Se levantaron como cada día. Habían quedado con sus
compañeros de trabajo para acudir a la convocatoria de manifestación que los
sindicatos y otras instituciones habían convocado para mostrar su
disconformidad con las propuestas de un Gobierno que parecía tan alejado de la
realidad como ausente de los problemas reales de las personas.
Se ducharon y se vistieron sin hablar demasiado, como si
estuvieran concentrándose para lo que iba a venir. Cruzaron sólo alguna frase
para saber dónde estaba alguna pieza de ropa y desayunaron por separado.
Bajaron al garaje y subieron al coche de ella. Se dirigieron
hacia la plaza de concentración y unas manzanas antes él se bajó para
encontrarse con sus compañeros y compañeras de trabajo y ella siguió para ir a
concentrarse con los suyos.
Se despidieron con un breve “cuando termine te llamo” por
parte de ella, y un “hasta luego” por parte de él. No estaban enfadados, sólo
distantes y preocupados porque lo que la vida les deparaba.
La plaza ya estaba casi llena y muchos manifestantes extendían
sus pancartas para definir posiciones dentro de la marcha. Él se saludó con sus
compañeros, intercambiaron unas palabras y, tras mirar a su alrededor,
auguraron un éxito de convocatoria.
Ella, junto a sus colegas de profesión, esperó la llegada de
la protesta ante la Delegación del Gobierno. A medida que la protesta se
aproximaba, sintió como los cánticos y arengas de entusiasmo se iban tornando
en tensión. Miró a sus compañeros y compañeras y en sus ojos leyó la misma
agresividad que ella empezaba a notar.
No obstante aguantaron hasta la llegada de la protesta. El
tumulto casi los engulle pero ya lo habían previsto y permanecieron unidos,
allí, en primera fila, cada vez más tensos y más nerviosos, bajo una presión
infinita que sólo se soltó cuando el jefe de policía dio la orden de disolver
la protesta.
Fue entonces, durante la carga, cuando ambos volvieron a
encontrarse. Él no pudo ser reconocido porque se encontraba boca a bajo
tratando de proteger a un compañero de la paliza que le estaba dando una
agente, a la que él tampoco reconoció parapetada tras el escudo y el casco de
los antidisturbios.
Para él y para ella, en ese momento, sólo eran una y uno más, respectivamente.
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