Había oído hablar tanto de las maravillas del salto, que la
primera vez que lo intenté sólo sabía que había que pisar fuerte sobre el
trampolín e impulsarme extendiendo las manos hacia el plinto para, tras
apoyarme en su extremo, caer sobre una colchoneta.
En principio
no tenía por qué hacerme daño, ni había motivo alguno para sospechar que el
salto podía ser más peligroso que cualquier otro deporte. No en vano había
visto a muchos hacerlo, y a alguno de ellos caerse y levantarse, todo en una
misma secuencia.
Es cierto.
Yo era joven y un salto era más un reto que un compromiso.
Recuerdo mi
carrera hacia el trampolín midiendo los pasos, con la mirada puesta en el
extremo donde debía apoyarme y la confianza en que mediría de reojo el último
paso que debía llevarme hasta el aparato que me impulsaría lo suficiente como
para completar el ejercicio con éxito. Pero nunca me había impulsado en un trampolín
de estos. Quizá porque boté muy al borde, o porque iba con demasiada velocidad, quizá sólo porque no sumé el impulso de mis piernas
con el del trampolín… El caso es que por debajo de mí vi pasar el plinto, la
colchoneta y las primeras baldosas del suelo que le seguía, y aunque el golpe
fue duro, el vuelo fue una sensación inolvidable, tan intensa que después de
tantos años no recuerdo el golpe sino el “vuelo”, ese sentimiento de total
descontrol en el aire, de despegue sin retorno, de temor-emoción-experiecia…
Casi no me
había mirado los cardenales de la caída cuando ya estaba de nuevo dispuesto a
un nuevo salto. Esta vez sabía que el impulso debía ser moderado, que debía
alejarme un poquito del aparato para enfrentarme a él con más capacidad de maniobra,
y emprendí una carrera que ya conocía por un camino que ya había recorrido para
enfrentarme a un plinto que aún no había tocado. Esta vez, todo fue mejor. El
salto casi perfecto, me llevó hasta la colchoneta, pero a la hora de apoyar los
pies no flexioné las rodillas, lo que me llevó de nuevo al suelo y de boca,
aunque esta vez sobre blando, provocándome una leve lesión en la rodilla.
He de
reconocer que el salto no estuvo mal, que a diferencia del primero sentí mucho
más mío el trampolín, el plinto, la colchoneta y hasta más dueño de mis propios
movimientos.
Pensé que el
tercer salto sería ya perfecto. Así que con la experiencia adquirida y tomando
las precauciones necesaria de rodillera, codera y la protección de un casco,
emprendí de nuevo la carrera, aunque esta vez mucho más concentrado y mucho más
pendiente de lo que hacía en cada
momento, con cada paso, en cada movimiento. Realmente no disfruté del vuelo y es
cierto que caí de pie, y que aunque no fue perfecto el ejercicio, para ser la
tercera vez no había estado nada mal. El único detalle de relevancia fue que en
mis ganas porque hacerlo todo bien, el “ataque” al aparato se tornó demasiado
agresivo, cargando demasiado el peso del cuerpo sobre las manos, lo que me
provocó una inflamación en la muñeca.
Lo intenté
muchas veces más con distinta fortuna. Con el tiempo se me han ido quitando las
ganas saltar. Sé que lo puedo hacer y que conozco los tiempos, pero también he
aprendido que a medida que me voy cargando con años, las lesiones tardan más en
curarse. Y aunque no he olvidado esa sensación de “vuelo”, cuando encuentro un
plinto que me “provoca”, soy de los que antes de iniciar la carrera se pone el
casco, las muñequeras, se venda los talones, se pega varios dedos, mide la
distancia, comprueba que la colchoneta tiene la altura reglamentaria y durante
la carrera no piensa tanto en la mecánica del salto como en dónde me voy a
llevar el leñazo esta vez y si me va a doler. Y una vez en el médico pienso: “Quién
me mandará…”
Eso sí,
quiero creer que cualquier día salto por encima del cajón y la colchoneta y
vuelvo a revolcarme por el suelo aunque sólo sea por ver si soy capaz de
levantarme.
