Nunca regresé de ningún
lugar al que fui. Al menos, no volví siendo el mismo que había ido. Si retorné
era otro distinto. El “yo” que partió sólo se parecía al que regresaba, pero no
era el mismo.
A veces era una cuestión de matices, quizá tan solo una
arruga más, una cana descolocada por el viento, un toque de alegría en la
mirada o una muesca más en el alma. Qué más da. Era otro aunque nadie lo notara.
La mayoría de veces ni yo mismo.
Por eso nunca era igual cuando volví a los lugares de mi
infancia ni a los brazos que me acogieron ni a los labios que una vez amé. Los
matices eran otros, grandes o pequeños, pero otros.
Es como la primera vez que volví a la vieja casa en la que
pasé mis primeros años de vida. Recordé el día que pusieron la mirilla, y que cuando
tocaban en la puerta, yo corría para agarrarme al manillar con una mano y con
la otra a sus salientes, trepar por ellos y ver lo que había al otro lado.
Unos años más tarde regresé para comprobar que para asomarme
al “otro lado” tenía que agacharme, que
la curiosidad por mirar el mundo a través de esa mirilla había desaparecido y
que el cristal estaba mucho más turbio de lo que recordaba.
Pasó lo mismo con compañeros. Personas que fueron vitales en
tu adolescencia y con los que hoy no te une nada más que desearles la mejor de
las suertes.
Visto de esta manera, ahora sé que no hubo posibilidad de
reencontrarme con amores tan solo unas horas después de romper la relación,
porque bastaba el hecho en sí de la separación para marcar tantas diferencias
que cualquier reconciliación se hacía imposible.
Trabajo, familia, locales de copas, comidas, países… A ningún
sitio regresé siendo el mismo y casi siempre creí que lo que había cambiado era
el resto del mundo.
Tardé tiempo en aprenderlo, y casi el doble en reconocer que
tampoco el mundo era igual a como yo lo había percibido.
Yo entonces no
lo sabía, pero aquella mirilla que instalaron en una vieja casa de Teror me había
enseñado una lección para la vida: “Cuando regresas a un lugar (físico o
espiritual) nada es igual a lo que recuerdas”.
Supongo que si
somos capaces de asumir ese cambio, si regresamos a los sitios debemos hacerlo
como si fueran completamente nuevo, y recordar que nada que no evoluciona junto
a uno tiene que ver con lo que fue. Quizá eso me habría llevado a volver a
reencontrarme con amigos, con amores, con lugares y con la mirilla que me enseñó
a ver el mundo.
Es cierto que deseamos encontrar el pasado: lugares, personas… tal como lo recordamos, y el volver para revivir esas sensaciones ha hecho, en mi caso, que me quedara con una extraña sensación de decepción, agridulce, agradable por el reencuentro, pero amarga porque ya no es como recordaba. Y es que es así, nosotros ya no somos los mismos que fuimos cuando vivimos esa etapa que pertenece al pasado, y tampoco lo son esas otras personas, ni lugares, ni las circunstancias.
ResponderEliminarGusta rememorar lo que ha sido agradable y por eso nos gustaría revivirlo, pero lo cierto es que ya no está, ya no puede ser más de aquella manera, y será de otra que quizás no nos guste, o quizás sí, porque no olvidemos que somos diferentes personas.
Y como decía Mercedes Sosa: “cambia, todo cambia…”
Un beso.
Pd.: este relato ha hecho que viaje a mi pasado unos cuantos años atrás y me ha gustado recordar, gracias.
Hay veces que creemos hace falta tiempo que esos lugares o esas personas que, digamos, "fueron" cambien. Pero en algunas ocasiones es sólo cuestión de horas o minutos.
ResponderEliminarEs parte de lo divertido de la vida. Nunca sabes si lo que dejaste por la mañana seguirá igual por la tarde.
Un besote
Pues no sé si yo lo llamaría divertido, porque seguro que en ocasiones no lo es, pero lo que la vida tiene de impredecible hace que al menos no sea monótona y eso entretiene. Y es potente como la vida nos puede cambiar en cuestión de segundos. Si te paras a pensar sobre ello un rato, hasta asusta en ocasiones, sobre todo cuando no te es favorable. En fin...
ResponderEliminarBesos.
No lo sé, quizá me asusta más cuando el viento es a favor. Eso de saber que rula, me tranquiliza cuando todo va mal y me augura malos tiempos si va bien. Lo mejor, supongo, es aprender a vivir en ambos sentidos.
ResponderEliminarDos besos, ;-))
Pues sí, lo mejor es aprender a encajar lo que nos viene, sea lo que sea, no queda otra.
ResponderEliminarEs curioso lo que dices, porque cuando todo rueda bien, en mi caso, me da miedo de que vaya tan bien, suelo pensar que soy una suertuda da la vida y temo que ocurra algo que me duela mucho.
Otro beso.
Toda este intercambio de mensajes (no sé si con una o dos personas) me recuerda a un poema de Mario Benedetti (algunos que nunca lo leyeron creen que había muerto. Se titula "Hombre que mira más allá de sus narices", y pertenece a un libro que llamó "Poemas de otros", muy curioso porque una parte son poemas en los que describe sentimientos de sus personajes.
ResponderEliminarSi lo buscan por internet, seguro que aparece.
Y como no puedo terminar si recordar una canción, en este caso remitiré a Mercedes Sosa (otra que tampoco nos ha dejado) "Como la cigarra".
Besotes
Con una persona.
ResponderEliminarMe encantó el poema, no lo conocía, me gusta Benedetti. La canción también me gusta mucho.
Me decía un buen amigo en su momento, cuando le decía yo que estaba superbién, en un etapa de subidón, que tuviera cuidado porque cuando uno está arriba ya sólo queda bajar y al revés. Y cada vez que me ocurre le recuerdo. Así que procuro disfrutar cuando estoy arriba y observarme y vivir con serenidad cuando estoy más abajo. En fin...
Te debo la segunda ronda.
Besos
Eso espero. Si nos aprendemos las canciones (yo juego con ventaja)hasta podemos cantarlas.
ResponderEliminarUn besote grande
Todo cambia. Hasta el sabor de las "papayhuevo" de San Andrés. Siempre pensé que ese sabor era único de esa casa pegada a la marea. Creí a pies juntillas que ese sabor lo daba el olor de la casa: era un saborolor. Salitre, maresía y gato fregados una y otra vez. Ahora me doy cuenta que son mis papilas las que han cambiado, los sabores de lo mismo de repente son otros y en este caso me resisto al cambio, ya no puedo disfrutar de las "papayhuevo" en San Andrés, ya ni siquiera voy. Ya no hay gato, ni ganchillo, ni sartén. Maresía sí. Supongo. Después de todo, hay cosas que no cambian.
ResponderEliminarAhora que te leo me doy cuenta de que la mayoría de las veces que utilizamos la frase "hay cosas que no cambian", tiene connotaciones negativas, y más aún cuando la aplicamos a personas. Quizá entendemos que en la evolución está la perfección. Aún así, a mí me encanta llevar a mis sobrinos a sitios que de niño o adolescente me sorprendieron, pensando que a ellos también les debe sorprender, y sí, a las "papaygüevo" en San Andrés, no le sientan bien los cambios, ni los suyos ni los tuyos.
ResponderEliminarBesotes