domingo, 30 de junio de 2013

Se acabó

Acudo a mi funeral por puro morbo.

Aquí, desde el mismo coro de la iglesia, contemplo mi entrada a hombros y el tremendo esfuerzo que hacen quienes me llevaban. Lo primero que pienso es que si se hubieran esforzado un poquito más cuando estaba vivo, quizá ahora no tendrían que estar lamentando mi ausencia. Porque realmente no les apena que me hayan dejado de ver sino que lamentan no haber acudido cuando les llamé.

Me asombro de la cantidad de gente que viene conmigo. Me sorprende la solemnidad que me demuestran. Me indignan las muestras de tanta condolencia cuando sabían de antemano que mi fallecimiento era la consecuencia lógica de sus decisiones.

Los asistentes hablan como si me conocieran, como si de verdad no encontraran explicación a este funeral. Sólo un pequeño grupo formado por mi familia y amigos reivindica lo que he sido. El resto mira y asiente cuando pasan, pero cuchichean y se ríen a sus espaldas.

El sacerdote recuerda mi nombre y algunos detalles de mi vida, muy pocos, pero trata de dejar claro que pertenecía a otra raza, a otro tiempo...

Realmente las caras revelan una seriedad que pocas veces había visto, como tampoco había visto la cara de la inmensa mayoría de los y las asistentes. "La calma que precede a la tormenta", pienso.

Ahora soy yo quien sonríe. Después de muchos años, ahora soy yo quien de verdad se ríe. Y le pido a Dios que me deje unos días para pasear por este mundo, ahora que he muerto, ahora que ha muerto el último ciudadano que no cobraba del Estado.

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