Vivía permanentemente cabreado. Le recuerdo por
las calles adoquinas del casco antiguo moviendo la cabeza como si
negara al aire su propia existencia. Y realmente era un tipo con suerte: buena
familia, trabajo reconocido, tiempo libre para dedicar a lo que quisiera, sin
problemas económicos…
Pero nada de eso parecía importante. “¿Los
políticos? Unos corruptos, unos ladrones: ¿Los curas? Un cáncer para la sociedad: ¿La juventud? Una
banda de niñatos que no valoran nada y sólo piensan en emborracharse y
drogarse: ¿Los ecologistas? Unos gandules que se aprovechan del sistema para
quejarse de todo…”.
La lista era interminable. No había una sola acción
en el mundo que, desde su prisma, no nos llevara al caos y la destrucción de la
raza humana y las buenas costumbres.
Espetaba a los ciudadanos y ciudadanas que
paseaban con perro; insultaba a las parejas que se besaban en la calle; maldecía
el sol si estaba despejado y a la lluvia si caía; criticaba la ubicación del
mobiliario urbano cuando se ponía y al ayuntamiento cuando lo quitaba;
cualquier victoria era el augurio de un fracaso inminente y cualquier derrota,
el inicio de una hecatombe.
Ante esta actitud, sus hijos se fueron alejando
de él, y alejaron aún más a sus nietos (“siempre estuvieron mal educados”,
decía). Una vez que los hijos se fueron de casa, la mujer tampoco tenía nada
que hacer y se marchó, como se marcharon los amigos que preferían tertulias más
reconfortantes.
Los vecinos y vecinas lo evitaban en las
escaleras y cruzaban de acera si lo detectaban a lo lejos; los jóvenes del
barrio, conocedores de su carácter, provocaban situaciones para irritarlo; en
la concejalía de distrito le habían prohibido el acceso por los permanentes enfrentamientos
que rozaban la violencia; y la policía, hacía años que había dejado de atender
sus demandas cansados de tanta denuncia falsa.
Un mes de diciembre, el hombre cogió un pequeño
resfriado que nunca se trató (“qué va a saber el médico si ya no saben
distinguir una gripe de una pulmonía”, argumentaba) y, como era de esperar, el
resfriado fue evolucionando hasta convertirse en bronquitis, y de ahí a pulmonía,
y de ahí a diversas complicaciones de las que renegó argumentando que lo que
único que querían en el hospital era sacarle las “perras”.
Finalmente murió solo. Poco antes de expirar, a
una de las pocas enfermeras que pasaba por la habitación, le comentó que eso
era lo que quería, que desde niño el mundo había estado contra él y que,
evidentemente, ahora se demostraba que siempre había tenido razón: “Cada uno va
a lo suyo. Ahí les dejo a su suerte sin mí”, dijo.
Buen reflejo del desprecio general que se produce en una persona cuando ésta se encuentra sola.
ResponderEliminarEse hombre, si duda, sabía lo que era la soledad y se fue como esperaba irse.
Buen relato.
Hola, Jorge. Encantado de verte por aquí.
ResponderEliminarHay veces en las que uno no sabe si está solo por lo que hace y transmite que por una opción personal. Es sencillo "no esperar" nada cuando no has dado nada, cuando la aportación que se hace está basada más en transmitir miedo y especular con él que en compartir con o comprender a la gente que rodean.
Claro que uno conoce la soledad, pero, ¿no será porque se instala en ella desde su actitud?
En el relato, hasta el último momento se hace insoportable para la gente que está a su alrededor. La gente que es así, ¿no lo puede evitar o cambiar de actitud es una cuestión de orgullo? En fin, demasiadas cuestiones que dependen de muchos factores.
Gracias por estar ahí y participar. Un abrazo
¿Quién no conoce a alguien así?
ResponderEliminarLas personas con estas características sufren. Y lo que nos nace, es pensar que son insoportables y lo que puede que deseemos es mantenernos lo más lejos posible de ellos. Quizás sea lo menos malo para nosotros. Nos agotan.
Pero lo cierto es que sufren. Sufren el aislamiento, el rechazo, se sienten incomprendidos...Lo que ocurre es que no son conscientes de que ellos son los responsables.
Pueden cambiar, es posible. La cuestión es que consigan darse cuenta de lo que sucede, y que decidan que quieren dejar de sufrir, que desean ser personas distintas a lo que son. No para ser aceptados, sino para ACEPTARSE a sí mismos, para ser más felices. Creo que es el comienzo.
Esto supone un trabajo personal constante, y cada quién debe descubrir cual es el trabajo a hacer. Pero hay que desearlo. Es una opción personal.
Lo que yo he constatado, es que estos patrones de comportamiento se repiten, abuelos, padres, hijos. Se aprende un estilo de comportamiento, y cambiar eso es costoso. Como dice una amiga mía, hay que desaprender para aprender algo diferente.
En cualquier caso, habrá personas que siempre permanecerán ahí porque no se han hecho conscientes de la situación; y hay personas más afortunadas que decidieron escudriñar en su interior, que se propusieron como objetivo no continuar sufriendo, y lo consiguieron. Al tiempo que se han sentido más satisfechas consigo mismas, con la vida, y con su entorno.
En fin, un asunto muy complejo.
Un abrazo.
Muchacha, no había visto este comentario,así que perdona por no contestar antes.
ResponderEliminarEn cuanto a lo que cuentas, creo que es cierto en parte, pero también creo que hay gente (cualquiera, incluso yo) que piensa que lo que está equivocado es el mundo, y por mucho que quiera, no pueden hacer otra lectura.
En el cuento, como en casi todos los cuentos, el personaje principal está muy encasillado,pero seguro que conocemos un montón de casos, incluso nosotros mismos en diferentes etapas de la vida, en donde sentimos que todo está en contra, que todo nos molesta, que todo nos afecta... y somos incapaces de bajar a Tierra, pensar en qué nos equivocamos o cuándo perdimos el camino. Y empecinados en que el error es del mundo, seguimos retrocediendo cuando pensamos que vamos en cabeza.
En fin, un asunto muy complejo ;-))
Besotes.
No te preocupes Yiyo, tampoco tienes porqué contestar a todo.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo en que en ocasiones podemos encontrarnos en ese punto de "el mundo contra mi", pero, seguro que hay un punto en que nos damos cuenta de que tenemos un cruce de cables y que tenemos que hacer un replanteamiento de la situación.
Cuando esta situación es permanente hay que pararse. No tiene ninguna lógica que el mundo esté en nuestra contra, ya que el mundo, nuestro mundo particular no se va a confabular a propósito en nuestra contra.
Y aquí es donde pienso en lo importante que es tener buenos amigos que en un momento dado tengan la confianza de hacerte caer en la cuenta de la situación. Amigos que no teman que te molestes, amigos de verdad.
Yo he agradecido en más de una ocasión estas intervenciones que me han ayudado mucho a resituarme.
Un abrazo grande.
No recuerdo si era Cortazar el que decía: "Amigos y nada más. El resto, la selva".
ResponderEliminarSin pasarse, pero mucha razón tenía.
Un besote más ;-)