¿Qué te puedo decir?, supongo que en parte tienes razón y, a medida que pasan los años vamos cubriendo, protegiendo, midiendo, calculando...para evitar las lesiones y heridas que ya sufrimos anteriormente. Y eso no está mal del todo, puesto que es absurdo dirigirse a una caida y lesión segura. Aunque en la vida como en el deporte no todos los saltos terminan en caidas ni provocan lesiones o, por lo menos, no las mismas lesiones "brutales" de los saltos anteriores.
ResponderEliminarLa cuestión es querer o no querer saltar. Hacerlo o no hacerlo. Y no pasa nada, lo que se elija en cada momento, bien elegido será.
Desde mi punto de vista, el problema está en quedarse paralizado a mitad, una vez se ha comenzado la carrera para iniciar el salto. Esto también lesiona.
Si se quiere volver atrás y decidir no dar el salto, perfecto. Pero a mitad de camino entre saltar y no saltar lo único que provocará es que nos lesionemos igualmente, o que lesionemos al otro.
Un beso con sabor a limón.
Siendo un cuento y siendo nuestra vida desde dónde lo interpretamos, todos y todas tenemos razón. Y sí, supongo que lo mejor es que hagamos lo que hagamos, no nos quedemos siempre parados en la zona de carrera, es probable que nos pasen por encima. Quizá el protagonista del cuento podría haber terminado siendo un magnífico gimnasta de paralelas o de anillas, o un crítico de arte cojonudo, o sería feliz haciendo buceo.Es más, en ningún caso se dice que no sea feliz o que haga otras cosas, el caso es que un aspecto de su vida hay algo pendiente. En el cuento es el plinto, pero podría haber sido la relación con su madre o su padre, el encuentro con la homosexualidad, las relaciones sociales... y por supuesto el amor en todas sus vertientes.
ResponderEliminarSí. Quedarse quieto es malo.
Un beso, y un limonero ;-)
Por supuesto. No digo que no sea feliz, ni que se trate de una relación de amor, ni interpersonal...
ResponderEliminarLa cuestión es que estar parado no nos sirve de nada, se trate de lo que se trate. Bss
Lo decía Alberto Cortez (http://www.youtube.com/watch?v=Hbz4XvW6Mg4) "Yo no sé quién va más lejos, la montaña o el cangrejo". Quiero creer que pararse no es malo, sólo depende de dónde y el tiempo. En fin, matices para discutir delante de una copa entre el rescate que no es rescate y la vida que no es la vida.
ResponderEliminarUn besote... o dos
Cierto, pararse no solo no es malo, sino que es necesario para reponer fuerzas, reflexionar, escuchar, mirar y valorar lo recorrido y lo que te queda por recorrer...
ResponderEliminarEs bien distinto, quedarse paralizado.
Bss con dos limoneros y un gin tonic
Llegado el acuerdo, pasemos al gin-tonic (si sólo es uno, si no, ron)
ResponderEliminarUn acuerdo!!! Por fin!!!
ResponderEliminarEso merece cuatro rones si bien yo brindaré con cuatro whisky.
Bss
Pues fíjate que no tengo yo muy claro lo de pararse, que lo asemejo con tomar cierta distancia para aclararse.
ResponderEliminarA veces esa distancia es conveniente, puede aclarar, pero en ocasiones podría tener un efecto falsamente "sanador". Me explico, pudiera parecer que distanciarse de lo que nos produce dolor, de lo que nos ofrece dudas, hace que nos aclaremos, pero al tomar contacto nuevamente con la situación, otra vez se producen los mismos "síntomas". Pudiendo ser presas de la situación nuevamente. Sin embargo, si nos sometemos a una sobreexposición o una exposición continuada, aquello puede además de hartarnos, hacernos caer en la cuenta de que realmente aquello no es lo que nos hace bien, o lo que deseamos.
