domingo, 4 de septiembre de 2011

Efímero éxito


Decidí abandonar el barco sin bote ni salvavidas. A todas luces era una locura y sin embargo lo hice convencido de que no dejaría de hacerlo por miedo. Tenía que probar que era capaz de alcanzar la orilla, o quizá que Dios en algún momento antes de mi último aliento, mostraría su existencia y su preferencia por mí.

            Convencido salté por la borda y renuncié a la seguridad de la nave. La mar estaba tranquila y la poca corriente que había era a favor. Respiré hondo, volví a sumergirme y salí a flote dando brazadas. No volví la cabeza. Miré a tierra y me concentré en la respiración y en el ritmo. Si alguien podía hacerlo era yo y ese era el día.

            Nadé y nadé sin pensar en nada que no fuera el objetivo. “Ni cansancio ni dolor. Controla la respiración”, me dije una y otra vez sin mirar la orilla durante la primera hora. Fue precisamente buscar tierra de reojo la primera señal de debilidad. Intentaba mover los brazos con la agilidad del principio, pero era imposible. Cada brazada era mucho más costosa que la anterior, y ya el brazo no atacaba el agua, caía sobre ella. Y aún así estaba convencido de que podría llegar y no miré hacia el barco para ponderar mis fuerzas.

            “Mantente a flote y sigue. Sigue. SIGUE!”, me decía mientras respiraba acompasadamente.

            De pronto el abismo se podía vislumbrar, y el canto de algunos pájaros comenzó a oírse como dando la bienvenida, como si esperaran la llegada. No podía decepcionar a mi público.

            Seguí dando brazadas hasta que el movimiento del agua comenzó a remover la arena del fondo. Recuerdo que pensé que debía seguir hasta tocar tierra con las manos. Agotado como estaba, si paraba y no hacía pie moriría ahogado en la orilla.

            Logré ponerme de rodillas dentro del agua. El vaivén de una mar tranquila me mecía a su merced. Lograba impulsarme poco a poco aprovechando que la gravedad pierde parte de su efectividad en el agua.

            Los últimos metros los hice a gatas, arrastrando las piernas y apoyándome sobre los puños. Caí de poca sobre la arena húmeda y antes de quedarme dormido sólo pensé: “¡Lo conseguí!”.

            Al despertar me di la vuelta. Sentí de nuevo el arrullo del mar y la humedad de la arena. Allí estaba. Lo había conseguido. Sólo yo podía presumir de haberlo hecho.

            Perdido en esos pensamientos estaba cuando se filtró uno inesperado. ¿Qué hago yo aquí? Y abrió la puerta a muchos otros: ¿Qué isla es ésta? ¿Por qué no me pensé las cosas un poquito? ¿Por qué no estoy en mi velero si es donde deseo estar? ¿Como coño vuelvo ahora al barco?

7 comentarios:

  1. ¿Y no será que a veces no tenemos muy claro lo que más nos conviene?, o quizás es que aunque lo tenemos claro, dejar “la zona de confort” como dice los terapeutas tiene su cosa, o quizás…???

    Hay días y/o periodos de la vida en que uno anda confundido y no sabe pa donde tirar, ¿es mejor irse o quedarse?. En fin, cosas de la vida.
    Realmente me desconcertó el final, parecía tan clara la decisión…

    Besos

    ResponderEliminar
  2. Quizá es que a veces tenemos claro lo que queremos hasta que nos obsesionamos con algo. Los retos que nos ponemos, el riesgo, la atracción que sentimos por lo desconocido... nos hace olvidar muchas veces que somos felices donde estamos y que como estamos. Y pasa así con el trabajo, las parejas, la familia, etcétera.

    Una vez más, gracias y otro beso

    ResponderEliminar
  3. No sé, a veces, cuando algo te ronda mucho, quizás hay que preguntarse qué está pasando y adónde nos puede llevar si tomamos una decisión determinada. Claro que eso supone asumir el riesgo de que no sea como imaginábamos. Pero es que así es la vida ¿no?, movimiento, cambio. Cierto que no se puede cambiar de trabajo cada 2x3, ni de pareja...por eso es tan complicado y se le da tantas vueltas.

