domingo, 31 de mayo de 2015

Nadie pregunta por mí

Mis recuerdos de infancia son los de un niño preocupado porque su hermano y su hermana no se perdieran al volver del colegio. Siempre he sentido esa responsabilidad hacia ellos. No sé si me impusieron, me la transmitieron o es que simplemente soy así.
Deduzco que no era un chico problemático. Si alguna vez lo fui, debí ser demasiado discreto porque nadie lo recuerda. Guardo en mi mente ciento de conversaciones de mi madre sobre mi padre, de mi padre sobre mi madre, de mis padres sobre mis hermanos y de mis hermanos sobre mi padres, pero no guardo ni uno solo de ellos hablando de mí que no fuera un breve: "le va bien, es feliz".
Así crecí. Cuidé de mis hermanos, colaboré con mis padres, nunca di un grito ni monté una escena. Comía lo que me ponían, ordenaba mi cuarto, recogía mi ropa, respetaba a los mayores, llegaba a mis horas, cumplía con cuanto se suponía que eran mis obligaciones...
Y es probable que me fuera bien. Al menos de forma general. Pero tuve muchos momentos en los que habría querido una mano, un hombro, unos brazos enteros que me acogieran. Nada de eso me habría cambiado la vida, pero me habría servido para saber que existía. Y ciertamente, no creo que eso pudiera valer para ser feliz. Pero debía parecerlo.
En la universidad seguí siendo ese ejemplo que nunca nadie pone, ese problema matemático que se da por resuelto sin hacer cálculos, ese alumno que todo profesor quiere porque ni da trabajo ni conflictos pero sirve para aumentar las mejores estadísticas.
Fui el novio ideal y, después, el marido perfecto, el yerno deseado, el cuñado que nunca sobra y, por fin, el padre correcto.
Tuve dos hijas que mientras estuvieron en casa recibieron estrictamente lo que necesitaban. La cantidad justa de cariño, la medida adecuada de disciplina, los bienes necesarios para que vivieran bien... Podría decir que era un padre al que se respetaba, pero al que no se molestaba con problemas ni con nada que pudiera llevar una contrariedad o una preocupación. Al fin y al cabo, para ellas era un padre feliz al que le iba bien.
Tenían motivos para creerlo. Nunca discutí de política ni me posicioné ante los abusos sociales. Nunca me quejé ni me entretuve a mirar las cosas que pasaban a mi alrededor. Para qué. Mi vida ya era perfecta y, diría, yo también.
Ahora soy un abuelo perfecto. Cuido de mis nietos cuando me lo dicen, me tomo las medicinas que me mandan, no me quejo aunque me duela la vida que no he vivido y quizá llegue a los 90 años sin haber dicho nada inconveniente.
Desde mi cama veo el mundo girar, pero escucho que nadie pregunta por mí.

8 comentarios:

  1. Buenas,

    Me han gustado mucho tus tres últimos relatos, pero este me ha resultado conmovedor.

    Un placer volver a disfrutar de tu imaginación.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Buenas noches, señorita.
    Siempre me lees con buenos ojos.
    Ahora, más liberado de trabajo, a ver si me aplico y no me dejo ir tanto, aunque mi imaginación tiene ya problemas para no repetirme ;-))
    Besote

    ResponderEliminar
  3. Ese es mi gran miedo, que al final nadie pregunte por mi.
    Quizás por eso sigo en las redes sociales, para creerme que no estoy tan sola. Aunque ahora en vez de hola, se busque un "me gusta"

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Buenos días.
      Supongo que para que la gente pregunte por uno o por una, hay que "ganárselo". Entiendo que no basta con pasar por la vida, sino de hacer algo con ella. Que te echen de menos en las redes sociales es un paso ;-))
      Un abrazo.

      Eliminar
    2. Buenos días,
      Tienes razón. Y como tu bien dices, todo eso pasa cuando, hayas "vivido"
      Un abrazo y buen finde

      Eliminar
    3. Gracias.
      No será un buen fin de semana, desgraciadamente, pero me quedo con el abrazo más que nunca.
      Otro para ti.

      Eliminar
    4. Hola,
      Siento leer que estás triste. Da la impresión que la vida acaba de darte un giro inesperado, de esos que te rompen por dentro y necesitas tiempo para recomponerte de nuevo. No se el motivo y tampoco se como animarte, pero te dejo esta poesía por si puede ayudar:
      "Me gusta pensar que voy a verte. No se en que lugar, ni en que estación o circunstancia. No se si hoy, mañana, en unos años o en alguna otra vida. No se si siendo niños, jóvenes o ancianos; en forma de personas, de agua y piedra, flor y tierra o lluvia y vida. Sólo pensar que voy a verte de algún modo, en algún tiempo en que nuestros destinos coincidan nuevamente. Sólo pienso en eso. Me gusta pensar que voy a verte (Eric Leunam).
      Ánimo

      Eliminar
    5. Hola de nuevo.
      La vida lleva su propio ritmo y, además, es inexorable con ello. Tanto te da y tanto te quita sin hacer una sola mueca.
      Agradezco las palabras de Leuman, pero más aún tu preocupación.
      Un fuerte abrazo.

      Eliminar