viernes, 27 de mayo de 2011

Gata

Vivo en un lugar curioso. Realmente no está en ninguna parte, pero prácticamente puedo asegurar que se encuentra en medio de todo. A la misma distancia del casco histórico que de la zona comercial, de la costa que de la montaña, de un bar de copas que de otro bar de copas.

            Vivo en una urbanización que tiene su encanto. Encajada en la ladera de un barranco  tiene por encima un barrio considerado humilde, pero por debajo… por debajo le defiende la zona más cara de todo el suelo urbano de la ciudad.

            Tiene vistas a la bahía, el tráfico es mínimo, los vecinos se respetan y los pasillos entre casas que entre semana son espacios de encuentro vecinal, los fines de semana se convierten en campo de juegos de media docena de niños y niñas a los que ves evolucionar y hasta despertar a los instintos más primitivos.

            Al barranco le han tapado el cauce con una escalera de cemento que se adapta perfectamente a la orografía del terreno. Como todas las escaleras, tiene un doble sentido, pero a diferencia de otras, no une dos extremos. Permite bajar a la gente humilde que vive en la parte alta a trabajar a la parte rica y, más tarde, les permite volver a casa. Pero, curiosamente, debe ser el único camino que los de abajo nunca utilizan para llegar arriba.

            En este barrio, en esta escalera y en este barranco vive una gata. Fue abandonada hace algo más de un año (no abandonada en el sentido humano sino en esos parámetros animales en los que la madre deja que sus crías buscarse la vida). Por sus ojos podría ser la reencarnación de Elizabeth Taylor, por su color y su andar podría ser siamesa, pero tiene las patas blancas, una mancha (también blanca) perfectamente simétrica en el hocico, y un maullido que casi parece una oración.

            La gata, pasa los días subiendo y bajando las escaleras como buscando dueño, siguiendo a los personajes que atraviesan su territorio a cierta distancia. Por lo general, huye de la gente, y especialmente de mí.

            Por algún motivo desconocido, sólo se queda conmigo cuando llego tarde a casa, de madrugada, a esas horas en las que la noche se retira a otra parte del mundo. Entonces, por algún motivo desconocido (repito), la gata aparece en cualquier rincón del camino, como si fuera don Gonzalo de Ulloa esperando a don Juan, y se deja acariciar.

            Allí mismo me siento. Ella se acurruca a mi lado y ronronea (a veces pienso que si yo tomara whisky, whiskyronearía), y mientras yo comparto mi soledad, ella comparte sus pulgas, y no sé bien quién de los dos se siente más incomodo, pero ahí permanecemos durante un puñado de minutos, los justos para asegurarnos que el sol sale de nuevo y que la escalera vuelve a tomar vida.

            Entonces nos despedimos. Yo recojo mi soledad y ella, la mayoría de sus pulgas, y nos emplazamos para la próxima curda. Hasta ese nuevo encuentro, cuando nos cruzamos nos miramos como si no hubiera pasado nada entre nosotros.

4 comentarios:

  1. Mi gata vive como una Marquesa, tranquila y segura en su cómodo territorio y aunque nunca ha conocido gato, se siente querida y por eso muy afortunada, algo que muchas veces, dice, no valoramos muchos humanos.

    ResponderEliminar
  2. La mayoría de los animales disfrutan el momento porque no piensan ni en el ante ni en el después. Los humanos, parece que esto, que es lo más primitivo, tenemos que ir a cursos, escuelas de mil nombres y profesionales de la psicología para aprenderlo. Que suerte ser gata, aunque no me cambio por ella (por la que vive en mi barrio. Por la tuya...). ;-)

    ResponderEliminar
  3. No serás tú el becario de César Millán? No será ella como Lady Halcón? Quizás sea esa pareja que dices siempre no tener... La que siempre estuvo ante tus ojos. La cotidiana. La invisible. No te das cuenta de que se contonea antes tus ojos todo el día, que solo se acerca en estado de embriaguez para ronronearte en clave de pulga? Que permanece en tí en forma de roncha? Quizás si abrieras la puerta... Mejor no. Mucha corriente.

    ResponderEliminar
  4. No lo había pensado, pero Frida me mira cuando llego a casa como si hubiera estado con otra.Ahora la entiendo. ;-)

    ResponderEliminar