domingo, 17 de noviembre de 2013

La despareja

Nunca había querido encontrar un príncipe azul. De hecho, adoraba su independencia. Esa libertad para ser y hacer lo que le apetecía en cada momento era impagable. Sin miedo a nada, sin problemas de pareja, sin calenturas de cabeza, sin interpretaciones, sin “tú dijiste” ni “tú sabrás”...

Si tenía ganas de salir, salía; si quería quedarse en casa, se quedaba; si quería poner la radio, ver la tele, leer un libro, estar sola o bien acompañada, no tenía que consultarlo, compartirlo, discutirlo. Lo hacía si podía y ya está.

Así que hacía años que tenía claro que en su mundo no había uno más uno sino una y otro, y ahí se acababa la cosa. Por supuesto que sus amistades, la familia, los compañeros y compañeras de trabajo le implicaban compromiso, buscaba encontrar lazos personales y se vinculaba con ellos, pero otra cosa era proyectar un futuro, compartir el día a día, las vacaciones, la cama, la casa y besos. No tenía sitio para otra decepción más.

El, por el contrario, buscaba una reina para su mundo. Seguía creyendo que, a pesar de los desengaños, en alguna parte debía encontrarse con alguien que tuviera ganas de compartir sus sueños. No se trataba de soñar lo mismo, sino de que uno y otra u otro y una, hicieran posible que el amor no fuera sólo una idea sino que fuera parte de su vida.

Entendía que cuanto pasa en la vida había que compartirlo, y que la única forma de que esa realidad fuera plena consistía en vivirla con alguien a quien abrazar por la noche, a quien mimar por las mañanas, a quien ilusionar cada día.

Cuando se conocieron, sólo les costó tomar dos cervezas y una copa para llegar a esa parte de la conversación en la que los hombres y las mujeres marcan más miedos que diferencias. Y ya en el segundo “mojito” de ella y el tercer cubata de él, se dieron cuenta de que para cada conflicto que ella auguraba, él construía una solución, y que a cada solución de él, ella enfrentaba un problema.

A la quinta copa se dieron cuenta de que estaban a punto de ceder no sólo a sus convicciones sino que también a sus cuerpos. Así que pagaron y fueron a complicarse la vida con soluciones o a solucionársela con complicaciones, según hablara una u otro.

Al llegar a casa, la de él, encontraron un punto de encuentro sobre su sofá, y otro más en la cocina, y un tercero en el colchón, en donde dieron por terminada la discusión.


Por la mañana, ambos se miraron, se besaron de nuevo, ella apoyó la cabeza sobre el hombro de él y pensó: “Tiene razón. Ciertamente no creo en el Príncipe Azul, pero sí es posible que haya alguien con quien pueda compartir mi vida”, y se alegró de tenerlo a su lado porque ya sabía lo que pensaba y no se darían malas interpretaciones. Él, mientras la abrazaba, también pensó que ella tenía razón, que no había ninguna necesidad de complicarse la vida ni de establecer lazos que siempre terminaban siendo frágiles, y se alegró de tenerla a su lado porque ya sabía lo que pensaba y no se darían malas interpretaciones.


2 comentarios:

  1. Pues sí que es complicado esto de las relaciones de "pareja".

    Con lo sencillo que sería decir: esto sí, esto no, y a esto no renunciaría de ninguna manera. Pero muchas veces estamos en canales de comunicación diferentes, y cuesta tanto sintonizar en la misma onda...

    También ocurre, al menos a mi, que hoy tengo claro esto, y mañana quizás no tanto; y otras veces ni siquiera se tiene claro qué es lo que se prefiere. Y eso por dos, difícil de conjugar.

    Ahora, que también existe ese alguien con quien sintonizar es mágico, sencillo, divertido. La cosa es encontrarse con ese alguien. Y pienso que al menos una vez en la vida pasa, o debería pasar. ¿Demasiado optimista tal vez?

    Hoy debo tener ese punto de optimismo, así que sí, apuesto por ello.

    Me ha gustado mucho el relato .

    Un abrazo.

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  2. Buenas, señorita. Me alegra que hoy (ayer) tengas ese punto de optimismo. Como digo muchas veces, el amor es eterno si te mueres antes de que se acabe (en la pareja). Supongo que es inevitable que haya desencuentros en la pareja, el problema aparece en la distancia que esas diferencias crean, la distancia entre corazones, si somos capaces de mirarnos y seguir viendo a la otra persona como alguien que queremos que esté en nuestras vidas.

    Cuánto tiempo tardamos en que esa vinculación se rompa depende de lo que compartas, de lo que vivas y de las espectativas que tengas.

    Claro que todo es hablar por hablar, pero de eso se trata ;-)

    Un beso grande.

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