lunes, 21 de noviembre de 2011

El desconocido

Fue por pura casualidad una noche de lluvia. Ninguno había previsto el aguacero y ambos coincidieron de madrugada bajo la misma marquesina de una cafetería cerrada desde hacía horas. Él venía de una de esas salidas que haces más por no quedarte en casa que por vocación, ella, regresaba de la boda de una de esas primas que se presenta como a una hermana pero a la que te une tanto como con cualquier ex compañera escolar.

- “Qué pena que no esté abierto para tomar un café”, dijo él sin más intención.
- “Yo no tomo café”, respondió ella por educación y no por ganas sin mirarlo siquiera.
- “Eso está bien, pero cualquier cosa caliente apetece ahora”, insistió, aunque ella sólo sonrió con la mirada fija en el final de la calle.

Lo que parecía una simple lluvia se iba convirtiendo en tormenta, y el cielo parecía no tener ninguna intención de darles una tregua para que sus destinos se separaran.

- “No me lo puedo creer”, pensó ella, “con lo cansada que estoy, harta de estos tacones, el frío que hace y ahora este tío queriendo ligar conmigo”.

Sacó el móvil para pedir un taxi y se sorprendió al ver que no tenía batería. Trató varias veces de encenderlo sin éxito.

- “Si te sabes el teléfono puedes usar el mío”, le dijo él. “Tienes cara de querer llegar a casa cuanto antes. A mí, en cambio, me gusta ver llover. No sé, me relaja”.
- “Este tío es tonto”, pensó ella, pero respondió: “Sí, gracias. Es para llamar un taxi”.

Él sacó la mano del bolsillo y le extendió el brazo con el móvil en la palma. Ella se lo arrebató con tanta rapidez que hasta él se asustó, pero no dijo nada.

- “No funciona, no hay cobertura”, exclamó ella mostrando aún más enojo.
- “Qué cosa más rara. ¿Me permites?”, y volvió a alargar la mano para recoger el móvil, que ella soltó sin mirarle siquiera a la cara convencida de que lo mejor era mantener la distancia.

Tras ver la pantalla, apretar algunos botones y apagar y encender el teléfono, resolvió que no había nada que hacer.

- “Será algún problema con la lluvia”, señaló en voz alta. “Esta es una zona céntrica de la ciudad y debe tener cobertura”.

Ella no dijo nada, pero volvió a pensar que si tenía que estar mucho tiempo allí, le iba a dar algo. Pensó también en cómo había ido la noche, en lo guapa y lo feliz que se veía a la novia. Sin duda estaba enamorada.

Eso le llevó a pensar en las oportunidades que había tenido de casarse, pero realmente no lo sabía. A menudo se preguntaba si había estado enamorada de verdad de los chicos con los que había mantenido una relación, y la respuesta siempre era que no.

En verdad ella sólo se había sentido enamorada una vez. Curiosamente de un compañero del instituto, quizá algo mayor que ella, pero siempre encantador y guapísimo. En los tres años que coincidieron en el centro, sólo cruzaron tres frases, pero estaba convencida de que aquél tenía que haber sido el hombre de su vida. Estaba tan convencida de ello que no podía evitar comparar a todas sus parejas con aquel muchacho.

- “Después de tantos años”, pensó, “todavía sería capaz hasta de reconocer su voz, su olor, su mirada... En cambio él, no creo que ni supiera que existía”.

Perdida estaba en esos pensamientos cuando su compañero de marquesina la trajo al mundo al grito de: “Mira, por ahí va un taxi. Te lo voy a parar”. Y salió corriendo bajo la lluvia para detener el vehículo, que tuvo que dar vuelta en la misma calle para ponerse del lado de la acera en el que el hombre estaba.

Mientras el taxista realizaba la operación, él regresó a la marquesina para cubrir a ella con su chaqueta y evitar que se mojara. Ella lo agradeció, pero no dijo nada, de hecho sólo estaba pendiente de que el taxi no se fuera. Tras verlo parar, su primer pensamiento fue desear que el individuo que tantas atenciones parecía tener no pretendiera compartir el coche.

- “Seguro que es uno de esos pesados que sólo quieren echarte un polvo”, se dijo.

Poco más pudo pensar porque llegaron al taxi, él le abrió la puerta y, mientras ella se acomodaba le dijo:

- “Adiós Marta, me ha encantado verte de nuevo”.

