domingo, 12 de junio de 2011

Seguir a flote

Navego en un barco que hace agua, tanta que a veces estoy más seguro fuera que dentro. Pero el barco flota, se resiste a sumergirse en el abismo azul.
Hay veces, incluso, que parece navegar a gran velocidad, pero normalmente es sólo la sensación en la cara del viento.
A simple vista es sólo un cascarón, sí, pero por ahora inhundible. Junto a él han pasado veleros, canoas, catamaranes, barcos de guerra y hasta esos que preparan paellas a bordo para los turistas. Cuando no estoy achicando agua, veo pasar muchas veces los restos de sus naufragios cuando, en su afán por ser más de lo que son, terminan chocando contra arrecifes y peñas.
Mi barco, también fue una gran nave, y está como está porque en su tiempo también chocamos contra arrecifes, peñas y hasta algún que otro iceberg, pero logramos seguir a flote a pesar de nuestras heridas.
Conscientes de la debilidad, procuramos no ir siempre contra corriente, ni acercarnos demasiado a la costa, pero tampoco buscamos desafíos mar a dentro ni vientos huracanados que nos hagan volar. Realmente navegamos por el puro placer de navegar, de sentir el bramido del mar en la proa y el silbido del viento al rozar los cabos del mástil.
Jugamos con los delfines, damos de comer a las gaviotas, nos dejamos mecer por el mar y tratamos de no quemarnos al sol más allá de lo aconsejable.
Quién nos ve siempre a medio flotar, con remiendo en las velas y con la ausencia de un palo perdido en un temporal y que nunca volvimos a poner, piensa que nos queda poco, que la cosa pinta mal, muy mal, en un futuro inmediato. Mi barco lo sabe y yo lo sé, pero no podemos evitar disfrutar mientras sigamos a flote.

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