Había ensayado tantas veces lo que iba a decir que, cuando se sentó frente
a él se dio cuenta de que iba a ser mucho más difícil de lo que imaginaba.
-"Tenemos que hablar"-, le dijo, y trató de acomodarse en el sofá
aunque no pudo relajarse ni perder la tensión. -"Creo que lo nuestro ya no
da más de sí. Estoy cansada y no tengo ilusión por esta relación. No es que no
te quiera, es que no hay nada que me una a ti, ya no te espero, ya no te
siento, ya no te amo. Te quiero, pero no te amo".
Él sabía que era cierto, que era así. De hecho, también él había ensayado
una conversación parecida en más de una docena de ocasiones en el trayecto a
casa, pero nunca tuvo valor para decir: "tenemos que hablar".
La vida era cómoda. Los niños ya no eran tan niños, la casa estaba atendida,
la situación económica era buena, tenían confianza suficiente para hablar pero
también para callar y, ante los amigos, cubrían el expediente para ir a
cualquier reunión como pareja que había triunfado en la vida.
Es verdad que no funcionaba. O sí, pero de otra forma. Quizá estaban en la
evolución lógica de una relación después de tantos años. No lo tenía claro,
pero de pronto se sintió abandonado.
-“Pero qué ha pasado. ¿Hay otra persona?”.
-“Claro que no”-, dijo ella. –Nada de eso. Solo es que no quiero ver cómo
pasan los días, los meses, los años con esta realidad que me agota, que me
envejece, que me arrastra a la nada. Quiero huir de esta cotidianidad que me
aleja de la vida…”.
-“Pues dime qué quieres. Yo pensé que estabas haciendo lo que querías”.
-“Te lo he dicho una y mil veces. No tenemos ninguna vida en común. Tú
tienes tus amigos, tu trabajo, tu gente… Yo no hago más que esperar por nada, a
que las cosas cambien. Y estoy cansada. Tengo ganas de sentir, de vivir, de
sentirme amada, de levantar pasiones, de enamorarme, de volver a divertirme con
mis amigas, ilusionarme con cada fin de semana… Incluso de poder estar sola no
porque tú no vengas sino porque yo decido estarlo”.
Él lo entendía perfectamente. Era completamente consciente de que había
tirado demasiado de la cuerda, incluso pensó que la cuerda se había partido
hacía mucho tiempo pero que ninguno se había quitado el lazo que les unía. Pero
no dijo eso. Al contrario. Insistió en que no entendía, en las explicaciones,
en una nueva oportunidad.
-“Vamos a hacer una cosa”-, dijo, -“vamos a la cama, esperamos al fin de
semana, nos vamos a algún sitio solos y lo vemos. Si después de eso sigues
pensando lo mismo, hacemos los que tú digas”.
Ella lo tenía claro. No le apetecía un fin de semana con él, no le apetecía
esperar más, no le apetecía arreglar nada.
Él, se fue a la cama preguntándose por qué tanto interés en intentarlo con
esa mujer que ya casi no conocía, con todos los planes que tenía él para ese fin de semana.
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