Ella recordó que en ningún momento había dicho su nombre, y fue en el instante en que la puerta se cerraba cuando, por primera vez en los 25 minutos bajo la lluvia que habían estado juntos, lo miraba a la cara. Y lo reconoció. Allí estaba él, el único hombre del que estaba segura haberse enamorado, apurando el paso bajo la lluvia, tratando de ponerse la chaqueta con la que le había cubierto mientras el taxi comenzaba su marcha en otra dirección.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Dos no se engañan si uno no quiere

 He de reconocer que él fue sincero, al menos conmigo, cuando nos conocimos. Nunca ocultó que tenía una novia, pero nunca la presentó a sus amigos ni amigas. Yo era una chica más que militaba en la barra de uno de esos locales que que congregan a gente desconocida pero que hace que todos nos conozcamos. Y sí, también tenía pareja, aunque a todas luces era evidente que aquella relación no tenía ningún sentido.

En esas circunstancias no fue difícil que me fijara en otro hombre que se dejaba querer sin necesidad de decir nada. Quizá la forma en que miraba o quizá fuera su risa al otro lado de la barra, lo cierto es que una noche el grupo con el que él estaba y en el que estaba yo, decidieron unir fuerzas para acabar con todas las cervezas de la ciudad.

El empeño fue imposible. Al amanecer sólo quedábamos unos pocos, el resto del pelotón había muerto o desaparecido en combate. Unos fueron a por tabaco y ya no volvieron, otras utilizaron el truco del servicio en conjunto para huir en un taxi, los menos se rindieron cuando el proceso de consumo de cerveza se invirtió y pasó de dentro a fuera, incluyendo en esta alteración temporal toda la cena y parte de la comida.

Sólo aquel hombre y yo parecía que habíamos sobrevivido sólo con heridas superficiales.

Como era un caballero me llevó a casa en su deportivo de dos plazas. Al llegar al portal debí bajarme, pero preferí abrir otra puerta que él aprovechó. Así que allí mismo comprobamos con las manos lo que la vista nos había transmitido. Ninguno de los dos dio explicaciones porque ninguno de los dos las pidió.

Aquello para mí fue la confirmación de que la relación con mi pareja ya era pasado, y al día siguiente quedó claro en una de esas conversaciones donde nada de lo que se dice es nuevo pero ya es tarde para remediarlo. Sé que él lo pasó mal y que necesitó algo de tiempo para asumirlo, aunque estoy segura de que él también sabía que las oportunidades se habían acabado para nosotros.

Claro que mi libertad me permitió ir más veces al local de encuentro y salir sin tener que dar explicaciones y vivir un poco mi vida, pero la realidad es que mi atención siempre estuvo en saber si el deportivo pasaba o aparcaba en la puerta de aquel bar.

Lo cierto es que el biplaza también pasaba más de lo habitual por allí, y que el coche terminó pareciéndome tan mío como suyo de las veces que subí y compartí abrazos, besos y algunas cosas más. Yo no le pedí nada, al menos de palabra, pero era evidente que aquel sentimiento crecía entre los dos, así que un día él me anunció su ruptura y, aunque supuse que había sido un duro paso, lo cierto es que me alegré en el alma.

Esa noche dormimos juntos en casa por primera vez, y así lo hicimos durante casi un mes. Después, aunque ya tenía cosas en los cajones y en el armario, me pidió algo de tiempo. "Todo ha sido demasiado rápido", me dijo, "no he tenido tiempo de asimilar la ruptura y, aunque estoy muy bien contigo, no puedo estar tanto como yo quisiera".

Así salió de casa, pero no de mi vida. Entre llamadas y sms diciéndome que me quería, que le diera tiempo, que todo estaría en su sitio en breve, pasé varias semanas con el corazón en una sala de cuidados intensivos. En ese tiempo nos vimos unas cuantas veces, siempre de noche y tarde. El fútbol, el trabajo, el padre que le pedía favores...
Nadie como yo valoraba ese esfuerzo por verme y pasar un ratito conmigo, nadie como yo sentía esa angustia que él sufría sin saber dónde debía estar, nadie como yo lo esperaba.

Una tarde, en el bar donde nos descubrimos, algunos de sus amigos hicieron varios comentarios respecto a por qué no venía tanto por la zona. "Cuando la novia volvió de vacaciones", dijeron, "limpiando el coche se encontró con cosas de mujeres debajo del asiento, y un montón de pelos castaños en el asiento del copiloto cuando ella es morena de pelo corto".

Por un momento creí morirme.

-"A pero no lo había dejado", pregunté como si la cosa no fuera conmigo.
-"Qué va", me dijeron. "Ese nunca la va a dejar. Si el coche es de ella, trabaja con ella, casi vive con ella y lo que es peor, su suegra le adora y su madre está loca por que se case".

