del cerebro para "inventar" aquellos espacios en blanco que quedaban en nuestros recuerdos. Y creaba recuerdos que más se adaptaban a lo que deseábamos, a lo que nos hacía sentir mejor.

      Muchos de nuestros recuerdos son "creados" y no "vividos".

      Me pareció increíble. Te hace dudar de que realmente te hayan ocurrido muchas de las cosas que recuerdas como reales.

      Cosas del cerebro...para ayudarnos a vivir mejor.

      Besos

      Eliminar