sábado, 17 de noviembre de 2012

Huelga general


Se levantaron como cada día. Habían quedado con sus compañeros de trabajo para acudir a la convocatoria de manifestación que los sindicatos y otras instituciones habían convocado para mostrar su disconformidad con las propuestas de un Gobierno que parecía tan alejado de la realidad como ausente de los problemas reales de las personas.

Se ducharon y se vistieron sin hablar demasiado, como si estuvieran concentrándose para lo que iba a venir. Cruzaron sólo alguna frase para saber dónde estaba alguna pieza de ropa y desayunaron por separado.

Bajaron al garaje y subieron al coche de ella. Se dirigieron hacia la plaza de concentración y unas manzanas antes él se bajó para encontrarse con sus compañeros y compañeras de trabajo y ella siguió para ir a concentrarse con los suyos.

Se despidieron con un breve “cuando termine te llamo” por parte de ella, y un “hasta luego” por parte de él. No estaban enfadados, sólo distantes y preocupados porque lo que la vida les deparaba.

La plaza ya estaba casi llena y muchos manifestantes extendían sus pancartas para definir posiciones dentro de la marcha. Él se saludó con sus compañeros, intercambiaron unas palabras y, tras mirar a su alrededor, auguraron un éxito de convocatoria.

Ella, junto a sus colegas de profesión, esperó la llegada de la protesta ante la Delegación del Gobierno. A medida que la protesta se aproximaba, sintió como los cánticos y arengas de entusiasmo se iban tornando en tensión. Miró a sus compañeros y compañeras y en sus ojos leyó la misma agresividad que ella empezaba a notar.

No obstante aguantaron hasta la llegada de la protesta. El tumulto casi los engulle pero ya lo habían previsto y permanecieron unidos, allí, en primera fila, cada vez más tensos y más nerviosos, bajo una presión infinita que sólo se soltó cuando el jefe de policía dio la orden de disolver la protesta.

Fue entonces, durante la carga, cuando ambos volvieron a encontrarse. Él no pudo ser reconocido porque se encontraba boca a bajo tratando de proteger a un compañero de la paliza que le estaba dando una agente, a la que él tampoco reconoció parapetada tras el escudo y el casco de los antidisturbios.

Para él y para ella, en ese momento, sólo eran una y uno más, respectivamente.

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