No lo entendí o no quise entenderlo. Supuse que todo eso era un error porque ellos no sabían la verdad. Salí del bar y lo llamé. No cogió el teléfono. Insistí, mandé mensajes, varios correos, pero no supe nada de él hasta casi la media noche.

-"Qué pasó, cari. Acabo de ver una llamada perdida. Es que se me quedó el teléfono en el coche", me dijo.
-"Dime la verdad: ¿Sigues con ella?", le dije sin rodeos.
-"Yo... ¿Ella?¿Quién es ella?", respondió.
-"Con tu novia. Hoy estaba en el bar y tus amigos me contaron que se había ido de vacaciones justo durante el tiempo que estuviste quedándote en mi casa, y que tu madre está haciendo planes de boda y qué se yo cuantas cosas".
-"Que no, que no, que ellos no saben nada de que lo había dejado. No quiero decírselo para que no piensen nada raro con nosotros".
-"Y qué tiene de raro lo nuestro", dije enfadada. "Es normal que un hombre y una mujer se quieran, no sé que le ves de raro".
-"No, no quiero decir eso", intentó decir tranquilo. "Ellos no lo entenderían".
-"No entenderían qué. Dime qué es lo que no entenderían si son tus amigos".
-"Cari, te pedí un tiempo para pensar y esto no me ayuda", afirmó ya algo nervioso.
-"Joder", dije exasperada. "Para pensar, no para estar con otra, que además es la misma. Esto es muy sencillo: ¿Estás o no estás con ella?"
-"No, no estoy", dijo, "pero la verdad es que ahora mismo ya no sé que pensar de ti si te vas a creer todo lo que dicen".

Ahí me gano la mano. No supe que decir más que "lo siento, como las fechas coincidían y las cosas que decían tenían sentido yo..."

Él ya no añadió nada, salvo una despedida y un "hablamos mañana más tranquilos".

No dormí esa noche. Ciertamente tenía que haber esperado para hablarlo todo cara a cara y no haberme comportado como una histérica. Me arrepentía de cómo había actuado.

Al día siguiente llamé para disculparme. Lo noté distante y algo frío. Él lo achacó al trabajo. Por la noche el encuentro fue muy distinto. Vino a buscarme en coche, pero prefirió aparcarlo para dar un paseo y relajarnos. Cenamos algo ligero y nos fuimos a casa. Él se quedó a dormir y yo, más tranquila.

Se levantó casi de amanecida. "Tengo que preparar unos papeles antes de que habrá la oficina", fue su justificación. Ya desvelada me dio tiempo a prepararme y decidí desayunar fuera de casa, algo caliente pero que no tuviera que cocinar yo: Unos huevos revueltos, unos crepes, un batido de frutas naturales...

En ello estaba cuando vi aparcar un deportivo igual que el de él en la acera de enfrente. Miré y sí, era él. Así saqué el móvil para decirle que viniera a desayunar cuando vi a una mujer subirse al coche y les vi besarse. Él sonreía.

Aún así lo llamé. Le vi coger el teléfono y le oí colgar. Por un momento pensé salir a la calle y decirle a aquella muchacha que yo no conocía, dónde había dormido su novio, pero no pude. Allí mismo vomité todo lo que había desayunado y me eché a llorar ante la mirada atónita de los camareros. Afortunadamente era demasiado temprano para que el local tuviera clientes.

No paré de llorar en todo el día. En el trabajo dije que estaba padeciendo fuertes dolores debido a la menstruación. Me dieron permiso para irme a casa.

Todavía no había llegado a casa cuando recibí una llamada suya.

-"¿Me llamaste? Es que estaba reunido con el jefe..."
-"¿Qué jefe ni que niño muerto?", le corté. "Mierda, que hoy te vi con ella, que te vi recogerla y besarla, tio, que estaba desayunando enfrente de su casa, supongo, y te vi".

Mantuvo silencio unos segundos y dijo:

-"Mira, tuve que ir a buscarla porque se le rompió el coche y me pidió el favor, y que hayamos roto no significa que tenga que dejarla en la estacada".
-"No me jodas, no puede coger un taxi".
-"Sí, claro que puede coger un taxi, pero es que tenía mucha prisa y yo tenía que salir cuando llamó".
-"¿Pero si me dijiste que tenías que dejar hechas cosas para antes que abriera la oficina?"
-"Sí, sí, pero al llegar al despacho tenía un papel del jefe encima de mi mesa diciendo que el trabajo estaba anulado y que no hiciera nada. Por eso salí de la oficina a buscarla".

