lunes, 11 de julio de 2011

Ya ves

De todos los grandes enigmas de la vida, uno se esconde tras las llaves. No hablo de llaves especiales ni de técnicas deportivas ni de herramientas, hablo de las comunes, las que manejamos a diario, con la que convivimos. Por alguna razón que desconozco, ejercen una influencia casi mágica sobre nosotros (supongo que sobre las mujeres también).

            De hecho, una llave que entra en un llavero resulta casi imposible que salga de él. Es habitual que hayan hasta llaves partidas dentro de los llaveros y, por supuesto, otras que no sabemos si abren o cierran, o si tienen algún uso.

            En una encuesta muy poco profesional realizada entre amigos y amigas, nadie recuerda haberse plantado ante una papelera a tirar llaves, tampoco tienen conciencia de si son o no reciclables. Es más, casi la totalidad reconoce tener un bote o un cajón en el que se introducen las que no sirven o las que se encuentran sin saber de dónde son. En definitiva, las coleccionamos sin proponérnoslo.

            Pero la cosa es mucho más grave, y digo más grave porque cuando vendemos una casa o un coche, por poner un ejemplo, el momento en el que nos damos cuenta de que ya no es nuestra, lo primero que echamos de menos, el acto que más nos afecta es la entrega de las llaves. Por el contrario, cuando las recibimos se convierte en el gran momento. Recibir las llaves del piso o del coche o de cualquier cosa es símbolo de posesión, de hacer nuestro, de disposición libre.

            Cuando convives con alguien, las llaves adquieren personalidad. Llegar a casa y ver las llaves de tu pareja, hermano o hija los hace presentes, igual que si por prisa las tomamos prestadas: el rato que están con nosotros aportan compañía. Identificamos un anillo con un manojo de metales colgando con las personas a las que pertenecen.

            De todas las rupturas de pareja que he tenido, los momentos más difíciles se han dado en el instante de intercambiar las llaves. Supongo que eso sucede porque pensamos que hasta ese instante existen posibilidades de que las cosas vuelvan a su cauce, y casi no importa cómo se ha llegado a esa situación, parece que siempre hay punto de retorno si somos capaces de conservarlas.

            Y qué podemos decir si el llavero que ha sido nuestro tanto tiempo, un día lo descubrimos en manos ajenas. De golpe nos invaden todos los recuerdos vividos tras cada cerradura que conocimos tan íntimamente que sabemos perfectamente dónde falla y qué secretos esconde para que funcione.

            Es curioso descubrir como cosas aparentemente insignificantes terminan provocando en nosotros sentimientos tan parecidos a las de las relaciones humanas.

4 comentarios:

  1. Tienes razón, el tema "entrega o pedida de llaves" simboliza un no retorno en el caso de ruptura de una relación, o por lo menos, la intención de no volver atrás. En mis varios intentos de dejar una relación, nunca pedí la llave, parecía demasiado grave, imagino, cerrar totalmente esa puerta. No lo debía tener demasiado claro. En el último intento, pedí esas llaves y no ha sido nada sencillo.

    Un beso.

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  2. Curioso que una cosa tan insignificante y común termine teniendo tanta simbología. Gracias por andar por aquí.

    Un besote

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  3. Sería algo así como, si tengo la llave de tu casa, significa que tengo acceso a ti, a tu corazón, a tu alma, a tu vida.
    Es potente el significado simbólico de algunas cosas cotidianas, como dices, y de las que no nos percatamos hasta que necesitamos tomar ciertas decisiones. Esas cosas cotidianas que son las que a veces hace tan difícil desapegarse.

    Besos.

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  4. Sería incluso algo más. No sólo tienen acceso o tienes acceso, lo llamativo es que nos da mucho miedo perder de forma definitiva ese espacio que una vez creímos nuestro.

    Me quedo con tus besos y te mando otros

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