jueves, 28 de abril de 2011

El último cuento

Lo malo de buscar es que encuentras. No siempre lo que necesitas o lo que ansiabas, pero siempre, algo que alguna vez guardaste para no perder pero que tampoco querías tener presente.

            Por eso no me extrañé cuando te vi de nuevo, casi helada, sobre el Puente de Carlos, perdida entre las siluetas de la Ciudad Vieja de Praga, tratando de adecentar aquel sombrero horrible con el que te tapabas hasta donde alcanzaba el cuello de tu pelliza.

            Recuerdo tu voz gritándome que esperara a que estuvieras preparada para sonreír, y tu simulado enfado cuando disparé varias veces ante tu incredulidad.

            Sí. Se me viene a la memoria que un instante antes nos habíamos besado y que, como venganza, unos momentos después calentaste tus manos por debajo de mi tres cuartos, mi pulóver y mi camisa térmica, frotando tus dedos y tus palmas por mi tripa.

            No podré olvidar aquella infusión, para mí, y aquel chocolate, para ti, con el que intentamos entrar en calor, ni las carreras hacia el hotel cuando se puso a nevar.

            Pero a diferencias de otras veces, no sentí tus labios sobre los míos ni tus dedos helados erizándome la piel. Y parece que hasta ayer recordaba la conversación que tuvimos en aquella cafetería que nos cobijó por un rato. Siquiera recuerdo ya si al llegar al hotel nos abrigamos en un cuerpo a cuerpo.

            Así me di cuenta de que no era tu foto la que quería esconder, sino mis sentimientos, la terrible sensación de haber perdido una parte de mi historia para siempre, el miedo a comprender que la vida nos arrebata las pequeñas cosas que un día nos hicieron felices y que nunca volverán.

            Y aunque sé que, como las golondrinas de Bécquer, los sentimientos volverán, también sé que serán otras las oscuras aves que veremos, como otros serán también los sentimientos a los que he de despertar.

            Pensando en ello estaba cuando apareció lo que realmente buscaba: a Neruda y sus “20 poemas de amor y una canción desesperada”. Y como en un espectáculo de ilusionismo, el libro resbaló entre mis dedos, cayó al suelo y se abrió solo por el último poema.
           
            Lo releí y comprendí que también tenía que haber un último cuento, y que tu foto podía volver al mundo.

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