viernes, 17 de junio de 2011

El cielo que espero

Uno, que es como es, no cree en el cielo. Al menos no cree en el cielo como espacio físico atemporal en el que se premia a los buenos sobre los malos. En cambio sí creo en el cielo que vivimos, en las experiencias que nos hacen experimentar sentimientos que nos sobrepasan, que nos hacen crecer tanto que los límites del cuerpo se convierten en una maldición, momentos en los que dejamos de ser nosotros para sentirnos parte de algo infinitamente mayor.

            Así, por ejemplo, toqué el cielo en el parque nacional de Yosemite, tumbado al sol en un pico, con cientos de kilómetros cuadrados de pinos y secuoyas cubriendo la distancia entre mi lugar de descanso y el horizonte. Sobre nosotros (andaba con Rubén recorriendo la costa oeste de EEUU), volaba un águila de dimensiones mesozoicanas. Mientras la veía deslizarse entre corrientes de aire, un lejano silbido se fue acercando, haciéndose más fuerte cada milésima de segundo, y convirtiéndose en una autentica manifestación de cientos de miles de millones de hojas agitadas por el viento.

            De pronto, ese aire, ese ruido, esa canción de la naturaleza que había comenzado hacía un minuto en la lejanía, alcanzó la cima y siguió hasta el águila. Durante una decena de segundos, secuoyas, pájaro y nosotros, formamos parte de un todo, nos convertimos en aire, volamos y echamos raíces…El viento nos atravesó, por ósmosis o por empatía, el viento penetró por las botas, la camisa, la piel los pulmones, el hígado, las vísceras, la médula, tímpanos, lagrimales, y cada pelo que me cubre…

            Fueron sólo unos pocos segundos, pero me llevaron a un extremo de paz y de comunión con lo que me rodea cercano a la promesa celestial.

            También atravesándome por completo me acercaron al cielo leer a Benedetti, las conversaciones con Isabel, las cenas con Emilio, los ratitos con “romeros sin frontera”, la partida anual de mus con Rafa, Víctor y Yeyo; el canon & gigue de Pachelbel; los mimos de Frida cuando llego a casa destrozado, algunos abrazos con mis hermanos y mi madre, y algunos despertares junto a ángeles sin alas que han compartido parte de mi vida.

            Pero he de reconocer que todos esos cielos que me aguardan a la vuelta de cualquier esquina, no son comparables con la tibieza del vientre de la persona amada junto a mi mejilla. Este es el único cielo que se convierte en una estancia en el paraíso con tooooodos los gastos pagados.

6 comentarios:

  1. Sigo sin entender porque no tienes novia, igual les asusta ese "mesozoicano" lado femenino tuyo.

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  2. Tengo mi teoría, que seguro que es cierta, y está más relacionada con el miedo al dolor que a otras cuestiones. Estoy, como en el barco, achicando agua pero a flote y sin tormentas. Eso no quita que eche de menos (mucho de menos) abrazar, llamadas de móvil, preparar comida para dos y esas cosas que hacen de la vida, convivencia. Ya llegará... O no. Como dijo Silvio: "Soy feliz, soy un hombre feliz, y quiero que perdonen por este y otros muchos) días los muertos de mi felicidad. ;-))

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  3. Lo que siempre he creído:
    A los hombres, lo que os sobra de fuerza os falta de coraje.
    Y la felicidad achicando agua...lo dudo, eso sí, al menos debes de estar bien durito por el esfuerzo empleado.
    Por eso mismo, también siempre he creído que, el peor enemigo del AMOR no es el odio, sino el MIEDO.
    Y para muestra un botón.
    Un beso.

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  4. No es exactamente así. El miedo a terminar sufriendo y de hacer sufrir no es enemigo del amor, es enemigo de comenzar relaciones de pareja. Amar se puede, y enamorarse, y sentir pasión, aunque siempre con una atrofia importante, con limitaciones. La pregunta es: ¿Compensa? De momento, sí. Igual si las heridas cicatrizan y dejo de lamérmelas...
    Y te aseguro que no es una cuestión ni sexista ni de coraje, es personal, una renuncia hasta que mi propia actitud ante las relaciones de pareja cambie.

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  5. El miedo: qué cosa esa! Da miedo. Mucho. El miedo es una función vital, nos aleja de lo que potencialmente nos mata. Sin embargo a algunos no les deja vivir. El miedo ahoga, a veces. Cuando más vivos nos sentimos es cuando superamos un miedo: un paso a siguiente nivel.

    Me das la receta del mus de Rafa? Es la Rafa una fruta o un cereal?

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  6. Efectivamente, nos aleja de los que potencialmente nos puede matar o mutilar, y ese es mi problema, que igual he ido dejando brazos, piernas y algún que otro ojo.
    Rafa siempre será una pera, corra los maratones que corra. Besitos, Rafa

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