No entendía nada. Quizá me mintiera o quizá sólo era un cúmulo de coincidencias. No supe qué decir, así que fue él quien trato de poner fin al problema diciendo:

-"Hoy estaré liado, pero busco un hueco para comer, si te parece. No, para comer no, para cenar mejor, igual tengo que comer en la oficina".

Me sentí como se sienten los boxeadores tras despertar de un nocaut. Así que asentí sin darme cuenta de que hablaba por teléfono, y hasta que él no insistió no fui capaz de decir que sí.

El día se hizo largo, muy largo, pero llegó la noche y con ella, él, la comida japonesa y unas flores.

Yo no quise sacar el tema, pero salió.

-"Tranquila", me dijo. "Si estoy aquí es por algo. Porque te quiero. Pero no puedes estar desconfiando cada día, no puedes estar obsesionada con que te engaño por una serie de casualidades. No te preocupes. Confía en mí y no te obsesiones, porque eso en lugar de unirnos nos separa".

Pensé que tenía razón y lo abracé. Le pedí perdón y por esa noche nos olvidamos del asunto.

Hace una semana, en el bar de siempre, uno de sus amigos traía consigo varias invitaciones de boda. Allí estaban hablando entre risas. Pregunté por los novios y eran ellos. Por un momento no quise comprender que aquellos nombres eran los que eran, pero a medida que las risas y los comentarios sobre la feliz pareja iban golpeando mi cabeza lo asumí. Salí a la calle maldiciéndome por haber sido tan tonta. La rabia me ardía dentro, así que aunque pensé en borrar su número de teléfono, no pude evitar llamarlo.

-"¿Cuándo pensabas decirme que te casabas?¿A qué juegas?"
-"¿Quién se va a casar?", me dijo.
-"Esto es el colmo, están ahora mismo tus amigos repartiéndose las invitaciones de boda en el bar, y tú tienes la caradura de decirme que no te vas a casar".
-"'¡Ah, eso! Ni caso. Eso son cosas de mi madre, que está con la matraquilla de que me case pero que no, que sólo les gastó una broma porque por lo visto ya las había hecho para darnos una sorpresa".
-"Pero qué me estás contando. ¿Tu madre sabe que ya no estás con ella?¿Tu madre se dedica a gastar bromas diciendo que te casas?¿Qué me estás contando? Pero ¿qué me estás contando?"
-"Tranquilízate y no empecemos. Que no, que mi madre sabe que ya no estoy con ella, pero como ella está tan ilusionada con que yo me case para tener nietos y esas cosas, está con esta tontería. Y qué quieres que haga yo si ella es feliz así, si cree que así me voy a casar. Yo no puedo estar todo el día discutiendo con mi madre. Que haga lo que le dé la gana. Yo paso y tú deberías hacer lo mismo".

A estas alturas ya no entendía nada.

-"¿Te apetece que coja una película, compre pizza y la veamos en tu casa?", dijo mientras yo seguía intentando encontrar algo de lógica a todo aquello. "Venga, voy para allá en cuanto compre la cena y pase por el videoclub".

Se despidió con un beso. Mi mano seguía temblando, pero ya no parecía ser mi mano, ni mi vida mi vida. Vivía fuera de mí, una vida que nada tenía que ver conmigo misma.

Llegué a casa, me duché y esperé en silencio y casi a oscuras. Realmente no sabía que pensar. Llegó él, cenamos (yo no) y vimos la película (tampoco la vi). Seguí fuera de mí hasta meternos en la cama. Ni siquiera recuerdo si hicimos algo o dormimos. Quizá tampoco durmiera, no lo sé.

Hoy, mientras paseaba buscando unas zapatillas para que él estuviera más cómodo en casa, he pasado por delante de una iglesia justo cuando salían los novios y el arroz llovía del cielo. Al fijarme lo distinguí allí, en el centro, vestido de chaqué y dándole el brazo a ella, que iba con un traje blanco, quizá demasiado pretencioso.

Ni me derrumbé ni perdí los nervios. Saqué el teléfono y le llamé. A pesar del barullo contestó.

-"Sí, diga".
-"Soy yo".
-"Hola. Te llamo en un ratito que ahora estoy liadísimo".
-"Ya lo veo. Estoy justo enfrente".

Miró entre la gente y tras una pausa añadió:

-"Esto no es lo que parece. Después te llamo y te explico que ahora no puedo. Estos días estaré ocupado, así que te veo en 15 días. Ya te cuento".

