jueves, 21 de abril de 2011

El barco de Espronceda

Cansado de andar cansado de andar solo, decidí poner fin a mis principios y comenzar a escribir nuevos finales en mí vida. Así que, tras un cuarto de siglo criticando las estupideces con las que un hombre se aproxima a una mujer para que ésta se acerque, ordené un listado de banalidades en mi cabeza que sólo me podían llevar a ningún sitio.

            El plan era perfecto según el manual “la noche me confunde”: Hombre simpático y agradable busca mujer agradable y simpática. El físico debía depender de la hora –cuanto más tarde menos tenía que importar- y el grado de compromiso, según dictaran las circunstancias –mujer muy liberal, ninguno; mujer poco liberal, mogollón-.

            Así que decidida la muchacha, fue fácil hablar de lo difícil que me resultaba dejar de mirarla, de pedirle disculpas por el atrevimiento, de asegurarle que mis pretensiones no eran las que imaginaba, que sus ojos decían algo que no decían ninguno más en todo el local, que tenía un qué se yo que yo qué sé, que su boca…, que su nariz…, que lo poco que la habían valorado…

            Y poco a poco fui rengando de mis poetas, y cambié mis libros y mis películas por programas de televisión que nunca vi, y enterré mis miserias para no hablar de las suyas, y transcurrió la noche entre miradas y sonrisas que nunca apuntaban al corazón.

            Todo iba según lo previsto. Mi imagen era tan falsa como la suya, pero los dos reíamos y hasta se podría decir que lo estábamos pasando bien. Por fin yo era uno más en el mundo del engaño con nocturnidad y alevosía.

            Todo iba según lo previsto. Pero una conversación de última hora sonó a cachetada.

            -En una noche de calma chicha, tus ojos rielarían sobre el mar tanto como la luna, parafraseando a Espronceda en su Canción del pirata-, dije yo.
            -No conozco a ese cantante-, afirmó ella.
            -El de “con diez cañones por banda”-, insistí inocente.
            -¡Ah!, es un músico alternativo-, dejó caer.
            -Noooo, el del “velero bergantín”- dije rozando la desesperación.
            -Claro, es que a mí los barcos no me gustan. Dónde lo tiene, ¿en el Náutico?

            En menos de un segundo volví a valorar mi soledad y no me pareció que estuviera tan sola. Ahí estaban mis libros, mis recuerdos, mis sueños y, sobre todo, mis principios y mis finales. Me despedí amablemente, reconocí que mi reino no era de ese mundo, y regresé a mis cuarteles de invierno, donde las mayores estupideces corren de mi cuenta.

7 comentarios:

  1. Las compañías se buscan,

    el amor se encuentra.

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  2. Y viceversa. Hay veces que el amor hay que buscarlo y otras, que las compañías tenemos que encontrarlas. En ambos casos lo importante es la actitud para recibir. Digo. ;-)

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  3. En mi opinión todos tenemos un reino propio y probablemente será lo mas importante ("único") y casi siempre estamos convencidos de que el mismo no forma parte de ningún otro mundo aparte del nuestro (¿vanidad o sensatez?). Salvo excepciones como la del cuento y alguna otra similar, a veces podríamos meditar si es que realmente no estamos dispuestos a compartir nuestro reino o viceversa, pero la cuestión es, es nuestro reino el que siempre nos puede y de paso nos perdemos el resto del mundo con los reinos que conllevan? La respuesta es clara, la que nos haga feliz cada día pero eso si, sin mas derecho que al de vivir solos nuestro bendito feliz reino.

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  4. Es probable que esas sean las consecuencias, pero el fundamento de todo está en lo que queremos y cómo estamos preparados para recibir. Si lo que yo quiero es un lío, no comprometerme, reducir todo a un aquí te pillo aquí te mato, y no tenemos ninguna intención de profundizar en las relaciones, los "reinos", fueran cuales fueran, lo mismo te van a dar. Distinto será si tienes otros planteamientos y otras actitudes hacia lo que existe fuera de ti. No se trata de que haya una cuestión mejor, sólo de saber qué y quién eres y aceptarlo. En fin, supongo que podríamos hablar de esto meses. Un abrazo

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  5. Es harto complicado encontrar una alianza en un contenedor, quizás en el amarillo, donde los envases ecuentres una anilla, pero de lata. En el azul, quizás una grapa. Con muchas grapas se hace un anillo, pero no sé si una alianza. En el verde? no sé, si la hay será sangrante... Finalmente, nos queda el orgánico: una cáscara de papa, una rodaja de limón... todo perecedero.

    Hay que saber dónde buscar. Yo encontré una en la playa, pero nunca encontré a su dueño.

    Por cierto, qué tiene de malo el Náutico?

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  6. ¿Alianza? Supongo que entiendes por dónde va la historia, por muy superficial que firmes, y no es por ahí. Tiene mucho más que ver con migo que con la "ella". No es dónde, sino hasta dónde. Y por cierto, puedes cambiar el Náutico por Pasito Blanco, el Muelle Deportivo, Puerto Banús o Garajonay,si esperas que se descongelen los polos y suba la marea lo suficiente. Qué más da.
    En cualquier caso, gracias por hacerme saber que hay alguien al otro lado.

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  7. De todos esos puerto me quedo el Garajonay, sin lugar a dudas. Ya puedo verlo, dejo el velero y me voy de paseo por el monte verde... Seguro que puedo anillar algún endemismo. Cagarán las palomas de la Laurisilva mi mástil? Bueno, llevaré escopeta y así hago caldo-pinchón

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