    De nada. Besos

    ResponderEliminar
  4. Si las personas tenemos una capacidad especial es para pensar de una forma,sentir de otra y actuar de otra muy distinta.... y es que no falla, oye!

    Cambiar trabajo, pareja... se puede, aunque a la larga, quizás, no convenga. Lo que si conviene es cambiarse a uno mismo, de dentro hacia fuera, de forma que cada vez seamos mas coherentes con lo que pensamos, sentimos y nos comportamos.

    Ya escribió Séneca que "Si uno no sabe hacía qué puerto navega, ningún viento le es favorable".

    Un beso-

    ResponderEliminar
  5. Realmente creo que nos controlamos poco. Nada nos parece más curioso de hacer o de ver que lo que nos prohiben. Entre los hombres (entre las mujeres se dirá de otra manera, o no) la frase "no hay güevos" es un reto que se hace difícil no asumir. Desde niños/as nos enseñan que cuando alguien dice que no somos capaces, o que no podemos, o que no lo merecemos, o todas esas cosas, tenemos que hacer lo posible para conseguirlo. Lo que nos cuesta plantearnos es si cualquiera de esas cosas sirve para algo.

    Conozco relaciones de pareja (supongo que todos/as conocemos algún caso) que se rompieron no porque no fueran felices y se quisieran, sino porque de pronto, uno de los miembros se encaprichó con algo "prohibido" o "difícil" de conseguir, y asumió como un juego cosas que a su pareja le dolió. La frase de "es que no significa nada" siempre se utiliza para justificar una acción, pero no sana el sufrimiento que produce esa acción al resto del mundo.

    En definitiva, que Séneca tenía razón.

    Un besote

    ResponderEliminar
  6. Todas las decisiones que tomamos tienen sus consecuencias y claro, no es plan de ir por ahí tomando cualquier cosa como un posible reto. Supongo que también es cuestión de madurez el valorar en qué acciones hay que asumir riesgos, cuestión sopesar pros y contras. Cuando el riesgo que asumes es considerable, será porque también los beneficios lo serán, si no, ¿pá qué?
    Ya se trate de trabajo, de pareja, o de dar un giro de 360 grados a tu vida, asumir retos no es perjudicar a otras personas cercanas con la que tienes un vínculo importante, me explico, si lo asumo es porque mi camino en la vida me llevó a ese punto en el que quiero continuar, y eso se debe hacer, a pesar de que no guste a otros, es tu decisión. Ahora, lo que no debe ser, en mi humilde opinión, es que tomemos decisiones al margen de esas personas que decimos amar, queriéndolas tener ahí, al ladito nuestro para cuando queramos, a pesar de nuestras correrías, eso, además de desconsiderado e irrespetuoso, es tremendamente egoísta. ¿Y si se hace de otra manera? Es decir, yo te cuento que esta noche quiero ligar con un o una pibita/o que me mola y a ver qué pasa. Es más honesto, ahora, esa relación “segura” se acaba ahí. Pero hay quien quiere lo seguro y lo de vez en cuando, ¡no te digo!

    En fin, que hay movidas para todos los gustos, ¡tan amplio es el espectro de situaciones….!

    Besos

    ResponderEliminar
  7. "Cada uno e3s como es, cada quién es cada cuál, y baja las escaleras como quiere", cantaba Serrat en "Cada loco con su tema".

    Evidentemente la honestidad, la valentía etcétera, son los valores que debemos respetar en todos los aspectos de la vida, pero a ciertas edades, al menos eso creo yo, es difícil no tener algún muerto en el armario.

    Una cosa que me demuestra que me hago viejo o maduro :-(, es que digo cosas que oí decir a mis mayores. "Merece la pena", "si estás bien así para qué moverte", "con la estabilidad que tienes", "piensa bien las cosas que después será peor"... Y eso que no soy yo un ejemplo de seguir estas máximas.

    Por lo general cuando nos damos cuenta del error es tras dar el último paso. Las primeras pisadas las entendemos como una prueba, una curiosidad, y termina siendo un problema.

    La pregunta que me hago es: ¿Cuánto tiempo tardamos en aprenderlo?

    En el caso concreto de la pareja es cierto que existe la valoración que haces de quien tienes al lado. Y eso también se aprende.

    Un beso y un abrazo

    ResponderEliminar