Y colgó.

lunes, 7 de noviembre de 2011

El crucero

Aro y Ora eran hermanos, hermanos gemelos para más detalle. Nunca estuvo muy claro quién nació primero debido a que la tarde en que llegaron a la vida, decidieron hacerlo también otra decena de criaturas a la misma hora y en el mismo hospital, por lo que ni el doctor ni la enfermera tuvieron muy claro quién de los dos vio la luz antes.

Como muchos gemelos, compartían sentimientos, se entendían sin hablar y se defendían ante el mundo como si fueran uno o una solo. A pesar de ello eran tan diferentes como la piedra y el agua.

Aro era especialmente curioso, mientras que Ora era soñadora. Aro intentaba descubrir, aprender, husmear, observar y sacar conclusiones. Ora, por contra, esperaba encontrar, sabía lo que quería y cómo lo quería, deseaba las cosas antes de conocerlas. Cuanto le ocurría se resumía en “es o no es lo que quiero”.

Al cumplir los 18 años, sus padres decidieron regalarles un crucero por el Mediterráneo. Desde que dieron la noticia Aro comenzó a hacerse preguntas: “¿Tendrá piscina? ¿Cómo se dormirá en un barco?¿Me habituaré al vaivén de las olas?¿A quién conoceré?¿Cómo será la vida a bordo?...”

Ara, por su parte, comenzó a soñar con una enorme piscina, rodeada de un montón de jóvenes contemplándola y casi luchando por ella. Soñaba con paseos por la cubierta acompañada por la luna y algún chico de buen ver, cena a la luz de las velas, con un capitán al estilo de Richard Gere en Oficial y Caballero, con desembarcos en sitios exóticos donde ella iba a ser la protagonista del cuento...

Y llegó el día. El embarque tuvo lugar tal y como estaba previsto, y mientras subían a la tercera cubierta -donde se encontraba su camarote-, él trataba de memorizar cuanto veía y ella de buscar reflejos de sus sueños.

Ya en la habitación, ella echó de menos camas más amplias y suelos blancos de mármol, mientras que él probó el lecho y contempló la vista desde la barandilla de la terraza con la boca abierta aunque, de momento, sólo se podía ver el puerto.

En la primera cena, ella llegó esperando elegantes camareros tomando nota de sus preferencias, sirviendo platos por su derecha en una mesa de una docena de comensales y una decena de cubiertos. Aro, por supuesto, comprobó que se trataba de un bufé, y sin dilación tomó plato y cuchara y se dispuso a cenar sentándose en la primera mesa que encontró, advirtiendo antes a su hermana dónde se ubicaba y sobre la excelente pinta que tenía la lasaña y los cortes de solomillo.

Ora se sentó a su lado con un plato de ensalada, pero no podía salir de su asombro. Aquello no era nada parecido a lo que había soñado, y sin embargo, su hermano parecía no darse cuenta de que aquel lugar no era lo que debía esperarse.

Aro, supo enseguida lo que su hermana pensaba, y no entendió por qué no disfrutaba de la conversación con aquella gente desconocida que pretendía ser agradable, ni de las comodidades que ya se adivinaban para el viaje, ni de la excelente comida -sin límite de cantidad- de la que se estaba disfrutando.

Al llegar a la habitación, Aro no paró de comentar sobre las nuevas amistades, las actividades a las que se había apuntado para los días próximos, lo deliciosa que había estado la cena... Y comprendió que el silencio de su hermana demostraba que, una vez más, nunca iba a estar contenta con nada.

Ora, oyéndole hablar, no alcanzaba a comprender cómo su hermano no se había dado cuenta de que aquel viaje no era lo que se esperaba, que la cena se la tuvieron que servir ellos mismos, que la habitación no era la adecuada para un crucero de ensueño, que el barco presentaba, desde que partió de puerto, un ligero balanceo y que Richard Gere no estaba dentro de ninguno de los uniformes que había visto. En fin, su hermano era un conformista y le daba igual todo.

Por fin, una mañana atracaron en el mismo puerto del que diez días antes habían partido. Allí estaban sus padres esperándoles. Aro, antes incluso de darles un beso, comenzó a contar la inmensa cantidad de cosas que había aprendido, la gente que había conocido, los lugares que habían visitado, las maravillas del barco y su comida. Ora, por su parte, se limitó a hacer un listado de todos los despropósitos, desde los obvios hasta los inexistentes, aunque no advirtió que lo eran al compararlos con sus sueños.

Él, pasó varios años recordando su primer crucero, las vivencias y la gente con la que lo compartió. Ella, pasó unos pocos más lamentando haber perdido el tiempo durante aquellos diez días.