martes, 17 de mayo de 2011

Limitaciones

El Elefante y la Hormiga quedaban cada viernes para hablar. Su relación se remontaba ha varios años. Una vez a la semana, el paquidermo salía de su casa hacia la orilla del río en el que solía verse con la hormiga. A su paso, observaba los cambios que se producían a su alrededor. Hacía tiempo que los cazadores furtivos no se atrevían a asomar sus rifles ante la vigilancia a la que había sido sometida la reserva y eso le permitía relajarse.

        Pensaba en cómo había visto pasar los años, irse a los amigos, llegar a su hijo y a su hija, y casi lamentó la buena fortuna de su excelente memoria. Eso también le hizo pensar.

        El camino duraba poco más de 10 minutos. No tenía mayores problemas, los demás animales le respetaban y no le afectaban los juncos que crecían a la orilla de la ribera. Sus más de 900 kilos le facilitaban entrar por cualquier sitio sólo con avanzar.

        Algunas veces durante el paseo, disfrutaba de la lluvia. El agua resbalando por su gruesa piel y corriendo por los pliegues de su cuello solían hacerle sentir más vivo.

        La Hormiga, por contra, tardaba casi un día en llegar al sitio de reunión. Sus cortos pasos le impedían ir tan rápido como quisiera. La hierba que crecía en invierno le obligaba a ir siempre en zig zag, y en verano, la tierra calentaba demasiado su barriga y su cabeza.

        La lluvia era incluso peor, cada gota multiplicaba las posibilidades de terminar siendo arrastrada.

        Aunque no era la comida favorita de ningún habitante de la sabana, su insignificante tamaño le obligaba ir con la máxima cautela para no ser pisada, enterrada o lanzada a metros de distancia por algún golpe fortuito.

        Lo peor llegaba cuando tenía que cruzar el río. Debía preparar con mucho cuidado una especie de balsa formada con juncos y hojas impermeables. Después, calcular bien la corriente y lanzarse al agua esperando que la mala suerte no le cruzara con ningún animal que le provocara el hundimiento de la nave.

        Su fragilidad era tal que, el pequeño viaje le obligaba a estar atenta a todo cuanto ocurría, lo que le impedía cavilar. Todos sus sentidos tenían que estar puestos en cada paso que daba. Parientes, amigos, vecinos... la mayoría de sus congéneres morían por un despiste, por una duda en el momento equivocado, por estar en el sitio inoportuno... Sólo cuando estaba con su amigo el Elefante podía sentirse segura.

        Ese viernes, cuando ella llegó, él ya estaba esperando mirando a lo lejos una inmediata puesta de sol. Como era normal, hasta que la Hormiga no habló el Elefante no se percató de su presencia.

        "Buenas tardes", dijo ella mientras se acomodaba para descansar del largo viaje. "Buenas tardes", dijo él para añadir a continuación: "la vida es más complicada de lo que parece".

        La hormiga asintió y pensó: "Qué sabio es el Elefante. Será un gran hombre".

2 comentarios:

  1. Y con paciencia y saliva se benefició el Elefante a la Hormiga.
    Colorín, colorado, este cuento se ha acabado y ellos fueron felices y nosotros comimos perdices.
    Un beso.

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  2. La verdad es que, por lo que se cuenta en la sabana, el elefante vio a la hormiga, se le cayó la baba y la hormiga se ahogó. Al intentarla reanimar, el elefante le puso la pata encima y la aplastó. Luego, amarró una piedra de dos toneladas a la pata de la hormiga y la tiró al río en la parte más profunda. Nosotros bebimos para olvidar y lo olvidamos. ;-) Besotes

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