lunes, 2 de mayo de 2011

Lo que no parece

Los conocí en una cena oficial de la cámara de comercio. Teníamos amigos comunes y no fue difícil que congeniáramos. Ella no era especialmente hermosa, pero tenía ese atractivo que a los hombres nos hace analizar los gestos, los movimientos, y fijar la mirada en sus ojos. Él, era un hombre menos atractivo a simple vista, pero en la distancia corta, divertido, entrañable, prudente y preocupado por mantener la imagen física de no tan vieja gloria deportiva.

            Juntos daban la impresión de pareja perfecta, salvo por la cuestión cultural de que ella era ligeramente más alta que él, por lo que por prudencia, ella procuraba no ponerse tacones y, en las ocasiones que casi se exigía, por pura coquetería, él procuraba mantener unos metros de distancia.

            A medida que pasaron los meses, la relación con ellos fue cada vez más intensa. Coincidimos en eventos, en comidas con amigos e incluso varias veces quedamos para cenar.

            Se querían, se respetaban y compartían una complicidad difícil de encontrar.

            Aunque son pocas las cosas que me sorprenden, casi me dolió enterarme que ella tenía un amante, y fue una cachetada saber que no era el primero ni el segundo. El asunto no me cuadraba. No correspondía con su mirada.

            Sabía, porque alguna vez había salido alguna conversación sobre los engaños, lo que ambos opinaban, o al menos decían que opinaban. Habría jurado que eran sinceros.

            No quise dudar, pero a las pocas semanas pude comprobar por una amiga íntima suya, lo cierto de la historia.

            Inconscientemente fui marcando distancia. No quería ser partícipe de la farsa. No podía sentarme delante de un amigo y su mujer, también amiga, sabiendo que lo que veía no era lo que había, y aunque siempre mantuvimos cierto contacto, lo cierto es que la relación se fue enfriando.

            Hace unos meses me encontré con ella. Había bajado bastantes kilos y su mirada era triste. La reconocí, pero no me resultaba atractiva, es más, lo que antes era brillo ahora era sombra.

            Tras el protocolario saludo, me contó que había enterado que su marido la había engañado con otra, “después de todo lo que decía, después de todo lo que le he querido, el muy cabrón me engañó con otra”, me dijo.

            La invité a tomar algo para que se calmara y hablara. Y habló, y lloró, y habló, y habló. Que él estaba arrepentido, que la llamaba, que lo había metido en abogados, que no quería hablar con él, que había decepcionado a sus hijos, a su familia, a sus amigos…

            No era el momento de cuestionar nada ni de culpar a nadie. Sólo le hice una pregunta: ¿No tiene solución? “Me da lo mismo”, respondió. “Yo no puedo confiar en alguien que es capaz de hacer esto, de mentirme así, de ser tan cabrón. No voy a perdonarle nunca”.

            Nos despedimos, no sin antes ofrecerme a lo que necesitara.

            Al día siguiente no pude evitar llamar a él, no por curiosidad sino por inquietud.

            “Sí, es verdad”, me dijo. “Un día, hablando de cosas que quisieramos resolver antes de morir, le confesé que hace ya varios años, dos veces, había mantenido relaciones con una mujer, y que no fue más porque quería demasiado a mi mujer y no era justo para nadie. Así que no tuvo más importancia, es más, gracias a eso me di cuenta que no había nada ni nadie más importante en mi vida que ella”.

            Estaba tan destrozado que por un momento pensé en decirle algo. Pero para qué. Quizá sólo aumentara el rencor entre ellos, o quizá yo no quería meterme en una guerra de la que era mero espectador.

            Finalmente han vuelto. Él ya no es el que era, su carga se marca en el gesto de su cara y los meses de separación le han aclarado el pelo. Ella, vuelve a lucir. A mí no me resulta atractiva, pero no ha dejado de encontrar amantes.

2 comentarios:

  1. No es oro todo lo que reluce y menos en las relaciones. Llega un momento en que es tan fácil estar en el papel que resulta pasmoso. Tanta mentira en la fachada, tan sencillo, tan natural... Cuando lo cotidiano come espacio al remordimiento, cuando la justificación engulle la realidad... Uff, qué miedo!

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  2. Hay quien es más feliz por lo que parece que por lo que es. Lo difícil es identificar a unos y a otros.
    Y sí, da miedo.
    Un abrazo

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