viernes, 15 de julio de 2011

La decisión

Al colgar el teléfono, notó  que la mano le temblaba.

            -“Tenemos que hablar”, había dicho él.
            -“¿Pasa algo?”, preguntó ella que hacía tiempo que sabía que no pasaba nada entre ambos.
            -“Ya lo hablamos. ¿En la terraza del Madrid a las tres y media?”
            -“Ok”, aseveró sin siquiera pensar si tenía trabajo o no para esa hora.
            -“Venga. Nos vemos a las tres”, y colgó sin dar tiempo a ninguna otra despedida.

            Algo dentro de ella le hizo pensar que aquel era el principio del final. Al fin y al cabo, las cosas habían cambiado mucho en la relación. Era evidente que tras siete años, no todo podía seguir igual. Sin prole y sin mayores problemas económicos, la cotidianidad se había ido apropiando de su relación como el moho de la fruta podrida. Algunas salidas con amigos juntos, salidas con amigas por separado; miradas furtivas con algún compañero de trabajo antes, durante y tras el café, incluso reconocía algún coqueteo que fue más allá de los límites lógicos cuando se tiene pareja y un montón de ratos preguntándose por qué seguían juntos. Ese podía ser el balance de los últimos meses.

            Pero lo que ahora le resultaba incomprensible es que fuera él quien quisiera dejarlo. “Seguro que está con otra”, pensó. “Un hombre nunca deja a una mujer si no hay otra por medio, todo el mundo lo sabe”, se dijo.

            No pudo concentrarse más en el trabajo. Fue al baño y se echó a llorar. “Me va a dejar. Se va con otra, seguro que más joven y con menos culo. ¡Qué cabrón! Va a mandar al carajo todo lo que hemos construido durante estos años. Sí, las cosas se han enfriado algo, es verdad, pero aún hay mucho. Aunque sólo sea por lo que le he dado debería haberse esforzado más. Es un egoísta, un egoísta de mierda. Él , él y él”.

            Después recordó como se habían ido borrando las huellas de ambos en ambas pieles, y cómo se iban apagando las risas, y cómo dejaron de buscarse y encontrarse las miradas… Sí, todo eso es cierto, pero sabía que podían recuperarse. Debía intentarlo. No era motivo para dejar la relación, y menos para dejarla a ella. “Después de siete años el amor madura y se muestra en las pequeñas cosas”, se repitió varias veces como argumento para soltárselo tan pronto como él anunciara el final.

            Salió de baño, llegó hasta su mesa y sacó del bolso las gafas negras para que nadie viera que había llorado. Ni se despidió de los compañeros de curro, llegó a su coche y volvió a derrumbarse. Esta vez el llanto fue de auténtico desconsuelo. Ya no pensaba, sólo lloraba y lloraba. Nunca se había sentido tan sola ni tan abandonada.

            Cuando se calmó, metió la llave en el contacto y arrancó convencida de que la próxima vez que aparcara allí, su vida habría cambiado para siempre.

            Llegó unos minutos antes de lo acordado. Se sentó en la mesa más alejada de la puerta. Pidió agua. Sacó de nuevo el paquete de kleenex que había adelgazado hasta la anorexia, y se secó los ojos y la nariz de nuevo.

            Lo vio acercarse desde lejos. También él traía las gafas de sol puestas y caminaba con ese paso que siempre le caracterizó pero que ella había dejado de apreciar hacía ya tiempo. Desde la distancia él sonrió cuando ella levantó la mano para indicarle dónde estaba. Llegó hasta ella, la besó en los labios y se sentó.

            Se dio cuenta de que durante los últimos años el contacto entre sus labios había dejado de tener sentido y de pronto se le antojó maravilloso, como si lo estuviera descubriendo de nuevo.

            En ello estaba pensando cuando él comenzó a preguntar por el trabajo e hizo señas a la camarera para que le sirviera una cerveza.

            -“¿Quieres algo de comer?”, preguntó él.
            -“Nada. No me apetece comer nada”, respondió ella sintiendo el nudo que había en su estómago.

