martes, 9 de octubre de 2012

El amante de las bestias


Amaba a los animales más que a nada. Trabajaba, comía y compartía algún tiempo con sus amistades de siempre, pero su vida, lo más importante de su vida, giraba en torno a las bestias. Daba lo mismo que fueran de piel o de pluma, de escamas o de pelo… Cualquiera era un ejemplar único aunque fueran de la misma especie.

Los amaba porque eran así, como eran, salvajes o domésticos, ariscos o mimosos, violentos, ágiles, cariñosos, independientes…

Desde que pudo, se hizo con un perro. No era agresivo, de hecho podría decirse que era especialmente tranquilo, pero de vez en cuando, muy de vez en cuando, el chucho le llegaba a morder. “Le acaricié cuando estaba comiendo”, dijo; “me mordió al llegar tarde”, justificó; “le pisé el rabo sin querer y reaccionó así”, lamentaba mientras se curaba las heridas de los dientes sobre la piel.

Pero los ataques eran cada vez más seguidos y decidió cambiar el perro por un gato. Claro que el gato era independiente. Salía de casa durante días y cuando volvía sólo quería comer y recibir algunas caricias. De pequeño no tanto, pero ya adulto, los arañazos eran comunes, incluso una vez las uñas estuvieron a punto de sacarle un ojo. “Debí cogerlo mal y se puso nervioso”, contó.

Las cicatrices eran cada vez más, pero se resistía a abandonar el gato. Un buen día, el menino salió de casa y no volvió, aunque él lo esperó siempre.

No pasaron muchos años y compró un caballo. Una vez cepillándolo, recibió una coz que le reventó el hígado y le impidió montar más; y después encontró una cría de cuervo que le sacó un ojo de un picotazo; en una tienda de animales exóticos compró un cocodrilo que le arrancó un brazo; y con una boa estuvo a punto de perder la vida…

Siempre le ocurría algo, y en cada visita al hospital señalaba que los animales eran así. “Son bestias, es su instinto, su naturaleza…”.

Finalmente decidió no tener más animales, pero cuando pasea por la ciudad, sin brazo, sin hígado, sin ojo y con medio cuerpo esculpido por las cicatrices, no puede evitar mirar hacia la gente que pasea con sus animales por la calle y soñar cómo sería su vida si encontrara al animal adecuado.

3 comentarios:

  1. Es curioso el relato.
    Algo hacía este señor que siempre le iba fatal con los animales que elegía, pobre!!! O es un problema de "elección", o es un problema de "cómo hacer".

    Se dice que las mujeres que sufren maltrato, suelen enamorarse o elegir repetidamente a hombres maltratadores. Siguen un patrón en sus elecciones, y que va más allá de ser algo consciente, controlado.

    Y por otro lado, Albert Einstein decía que "Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener un resultado diferente"

    A veces ni siquiera se nos ocurre plantearnos parar y hacer un análisis de qué o cómo hacemos las cosas para que nos ocurra lo que nos ocurre.

    Me ha gustado lo que escribiste.

    Un beso

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  2. Supongo que muchas veces, cuando alguien se entrega a algo, no calcula los riesgos. Quizá sea eso lo que se "esconde" en "entregarse". Para poder vivir ciertas cosas no podemos poner tantos límites y tantas barreras que sólo nos permitan verlo, y no vivirlo.

    El asunto es: ¿Hasta dónde merece la pena el riesgo?¿Estamos dispuestos a perder los brazos y las piernas?

    Es evidente que el que salta en paracaídas arriesga más que el que lo ve saltar, pero vive más intensamente la caída el que salta que el que mira. ¿merece la pena el riesgo? Y si alguna vez no se te abre el paracaídas o el salto se complica y te salvas por los pelos, ¿merece la pena volver a intentarlo?

    Creo que con las relaciones humanas pasa lo mismo. Será menos arriesgado no acercarse a nadie y no dejar que nadie se acerque, pero eso no nos permite vivir cosas importantes como la amistad, la relación de pareja, el conocimiento de otros, la adquisición de experiencia humana... Pero acercarse y dejar que se acerquen supone enfrentarse a decepciones, engaños, traiciones...

    Es así. Compartir la vida con un animal conlleva un peligro y podemos elegir: en casa o en el zoo o por la tele.

    Como siempre, un placer hablar contigo, con o sin cerveza ;-))

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  3. Me encantó tu último comentario. Lo suscribo totalmente, me encanta como lo has expresado, clarito, clarito.
    Es verdad, cuando damos mucho peso al miedo, dejamos de tener vivencias, que en cualquier caso, son un aprendizaje de vida. Conseguir el equilibrio entre el atreverse y no, no es sencillo. En fin...
    El placer es mutuo.
    Besos

    Gabriela

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