-“Por favor, siéntese”,- le dijo el doctor nada más verle,
tendiéndole la misma mano con que un instante después le señalaría una silla
junto a la mesa de su despacho para que se acomodara. –“Es importante que sepa
que la ciencia en estos momentos evoluciona muy rápidamente, por lo que todo lo
que le voy a decir, en uno o dos meses puede estar anticuado”.
El galeno paró
su exposición y miró a los ojos Ramiro como si quisiera comprobar que lo había
entendido. El sol se filtraba a través de unas cortinas blancas a la espalda
del médico, confiriéndole un halo de casi profético.
-“Los
resultados de las pruebas no son los que esperábamos. De hecho son peores de lo
que esperábamos. El tumor se ha extendido demasiado en muy poco tiempo y los
médicos que estudiamos su caso no creemos que podamos pararlo, aunque no es
imposible”.
-“¿Cuánto
tiempo me queda?”, -preguntó.
-“Es difícil
saberlo. Habrá que ver como responde al tratamiento y pensar que…”
-“Vale”,
-interrumpió Ramiro-, “pero por su experiencia: ¿Cuánto tiempo me queda?”
-“No lo sé”,
-dijo en oncólogo-. Quizá tres meses, cuatro… Quizá un año… Pero no es eso lo
importante.
-“Como que no
es lo importante”, espetó al médico mirándolo con rabia. –“Joder es mi vida la
que se va en tres meses o en un año, y tengo tantas cosas que hacer, tanto que
vivir… con 49 años y es probable que no llegue ni al medio siglo”.
-“Sé que es
duro”, -explicó el doctor-, “pero no es usted el primero ni será el último, y
mi experiencia dice que ahora en lo que debe centrarse es en el tratamiento y
en poner de su parte para que tenga la mayor efectividad, y la actitud para
ello es vital. No se venga abajo”.
-“Joder, es
fácil decir que no me venga abajo desde ese lado de la mesa, pero soy yo el que
tendré que preguntarme cada día si será el último, y dentro de tres meses
tendré que dar gracias a Dios o a los médicos por cada día más de vida”.
Se produjo un
corto silencio, Ramiro ordenando ideas y el galeno a la espera de cualquier
reacción por parte del paciente.
-“Por qué”,
-dijo el enfermo- “Por qué este cáncer. Qué comí, o bebí. No como tan mal, más
bien sano. Verdura, fruta, pescado blanco… Hago deporte, me cuido, no fumo… Qué
hice mal”, -dijo en voz alta aunque no parecía esperar ninguna respuesta.
-“Ramiro, no
hay una razón. A veces es cierto que hay hábitos que facilitan el desarrollo de
ciertas enfermedades, pero no tenerlos o tenerlos no aseguran ni una cosa ni
otra”.
Tras otro
silencio, el paciente cedió a la situación y aceptó un calendario de
tratamiento como única esperanza de que su vida se alargara.
Mientras
descendía el ascensor, pensó varias veces en el tiempo que le quedaba y cómo se
lo iba a decir a su familia.
-“Antes que
nada haré un calendario con cosas que quiero hacer y que quiero ver. Quizá no
diga nada hoy ni mañana. Cuando esté más tranquilo, más relajado se lo
explicaré a mi mujer y a mis hijos. Carajo, y a mi padre esto le va a matar. ¿Y
si buscara una segunda opinión? Tendré que dejar el gimnasio y el trabajo, ya
explicaré que no podré ir hasta… Dios sabe cuándo”.
Absorto en sus
pensamientos estaba cuando llegó a la calle. Allí se planteó que quizá debería
haber bebido menos con los colegas, o comer más moderadamente en los asaderos,
quizá tenía que haberse preocupado más de su cuerpo para no llegar a esta
situación. Pensó que no había vivido mal pero quizá debía haberse controlado más.
También pensó que tenía cosas por hacer y que si hubiera pasado menos tiempo
ante la tele y más con la familia conocería mejor a sus hijos. Pensó en cómo le
gustaría terminar su vida, y le dio miedo tener que decidir si sería mejor
mantenerse enchufado a una máquina tanto tiempo como fuera posible o si mejor,
terminar cuanto antes”.
No había dado
una docena de pasos cuando su pie derecho pisó una bolsa de plástico corriente,
su pie izquierdo se introdujo en las asillas y Ramiro cayó de frente contra el
bordillo del parterre que tenía a escaso metro y medio, rompiéndose la nariz y
el hueso frontal en cien pedazos.
Nada se pudo
hacer por él, siquiera pedir una segunda opinión.