            Se miraron por un instante a los ojos intentando adivinar la mirada del otro por debajo de los negros cristales. “No lo digas, no lo digas, no lo digas”, pensaba con la misma fuerza con que el corazón le partía el tórax.

            Tras dar las gracias a la camarera y beber un trago de la misma botella, él habló:

            -“Cariño”- dijo-, “hace tiempo que nos estamos dejando ir. Nos respetamos, estamos ahí, pero cada vez somos más amigos y menos pareja. Yo te quiero, y no quiero que esto lo dejemos morir. Sé que parte de la culpa es mía, que no siempre he puesto todo lo que tenía y que muchas veces he dejado que la distancia se instalara entre nosotros. Pero como decía Mercedes Sosa, “quién dice que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón”.

            Recuperaron el silencio. Ella respiró tranquila. El corazón bajó de pulsaciones y tuvo que contener una leve sonrisa antes de hablar.

            -“Yo también te quiero, pero ya no siento lo mismo por ti. La verdad es que llevo tiempo pensando en dejarlo, pero no me había atrevido. Ahora que tú lo has planteado, creo que es el momento de dejarnos libres, de poder rehacer nuestras vidas, de recuperar el espacio y las ilusiones que hemos perdido. En fin, que lo mejor es que lo dejemos. No hace falta que saques las cosas de casa ya, pero no creo que sea bueno que sigamos compartiendo piso mucho tiempo. Yo te ayudo a buscar algo”.

            Él no supo encontrar argumentos. Había ofrecido su corazón como engrudo para unir los pedazos rotos de la relación. Llegó pensando en soluciones y se enfrentaba con un final sin solución.

            -“No pasa nada” -añadió ella-, “las cosas son así. Vamos a superarlo, ya lo verás”.

            Las gafas de sol evitaba que se vieran las miradas, pero las de él no pudieron ocultar una lágrima que buscó la barbilla antes de caer sobre el pantalón.

            Como si esa fuera la señal, ella hizo ademán de pagar, a lo que él respondió con un gesto para que no lo hiciera.

            -“Bueno” –dijo ella-, “nos vemos después en casa, aunque no sé a qué hora llegaré. A mí no me importa dormir en el salón estos días hasta que encuentres casa”, -afirmó segura de que él no lo permitiría.

            Le cogió la mano, se la apretó mostrando toda la nostalgia en una sonrisa y se levantó dándole la espalda. Mientras se alejaba pensó: “A rey muerto, rey puesto. Si llamo ya, seguro que puedo conseguir hora en la peluquería”, y sacó el móvil del bolso sin mirar atrás.

8 comentarios:

  1. al final va ha ser verdad que a veces no sabemos lo que queremos eh ?

    ResponderEliminar
  2. Va a ser que sí, que un poquito les cuesta ;0P
    Un beso

    ResponderEliminar
  3. Tu relato, romántico y bonito como casi todos los q escribes desde tu Yi-yo más emocional.
    Profundo, sin final feliz y con tu toke inconfundible de victimísmo masculino.

    Aunque para ser realista y desde mi punto de vista de mujer,pienso que, tu percepción masculina, nada tiene que ver con la verdadera condición y esencia de la psicología y realidad femenina.

    Ni las mujeres somos tan así, para nada, ni los hombres sois tan víctimas, ni por asomo.

    Por lo que creo, harías bien, si quieres, en cambiar tu concepto psicológico del perfil humano de nuestra condición femenina para poder escribir,siempre desde tu emoción, algún relato que de verdad nos considere como mujeres en toda nuestra plenitud y realidad mas sincera, verdadera y auténtica, que es como realmente somos y sentimos.
    Y la conclusión a tu relato es que:
    las mujeres ante la pérdida y el dolor, sabemos "que no hay mayor riqueza que tenerse a una misma.
    No hay beso.

