sábado, 21 de enero de 2012

La casita de la playa

Los conocí una mañana de no sé que mes. El sol trataba de escapar del horizonte y yo de un buen puñado de kilos de más que había ganado desde que terminé la universidad. Para ello, cada mañana hacía varios kilómetros por la costa, hollando la arena de una playa que cada día amanecía virgen.

Fue allí donde me los encontré tratando de construir una casa. Ambos, más jóvenes que yo, se habían casado hacía pocos días y se enamoraron del lugar hasta el punto de decidir que se quedarían a vivir allí para siempre.

“Tengan cuidado”, les advertí. “Por algún motivo, nadie se ha puesto a vivir en este espacio, aunque todo el que llega se queda impresionado por el paisaje, el entorno, el silencio... Pero nadie ha logrado vivir aquí al menos por mucho tiempo”.

“Nosotros sí lo haremos”, contestaron casi al unísono convencidos de que su unión hacía más fuerza que cualquier fuerza de la naturaleza.

Allí los dejé y allí los encontraba cada día amontonando maderas, cañas, hojas de palmera y todo tipo de materiales útiles para su propósito. He de reconocer que cada día aquel espacio parecía cada vez más una casa, y cada día aquel proyecto se asentaba en aquel paraje como si hubiera esta allí instalado toda la vida.

Es cierto que hubo días de lluvia y viento, pero ambos parecían cada vez más y más convencidos de que no había lluvia que empapara su empeño ni viento que se llevaran sus ganas.

Casi habían terminado la fachada cuando un huracán arrancó el techo y derribó parte de la parte trasera de la casa. Allí me los encontré intentando recoger los restos que el huracán había dejado a su paso. Por fuera, la casa seguía teniendo ese aspecto de vivienda, si bien no se sabía con certeza si en ruina o en proceso de construcción. Pero también me encontré a los dos convencidos de que con un techo más fuerte y unas paredes más resistentes no habría huracán que los derrotara. Por tanto, dentro del dolor había mucha esperanza, “porque juntos no nos vamos a dejar vencer por un poco de viento”.

Utilizaron madera en lugar de palmas para el techo y clavos en vez de cuerdas, pero fueron entonces las altas mareas las que llegaron a golpear una y otra vez la fachada y los pilares del porche. No necesitó más que una horas para arrastrar la arena, dejar unos cimientos que contaban con más ilusión que hormigón al aire y arrastrar gran parte de la casa mar a dentro.

Los hallé sentados frente al mar, distanciados, ella sostenía una pintura que había arrebatado a la marea y él no encontraba dónde poner la vista. Esta vez no había restos que recoger. El mar se lo había llevado y punto. No lo esperaban, creían que habían pensado en todo, pero los detalles inesperados fueron fundamentales. No obstante decidieron que aún seguían juntos, y que eso era suficiente para intentarlo de nuevo.

Quizá fue él el que lo decidiera ya que ella no tenía tan claro que el sitio fuera tan bonito ni que su amor tuviera poderes sobrenaturales que les permitiera vivir en donde nadie lo había logrado, pero el argumento de “ya sabemos cómo, ya sabemos dónde”; el miedo a tener que buscar un nuevo lugar; y la pena de ver como la mar y el viento dejaba sin ilusiones a su pareja, la convencieron de seguir en el empeño.

Alejaron un poco más la casa de la orilla; utilizaron materiales más caros y mejores, pero menos rústicos y agradables al tacto y a la vista; utilizaron más piedra y menos madera; hicieron las ventanas más pequeñas y las puertas más estrechas y los muros más anchos; y cierto es que la casa resistió algunos vientos y las olas llegaron con menos fuerza, pero el no veía el mar desde el interior de la casa y ella no reconocía entre aquellas paredes el hogar que había soñado.

No hizo falta que la casa se la llevara el viento o el agua, bastó con que hicieran presencia las humedades y algún que otro desperfecto en la fachada para que ambos reconocieran que tampoco le apetecía vivir allí, en tierra de nadie, ni tan cerca del mar para disfrutarlo ni tan lejos como para no sufrir sus consecuencias.

La última vez que los vi él iba vestido de buzo y corría hacia la orilla, ella llevaba una mochila a la espalada y un billete para el Himalaya en el bolsillo. Ellos no se dieron cuenta de mi presencia: ninguno miró hacia atrás.

6 comentarios:

  1. ¿Es esta una historia triste, o simplemente es así la vida?, ¿Están destinadas las relaciones de pareja a sucumbir ante las inclemencias de la vida? No sé. Quizás es que justamente hoy, a saber por qué, tengo una mirada un poco triste de las relaciones de pareja, o de los enamoramientos, o de las expectativas con respecto a las relaciones...

    En cualquier caso, me ha gustado tu relato, y no deja de admirarme tu creatividad.

    Besos

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  2. Buenas, morena.

    Evidentemente hay una lectura de tristeza, pero hay varias de esperanza. Por ejemplo: si hubieran muerto en cualquiera de los derrumbes de la casa, habrían sido felices, además de completamente de convencidos de que estaban hechos el uno para la otra o viceversa.

    Por otra parte, también podemos pensar que igual que se madura para construir más cerca o más lejos del mar, también lo estamos para saber con quién queremos compartir y qué necesitamos para ser feliz.

    La historia no queda aquí. Seguro que ella construyó una casa y el se quedó a vivir en una barra de coral. Y a saber si se encontraron con alguien y fueron felices, o no.

    Un beso y gracias por seguir ahí.

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  3. O quizás fueran felices aunque no se encontraran con alguien, este es el reto ¿no?, que la felicidad no dependa de con quién estemos.

    Tienes razón, también hay esperanza en este relato, pero debe ser que ayer yo lo veía todo un poco gris, hoy está más colorida la cosa.

    Besos y también gracias por seguir ahí.

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  4. "Rendirse a la evidencia es de sabios; aceptar la derrota y resignarse puede, en muchas ocasiones, traer más beneficios que seguir luchando contra viento y marea para conseguir algo que cada vez está más complicado y más lejos de nuestro alcance".

    Del libro El poder de la Intuición subrayé éste trozo que me parece viene el propio ahora.

    Besos

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  5. Hola, morena, cuánto tiempo sin verte por aquí.

    Según la RAE, resignar es "Conformarse con las adversidades", entre otras acepciones.

    A mí me gusta más creer que de lo que se trata es de asumir, que según la RAE significa:

    "1. tr. Atraer a sí, tomar para sí.
    2. tr. Hacerse cargo, responsabilizarse de algo, aceptarlo.
    3. tr. Adquirir, tomar una forma mayor".

    O sea, que no es tanto el "es lo que hay y no puedo hacer nada" como el "he aprendido de esto y puedo hacer muchas otras cosas sin necesidad de ofuscarme".

    Por otra parte, tampoco veo muy claro lo de la derrota, porque no siempre que uno pierde una apuesta significa que está derrotado. Es más, he visto a mucha gente derrotada después de una victoria.

    Quitando estos matices, ciertamente viene a colación.

    Un besote grande

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