Yo he necesitado tomar estos diferentes caminos, sobre todo, cuando uno de ellos no me resultó útil. Aunque también es verdad, que depende de tantas cosas el que tomemos un camino u otro!!!! Estado anímico, tamaño del lío en el que estamos, nivel de ansiedad,....
En fin... un lío, lo sé, pero es que la vida no es tiene un trazado plano, y no siempre estamos en disposición de hacer la mejor elección. Antes de llegar a eso, yo me equivoqué muchas veces, o me autoengañé, pero mira, soy capaz, aunque sea a toro pasado de haberme dado cuenta. Y cómo no, me sigo equivocando, será para seguir aprendiendo, digo yo, je...
Y ya no me/les lío más.
Besos
Pd.: Yiyo, ¿no hay una cancioncita para amenizar esto del "pararse"
Hola, morenota. Qué bien eso de verte por aquí a pesar de mis ausencias.
ResponderEliminarPues sí y pues no, porque como sabemos, todo depende de cómo lo vives.
Creo que cuando hablamos de "parar" es crear un espacio de reflexión, un "esta guagua no es la mía y me quedo en la parada para ver el plano".
Hay veces, la mayoría, en donde los problemas se pueden resolver mientras giramos, pero en algunas ocasiones terminamos sin distinguir colores o formas.
Quizá, al menos en mi caso, no se trate tanto de ausentarme como de poner perspectiva. Hay veces que estamos tan cerca del problema que somos incapaces de verlo.
Es como cuando abres una foto en el ordenador. Podríamos ampliarla hasta el punto en que nos vemos dentro de la imagen, pero si todo lo viéramos así, terminaríamos por no saber lo que vemos. Hay veces que hay que tocar el timbre y bajarse.
Por lo general, y esa es mi experiencia propia y ajena, cuando lo hacemos es porque debíamos habernos bajado varias paradas antes pero nos dio miedo pensar que no sabemos el horario ni la ruta de las guaguas.
Canción, porrrrrrrrr supuesto, no una, mil. Una que recomiendo por eso de "me paro aunque sea a ver qué ha sido de mi vida", recuerdo "Cuanto gané cuanto perdí" de Pablo Milanés, por ejemplo. Claro que si lo pensamos, la mayoría de las canciones, la práctica totalidad de ellas creo que están hechas en ese punto en el que nos paramos a reflexionar, en que nos bajamos del mundo y nos damos cuenta de que gira sin nosotros o que el mundo en el que giramos es otro al que creímos. Y no es siempre desamor, a veces es de amor, de descubrir que con lo malo y lo peor seguimos y queremos estar en un espacio determinado. Así que, además de la propuesta de Pablo Milanés, propongo una que tiene un encanto especial, al menos para mí, a pesar de los años (que son muchos): http://www.youtube.com/watch?v=YSHcOF9S2i8
Y un beso, o dos... o tres...
Siempre mejor tres que uno, je...
ResponderEliminarMuchas gracias por las recomendaciones musicales. A Pablo hacía mucho que no lo escuchaba y me trae muy buenos recuerdos. Y a Baglioni no lo conocía, cuanta ignorancia !!!! pero lo bueno es que todos los días podemos aprender algo nuevo. También me gustó mucho.
Y en cuanto a las distancias, tienes razón, aunque hay situaciones y "situaciones", matices y "matices", en fin... para más concreción, un intercambio de pareceres con una cervecita, je... Es broma, siempre hay una buena excusa para una cervecita, y más ahora que comienza el verano.
Mira que con los rones, los whiskies y las cervezas, sí que ibas a acabar tú bien!!!
Besos
Todo es cuestión de saber terminar. Cómo empecemos, lo de menos.
ResponderEliminarGracias a ti por seguir ahí. Un abrazo