    ResponderEliminar
  4. ¿Y yo qué he hecho?
    Sé que es una tontería, pero no creo que J.R. Rowling creyera que los niños tienen poderes mágicos; ni Homero, que los cíclopes nos esperan a la vuelta de la esquina; ni Pessoa, que los poetas sólo y siempre fingen que fingen. Sin ánimo de compararme con semejantes monstruos de la literatura (especialmente los dos últimos), es difícil creer que uno es sólo que escribe.
    Quiero suponer dos cosas, una es que no me conoces -en la acepción de averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas- y otra, que no llevas mucho tiempo leyendo este blog, porque hay textos y fotos suficientes para deducir mi respeto por el género femenino y por el ser humano, entre otras cosas, porque además de una madre, tengo cuatro hermanas, tres tías, tres sobrinas, 12 vecinas de 15 que somos (yo cuento) en mí escalera, y siete parejas a las que he querido con locura.
    No obstante hay algo que es cierto: Me gusta reivindicar la afectividad del hombre, su lado más sentimental y mal llamado "femenino", y digo "mal llamado" porque creo que es una riqueza del ser humano, independientemente del género, pero que históricamente se ha asociado al género femenino.
    Hablar de "víctimismo masculino" demuestra que cuento con unas limitaciones sorprendentes a la hora de explicarme, porque mi intención sólo era contar algo que ocurre, ha ocurrido y ocurrirá entre géneros. Y es curioso, porque el cuento comenzó siendo ella la que llamaba, pero me pareció que podía ser más interesante darle la vuelta por romper con la estadística de que las relaciones suelen ser dejadas por los hombres.
    Sería interesante saber, si hubiera mantenido la primera versión, si me hubieras definido como "el machote", "el sobrado" o "el engreído", ya que supongo que en tu objetividad comprenderías que los hombres no somos tampoco sólo esto, y puede que hubieras entendido que desde mi "concepto psicológico" pretendo demostrar que los hombres no necesitamos a las mujeres o qué sé yo.
    En cuanto a lo de "cambiar mi concepto psicológico del perfil humano sobre la condición femenina", no es complicado, ya que la condición humana y la relación entre hombres y mujeres es un tema bastante común en las conversaciones con amigos y amigas, e incluso sin necesidad de ser tan amigos o amigas, y casi todas las semanas matizo un poquito la idea.
    En fin, que hacer una valoración del cuento me parece estupendo, hacerla de mi perfil psicológico, atrevido. En cualquier caso, si eres de Gran Canaria, no tengo ningún problema en tratar el tema cara a cara.
    El beso es síntoma de cordialidad y respeto, así que permíteme que yo sí que te envíe uno.

    ResponderEliminar
  5. Yo que soy mujer no pedo entender estos ataques de feminismo que nos dan a algunas. ¿ Y si hubiera sido él el que la dejara.... que hubiera sido ?Machista .... ect . creo en la igualdad y yo que si conozco a yiyo puedo decir que en todo lo que hace parte de esa base. Un beso para los dos

    ResponderEliminar
  6. Cada uno o una suele interpretar las cosas (y más las historias ficticias) desde su experiencia. Interpretar que las mujeres quedan mal en mis relatos o que la música que cito no es buena, son opiniones que podemos discutir, pero es aceptable. Creo que no es bueno pasar de ahí a pensar que tengo algo personal contra las mujeres o que odio la música. A lo que voy es a que yo no me atrevo a juzgar la personalidad de Nietzsche por sus escritos, y por eso no me puedo ver en el comentario, aunque es un comentario. Por cierto, en la primera versión el tipo se iba al gimnasio. En fin, que gracias por estar ahí y, ya que nos conocemos, un beso y un abrazo ;-))

    ResponderEliminar
  7. Jajajajajaja! Pensé que esto era una patada en los huevos, pero pensándolo mejor en el mordisco de un "yorsai" sin vacunas. Es buenísimo! Pero incluso mejor que la chascada, es verte deshaciéndote en explicaciones. Ay, Gran Yiyo! en menudo jardín te has metido. Yo te mando dos besos, gasas y betadine. Si va a más temando el helicóptero, ya sabes, por lo amigos lo que haga falta (aunque sean misóginos, jajajaja)

    ResponderEliminar
  8. Estimado compañero y sin embargo amigo, es lo que tiene estar abierto a las críticas, y más cuando son anónimas. Hay que estar en las duras y en las más duras. Un abrazote

    ResponderEliminar