domingo, 17 de julio de 2011

Oro parece

Fue amor a primera vista. Se conocieron una noche de copas. Cenicienta había regresado a casa hacía varias horas y ellos tenían las mejores horas por delante. Ella, un metro setenta de altura, melena rubia hasta la altura de los hombros que el traje dejaba al aire. Las piernas estilizadas quedaban al descubierto hasta algo más arriba de medio muslo, mientras que el busto parecía un reto a la Ley de la Gravitación Universal.

            Él, un metro ochenta de altura y sólo 60 centímetros menos de hombro a hombro. Una talla menos de camiseta le habría impedido ponérsela. Perfectamente afeitado desde el bigote hasta los tobillos, y unos ojos azules con un brillo especial a los que no se podía decir que no.

            Fue mirarse y saber que estaban hechos la una para el otro. Era inevitable que la vida los juntara esa noche, así que él decidió ir a la barra donde ella estaba apoyada, y después de excusarse por importunarla e invitarle a una copa, ella comentó algo sobre el calor que hacía esa noche.

            Intercambiaron hobbyes y proyectos, y ambos se sorprendieron de cuantas cosas tenían en común. Él quiso demostrarle lo fuerte que era llevándola en brazos al coche, y ella se dejó coger para que él viera lo ligera que era.

            Él no quiso que se fuera sola a casa y ella no quería quedarse sola, y eso facilitó que se pusieran de acuerdo para besarse y prometerse amor eterno.

            Esa noche hubo cama y sexo en la casa de ella, no podía ser menos cuando te encuentras con tu media naranja, y algunos comentarios sobre lo bien que se lo habían pasado durante la noche antes de dormirse.

            A ella le costó encontrarse con Morfeo porque el sexo le había parecido demasiado brusco y el brazo de él era demasiado pesado para tenerlo encima durante la noche.

            El se durmió rápido, pero no descansó, agobiado por las permanentes vueltas que daba ella.

            Cuando se dieron cuenta ya era de día y ambos estaban despiertos. Ella se levantó y él se dio cuenta de que sin los 16 centímetros de tacón, su altura no era tanta, y que sin sujetador sus pechos parecían haberse desinflado. La melena rubia presentaba ahora un pelo bastante más rizado y dejaba entrever unas raíces mucho  más oscuras. Le extrañó no haber visto aquella noche la piel agrietada que le cubría los bordes de las nalgas.

            Ella no estaba de demasiado humor. De día confirmaba lo que de noche sospechó. Demasiado tosco en sus maneras y demasiado torpe en sus palabras. Al mirarlo a la cara, se dio cuenta que sin lentillas sus ojos eran de un marrón oscuro, y se le antojó demasiado exagerada la depilación de sus cejas.

            Ella preguntó al hombre de su vida si quería desayunar algo, deseando que dijera que no y se marchara pronto, pero el respondió que sí, y se comió casi media caja de cereales a puñados, bebiendo algo de leche del mismo tetra brik.

            Ella pensó que quizá aquel hombre que con 35 años seguía viviendo en casa de sus padres a la espera de encontrar un trabajo, no fuera el hombre de su vida, y él cuando ella le extendió un tazón y una cuchara para que se sirviera, comprendió que no le iba a comprender.

            Por fin, más baja que la noche anterior, menos rubia, demasiado delgada, con las piernas demasiado finas y anunciando la misma Ley de Newton que horas antes había retado, se despidió de aquel hombre rudo, insensible, de mirada esquiva y dedo en la nariz o en la oreja.

            Se dieron un beso en la mejilla, prometieron llamarse sin haber intercambiado los números de teléfonos y olvidaron preguntarse por qué hacía tan pocas horas ambos estaban convencidos de haber encontrado con su pareja ideal.

2 comentarios:

  1. Hablando de oro y viendo el final de la historia, hay una canción que dice: Si quien tiene oro, te regala plata, no te ha dado nada, todo lo mejor guardó para sí. Un beso.

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  2. Y eso si tienes oro y todavía das algo, pero por lo general el personal prefiere recibir a dar y elige todo lo que brille pensando que pueden ser diamantes. Hay quien tiene un pavo real y espera siempre a que abra la cola para presumir de él, olvidándose de que el bicho, con la cola cerrada, es también bello.
    Un besote

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